Es normal que las fuerzas
políticas derrotadas en la elección presidencial se vean desorientadas ante el
compromiso de ofrecerle una explicación a los electores que les concedieron su
voto. El asunto es que no se ponen de acuerdo y lo que queda en la superficie
es un emplazamiento para vender a su conveniencia los acuerdos posibles. Así es
la negociación y hacia allá finalmente se enfilan las impugnaciones de los
resultados electorales.
Mientras, la voz del ganador
puede no ser atendida en medio de la discusión poselectoral, y no le conviene
quedarse callado, sería tanto como salir de la agenda pública. Es así que se
entiende la aparición de Enrique Peña Nieto para perfilar a su equipo y las
medidas por emprender del nuevo gobierno. Por ese camino ha puesto a
consideración un primer paquete que bien podría ser rotulado como rendición de
cuentas. La historia previa del control de la gestión pública, del uso honesto
de los recursos, por parte del mismo Poder Ejecutivo no es una historia de la
que haya ocasión para el orgullo. La insaciable corrupción devora las buenas
intenciones. Se tiene el supuesto que el cambio de leyes en automático modifica
las conductas, sin reparar en que los motivos de las conductas (prestigio,
poder, riqueza) tienen un arraigo cultural hasta ahora impermeable a los
cambios institucionales.
Así pues, cuando se proyecta la
creación de la Comisión Nacional Anticorrupción no tiene que ser un ente más
para el regusto de la simulación. Es obligado un ente autónomo, que no esté al
servicio del gobernante en turno, capaz de imponer sanciones. Que encuentre en
la modalidad del archivo electrónico la pieza para elaborar documentación
infalsificable o casi, desterrando la práctica extendida y consentida de
sustituir expedientes completos para ocultar la verdad sobre tal o cual
procedimiento, autorización o acción gubernamental. Que instruya a la
ciudadanía sobre un catálogo de malas prácticas. Gobiernos van, gobiernos
vienen, partidos van y vienen, el modus
operandi se mantiene inconmovible. Un verdadero glotón de peces gordos y no
nada más de charales es lo que se espera.
Ampliar las facultades del
Instituto Federal de Acceso a la Información suena bien. Sin ignorar la
consolidación de lo que ya está operando, hacerlo más ágil, pues aunque no me
crean, se batalla en los mismos portales electrónicos de las dependencias para
encontrar la información y la alta burocracia se esmera para cumplir no
cumpliendo. Respecto a la creación de una instancia ciudadana y autónoma que
supervise la contratación de publicidad entre los gobiernos y los medios de
comunicación, no sólo para fortalecer el acceso a la información y la
transparencia, también se tiene que propugnar por un uso pleno de los tiempos
oficiales, con criterios de austeridad en la producción de la publicidad
gubernamental y sin imágenes de autopromoción del político funcionario.
Inevitablemente habrá que incluir
en este paquete sustituir o transformar el Servicio Profesional de Carrera,
homenaje permanente a la simulación y a la impostura, al tiempo que se tendrá
que dar una atención especial a la base sindicalizada de la Administración
Pública Federal, dignificarlos y comprometerlos.
Que no sea de burla.