El fin de semana pasado se llevó a cabo el VI el Consejo Nacional del Partido de la Revolución Democrática, de sus resultados queda un armisticio entre las corrientes. Un virtual fortalecimiento de la burocracia partidista representada por Jesús Ortega, junto con un no menos virtual apocamiento de los liderazgos sociales. Nada que indique una reorientación firme de ese partido.
En el Partido Revolucionario Institucional no se ha podido detener la guerra de descalificaciones que se ha dado entre Enrique Jackson y Beatriz Paredes. El proceso sólo lo puede salvar la decisión de los consejeros que elegirán a la nueva directiva, estableciendo un rotundo no a quienes tomaron el camino del lodo y el spot. Pero el problema está desde el diseño de la convocatoria que les amarró las navajas a quien se dejó. En barroco procedimiento se han metido, cuando lo más sencillo, transparente y equitativo hubiera sido la convocatoria de foros regionales con la participación exclusiva de los consejeros como calificadores de la serie de debates entre los competidores.
Esta materia noticiosa, la de los partidos, ha quedado aplastada en la opinión escrita por las declaraciones que desde Washington hizo Vicente Fox. Tan fácil se le hizo como agitar las aquietadas aguas de la elección federal del 2006. Se le exige a Fox que se calle, se le sugiere al presidente Calderón que le dé un zape al ex presidente, se lloriquea por viejas reglas no escritas que obligaban el silencio de los ex presidentes.
Acaso el Fox conferencista de hoy no es el mismo Fox que en 1988 se puso orejas de burro improvisadas con unas papeletas electorales. Es la misma persona vulgar y dominada por sus intereses personales que siempre ha sido, despreocupado por el cabal cumplimiento de los asuntos públicos, sujeto extravagante que por generosidad de las instituciones llegó a ser el presidente de México, gobernador de Guanajuato y Diputado. Su lengua no tiene castidad. De dónde viene la incomodidad que produce este personaje, se resuelve algo con callarlo, con promover el manotazo del actual Presidente. De dónde acá esa nostalgia por las costumbres autoritarias.
El astuto Fox con máscara de locuaz bonachón, expuesto a una crítica masiva y apabullante que llega demasiado tarde. En qué estaba pensando la sociedad civil cuando lo eligió, los medios llegaron a festejarlo por su antisolemnidad, el Cofipe no tuvo recursos a la letra, que desprovista de espíritu es letra muerta.
En realidad, lo que diga Vicente Fox no merece atención. Engancharse en sus dichos es hacerle el juego. La atención, el análisis no se puede posponer. Sobre las limitaciones de la sociedad civil que la identificaron con prosaico personaje, atraída por su talante de no político, de verbo antigobiernista. Las limitaciones de las instituciones electorales que consagraron su pureza a la derrota del PRI. Las limitaciones de los medios que caricaturizaron la contienda política a la calidad de una telenovela. Y así se pueden ir sumando el conjunto de piezas para entender como el cambio institucional se despeñó en la desarticulación institucional.
Por eso, ahora que los Senadores formulan una ley para ponerse de acuerdo y darle forma a la Reforma del Estado, tienen material de sobra para afinar su contenido. Y el presidente Calderón puede acompañar este propósito, dejar a un lado el fantasma de la ilegitimidad, hacer examen de sus prejuicios y salir a la calle a defender el establecimiento de un nuevo arreglo político, aunque le cueste a su partido. Si por el contrario, prefiere seguir atrincherado, bajo el resguardo de los militares y el consejo de los tecnócratas, mañana no encontrará quien le tienda la mano, vivirá como un apestado muy a pesar de la investidura presidencial.
En el Partido Revolucionario Institucional no se ha podido detener la guerra de descalificaciones que se ha dado entre Enrique Jackson y Beatriz Paredes. El proceso sólo lo puede salvar la decisión de los consejeros que elegirán a la nueva directiva, estableciendo un rotundo no a quienes tomaron el camino del lodo y el spot. Pero el problema está desde el diseño de la convocatoria que les amarró las navajas a quien se dejó. En barroco procedimiento se han metido, cuando lo más sencillo, transparente y equitativo hubiera sido la convocatoria de foros regionales con la participación exclusiva de los consejeros como calificadores de la serie de debates entre los competidores.
Esta materia noticiosa, la de los partidos, ha quedado aplastada en la opinión escrita por las declaraciones que desde Washington hizo Vicente Fox. Tan fácil se le hizo como agitar las aquietadas aguas de la elección federal del 2006. Se le exige a Fox que se calle, se le sugiere al presidente Calderón que le dé un zape al ex presidente, se lloriquea por viejas reglas no escritas que obligaban el silencio de los ex presidentes.
Acaso el Fox conferencista de hoy no es el mismo Fox que en 1988 se puso orejas de burro improvisadas con unas papeletas electorales. Es la misma persona vulgar y dominada por sus intereses personales que siempre ha sido, despreocupado por el cabal cumplimiento de los asuntos públicos, sujeto extravagante que por generosidad de las instituciones llegó a ser el presidente de México, gobernador de Guanajuato y Diputado. Su lengua no tiene castidad. De dónde viene la incomodidad que produce este personaje, se resuelve algo con callarlo, con promover el manotazo del actual Presidente. De dónde acá esa nostalgia por las costumbres autoritarias.
El astuto Fox con máscara de locuaz bonachón, expuesto a una crítica masiva y apabullante que llega demasiado tarde. En qué estaba pensando la sociedad civil cuando lo eligió, los medios llegaron a festejarlo por su antisolemnidad, el Cofipe no tuvo recursos a la letra, que desprovista de espíritu es letra muerta.
En realidad, lo que diga Vicente Fox no merece atención. Engancharse en sus dichos es hacerle el juego. La atención, el análisis no se puede posponer. Sobre las limitaciones de la sociedad civil que la identificaron con prosaico personaje, atraída por su talante de no político, de verbo antigobiernista. Las limitaciones de las instituciones electorales que consagraron su pureza a la derrota del PRI. Las limitaciones de los medios que caricaturizaron la contienda política a la calidad de una telenovela. Y así se pueden ir sumando el conjunto de piezas para entender como el cambio institucional se despeñó en la desarticulación institucional.
Por eso, ahora que los Senadores formulan una ley para ponerse de acuerdo y darle forma a la Reforma del Estado, tienen material de sobra para afinar su contenido. Y el presidente Calderón puede acompañar este propósito, dejar a un lado el fantasma de la ilegitimidad, hacer examen de sus prejuicios y salir a la calle a defender el establecimiento de un nuevo arreglo político, aunque le cueste a su partido. Si por el contrario, prefiere seguir atrincherado, bajo el resguardo de los militares y el consejo de los tecnócratas, mañana no encontrará quien le tienda la mano, vivirá como un apestado muy a pesar de la investidura presidencial.