martes, 19 de abril de 2011

Si perdemos el lenguaje se pierde el país

Cuántas veces ponemos en nuestra boca lo que nos dicta la industria del entretenimiento, los anuncios comerciales que promueven el consumismo o lo que impone la todavía nación más poderosa del mundo. Son las rendijas por donde se va penetrando a la sociedad, admitiendo sin advertirlo la convivencia con el delito. Los asesinatos se vuelven parte del paisaje.
Con que facilidad la promoción de un deporte o de un personaje de la farándula las más de las veces se nos ofrecen como vía de acceso a la pasión. No se detiene el merolico a definir qué entiende por pasión, sueltan la palabra para que cada quien la atienda a su gusto o simplemente justifique una adhesión a algo o alguien sin comprometerse a discernir a qué se le entrega predilección o preferencia. En estos días de semana santa los cristianos deberían recordar una acepción: la pasión –de Cristo- como sinónimo de dolor y sufrimiento. Será acaso este el significado que se inculca subliminalmente y por eso México como país ha entrado a una etapa de dolor y sufrimiento, al menos así lo muestra la crónica de crímenes que a diario se despliega en la prensa.
Con que facilidad se le otorga la cualidad de adictiva a un producto o actividad para apoyar su elección entre la masa de consumidores. Se nos olvida el significado peyorativo, lo que subyace en la palabra adicción: vicio. No será por ello que franqueamos barreras que empiezan por al supuesto adictivo de una botana o golosina y terminan en la experimentación de cualquier pasta sicotrópica que se convierte en adicción.
En el habla de los políticos, así como en la de los periodistas, empieza a circular la expresión “Estado fallido” sin reparar en quién nos la ofreció para entretenernos con ella y hacernos bolas. Vamos como animalitos siguiendo las notas que salen de la flauta del tío Sam, indicándonos donde están los rasgos distintivos del “Estado fallido”. De esa manera se sigue el instructivo con el cual se va destruyendo a las instituciones que se supone resguardan a la sociedad de su autodestrucción. Se cierran los ojos a lo que representa la formulación teórica del “Estado fallido”, que es el estudio previo justificativo para la intervención de una potencia con el objetivo de depredar, con mayor ahínco, los recursos de un país previamente debilitado.
De esta manera, a través del lenguaje se corroe la solidaridad e identidad de una comunidad nacional, preparándonos para un mayor deterioro, expresado en la expansión de las actividades del crimen organizado, así como en la eventual suspensión de los comicios del 2012 o la intervención armada de los Estados Unidos. Todo esto en el contexto de una triple disputa: la qué se da entre el gobierno y la delincuencia por el control del territorio, la que se da entre las fuerzas políticas por la presidencia de la república y la que se da entre magnates por el usufructo de las concesiones del Estado en materia de telecomunicaciones.
Así o más peor.
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