En la guerra, la cifra de los muertos que produce es una aproximación. No es la excepción la guerra declarada en contra del crimen organizado que se libra en México. El procedimiento para tener una cifra oficial, distinta al conteo de los medios, la pueden proporcionar las actas ministeriales que elabora el servicio médico forense por deceso no natural y que no puede quedar cubierto por un certificado médico de defunción. Es el documento que certifica que el muerto por un acto contra natura, muerto está. Por eso la PGR no da por muerto al líder espiritual del grupo criminal que se autonombra Familia Michoacana, me refiero a Nazario Moreno González. El operativo-cacería de la semana pasada en Apatzingán, Michoacán, que realizó la PFP, no concluyó con la exhibición del cuerpo inerme, exangüe, de “El más loco”. No hubo modo ni para hacer un montaje en video del operativo como los que les gustan a Genaro García Luna. A lo mejor sí lo hay, pero no se han decidido enviarlo a los medios como acostumbran, pues la presa les fue escatimada por los defensores armados del victimado.
La cifra legal de muertos está formada a partir del conteo de actas ministeriales. Pero hay una cifra que después se calculará, tal vez cuando concluya la actual confrontación, la cifra de los muertos desaparecidos, que llegados a la morgue o sin llegar a ella, no tuvieron el beneficio de su documentación forense. Como en las desgracias naturales, se forman dos listas, la de los muertos y la de los desaparecidos. La verdad, ya es sabido, habrá que sacarla de entre los escombros de mentiras institucionales.
Será una tarea ardua y sin satisfacción en el corto plazo, pues el gobierno se ha esmerado por encarecer la verdad. Si algo terminó por exhibir al gobierno felipista fueron las ya comentadas filtraciones del portal de Internet WikiLeaks. Un gobernante miente y por lo general se le cree hasta que se da el acontecimiento o serie de acontecimientos que abonan en una creencia en sentido contrario, es decir, ya no se le cree nada. Richard Nixon es ejemplo de un gobernante al que ya no le funcionaron sus mentiras.
En esta pendiente cuesta bajo, la campaña favorita de Felipe Calderón será (es) desacreditar a los adversarios políticos y mediáticos. No es una decisión que demuestre talante democrático pero ya ha demostrado su efectividad, por eso tendremos la cauda de sucesos desagradables como deliberaciones legislativas que producen desazón entre legisladores como son los casos de la selección de tres nuevos consejeros para el IFE, la nueva legislación antimonopolios o la designación del undécimo magistrado de la Suprema Corte. Y es que el presidente Calderón trae enojo acumulado, el cual fue catalizado por los reportajes aparecidos en el semanario Proceso (1777 y 1778) que ponen entredicho los aires de pureza que bañan el combate al narcotráfico. Lo escrito en esos reportajes no ha sido desmentido en su totalidad. En un caso porque, aun sin proponérselo o ignorando de buena fe el hecho, Calderón convivió en un festejo bautismal con el delincuente Sergio Villarreal “El Grande”. En el otro caso, no bien desmentido por el gobierno, es el referido a los trabajos encargados por Juan Camilo Mouriño al Gral. Acosta Chaparro para contactar a los capos del narcotráfico.
El asunto no sólo es quién miente, sino quién pierde mayormente su credibilidad. De ahí el efervescente enojo de Calderón en plena estación otoñal. Enojo que ha puesto a Felipe Calderón como lo que siempre ha sido: un profesional de la deturpación. Recuerdo un día del año 1991, en que el joven Calderón fue convocado por la Liga de Economistas Revolucionarios para exponer sobre la plataforma agropecuaria de su partido Acción Nacional. El tema no lo abordó, se dedicó a descalificar al ponente priísta en turno. Hay quedó plasmada su genética como actor público. Felipe Caldero no es un arquitecto que diseña lo habitable, es más bien un buldózer que destruye lo edificado. Lo malo es que esa persona es presidente constitucional de México. Por eso tu, yo, todos los que vivimos en México estamos en peligro.