miércoles, 22 de febrero de 2017

Acaso no somos amigos

“la identidad es propiamente aquello a lo que corresponde el significado de la unidad.”
Hermann Cohen

La nueva orden ejecutiva dictada recién en la Casa Blanca, con el propósito de expulsar a 11 millones de indocumentados de los Estados Unidos, es la señal de que la catástrofe ha comenzado.

La irrupción de Donald Trump en la escena mexicana es traumática. Un sujeto que habla mal de los mexicanos, nos mira como delincuentes y nos considera abusivos en materia comercio. El sujeto que no se ha molestado en demostrar sus dichos. Mientras, los mexicanos en calidad de la suma de todos sus odios. Pese a ello, el gobernante de México permanece en nerviosa desconcentración, los líderes empresariales se mueven cual gallinas degolladas. Los líderes gremiales ausentes. Los intelectuales exhumando penosamente el voluminoso expediente nacionalista, apenas ayer enterrado ojos vista por la modernización de entre siglos. Para completar, una sociedad desmovilizada por una interrogante ¿Acaso no somos amigos? Pues no, al menos para el grupo gobernante que está al frente de los Estados Unidos.

Dónde está el nudo que impide a nosotros los mexicanos a mantenernos en las calles protestando todos los días. Son las divisiones internas las que nos detiene, tal vez. Prefiero aquí situar, de momento, la inmersión en el proceso de aculturación o transculturación*.  No se trata de procesos novedosos: el imperio romano y la formación de las lenguas romances, el imperio azteca y la toponimia de los pueblos de Mesoamérica. Procesos traumáticos para las culturas subordinadas**.  Lo que quiero poner en claro, si se me da, este proceso secular (a través de los siglos) puesto en un hecho histórico.

El TLCAN, fuera de la óptica del mercado, ha sido capaz de realizar una integración cultural casi total, que muchos mexicanos nos sintamos dreamers en nuestra propia tierra. Lo que inició al concluir la segunda guerra mundial quedó sellado con el TLCAN. Las franquicias y el entretenimiento aportaron la argamasa para sentirnos gringos. Poner por nombre a los hijos “Kevin” o “Bryant”, salpicar la conversación con frases anglófonas, así como otros giros de la asimilación cultural nos dieron otra identidad, la de las barras y las estrellas.

Se nos decía que el TLCAN era nuestra puerta de entrada al primer mundo. Según Jaime Serra Puche ya éramos de grandes ligas. A Trump eso no le interesa y nos expulsa del sueño americano, el cual puerilmente adoptamos. De regreso a la república bananera donde impera la corrupción, la inseguridad, los negocios turbios.


Se entiende porqué hablo de efecto traumatizante. Superable sí, si se toma nota del trauma realmente existente.
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*Acudiendo al diccionario de la RAE: Aculturar: “Incorporar a un individuo o a un grupo humano elementos culturales de otro grupo”; Transculturación: “Recepción por un pueblo o un grupo social de formas de cultura procedentes de otro, que sustituyen de un modo más o menos completo a las propias”.
**Stefan Zweig, en El mundo de ayer, cuenta como los judíos de Berlín o Viena se sentían cómodos y plenos en la cultura alemana, constituida en signo de una vigorosa identidad. Cuenta también, como tardaron en reconocer los vientos adversos que traía el nacional socialismo. Mientras otros, no sé cuántos, comenzaron a retomar el sueño de Palestina (Buber, Rosenzweig, Scholem).
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