El presidente Calderón regresó a Monterrey, Nuevo León, el martes 30 de octubre, con un nuevo discurso bajo el brazo. Ya no se trató de un reclamo a las élites, como el anterior en el que fustigó de alguna manera a los privilegiados. La ocasión de ahora fue la Cumbre de Negocios celebrada en la capital Regia. Inspirado posiblemente por un manual de optimismo instantáneo que tienen como regla o máxima hablar positivo y la realidad seguirá corriendo a las palabras proferidas. Es dicho, hecho está. El México sombrío de hace un año quedó atrás y el país va por el camino correcto. Lo más acertado e incontrovertible fue la afirmación de que los acuerdos con el Poder Legislativo se están dando, incluso apuntó como de su esfuerzo conjunto la reforma electoral.
No se sabe hasta qué punto el optimismo sea compartido, al menos no para quienes el fantasma de Ciorán les susurra al oído de manera recurrente. Es posible que ese optimismo no sea compartido por el ranchero de San Cristóbal del Bajío, quien es ahora pesimista a la de a fuerzas y no encuentra Prozac que valga. El ex presidente Fox, que de la investigación ya no se escapa, quien sabe del castigo, y de nada le servirá la solidaridad de los senadores del PAN. Jesús Reyes Heroles, director de PEMEX, tampoco está para guarecerse en el remanso del optimismo. Su prestigio profesional está de por medio si no limpia a la empresa que le toca dirigir.
Más crítico es asimilar el mensaje optimista a los tabasqueños, no a sus políticos, sino al pueblo de Tabasco. No es que las inundaciones sea una novedad en ese estado, convivir con el agua ha sido parte de su forma de vida. La urbanización acelerada y la densidad poblacional que trajo la industria petrolera son procesos económico-sociales que catapultan la situación de desastre que embarga a Tabasco. Social y geográficamente el optimismo no es moneda de curso común.
Lo expuesto hasta aquí no tiene nada que ver con agradecido título: Gracias John. Han sido tantos los días que llevan y traen los medios información sobre una acción conjunta entre los gobiernos de México y Estados Unidos. Nombrado Plan México, ya Iniciativa Mérida, con tintes de misterio donde no lo hay. La entrevista que hizo Jorge Fernández Menéndez (Excelsior) a John Dimitri Negroponte ha contribuido a esclarecer lo que el gobierno de México y sus funcionarios nunca pudieron aclarar. La Iniciativa Mérida nace de una conversación que tuvieron George W. Bush y Felipe Calderón el 30 de marzo pasado. Construyendo de manera ficcionada la conversación se puede conjeturar los términos del entendimiento. Ambos presidentes coincidieron en hacer asignaciones presupuestales que se complementarán en la lucha contra el narcotráfico. El de México dentro del presupuesto de seguridad pública, el de Estados Unidos en su presupuesto guerrerista contra Irak y el terrorismo. No hubo documento escrito de por medio, ni lo habrá, ni les interesó generarlo. Por eso no se encuentra documento alguno en la página de internet de la Presidencia. Simplemente, Bush y Calderón coincidieron en empatar propósitos en sus asignaciones presupuestales respectivas. El Congreso de México ya aprobó una parte, falta que lo haga el de Estados Unidos. Si los congresistas norteamericanos votan en contra no pasa nada porque el compromiso no está escrito, no tiene la forma de ley como sí la tiene el TLC.
Hay que decirlo con todas sus letras: la Iniciativa Mérida no existe jurídicamente, no es más que una expresión publicitaria. El gobierno de México debió aclararlo desde el principio, cuando en los medios se soltó la especie: la Iniciativa Mérida es una pauta publicitaria. Y nadie en el gobierno se ha preocupado por aclararlo, dejaron que la prensa se enredara incontinentemente. A las carcajadas de Felipe Calderón habrá que recordarle que el que se ríe se lleva.
No se sabe hasta qué punto el optimismo sea compartido, al menos no para quienes el fantasma de Ciorán les susurra al oído de manera recurrente. Es posible que ese optimismo no sea compartido por el ranchero de San Cristóbal del Bajío, quien es ahora pesimista a la de a fuerzas y no encuentra Prozac que valga. El ex presidente Fox, que de la investigación ya no se escapa, quien sabe del castigo, y de nada le servirá la solidaridad de los senadores del PAN. Jesús Reyes Heroles, director de PEMEX, tampoco está para guarecerse en el remanso del optimismo. Su prestigio profesional está de por medio si no limpia a la empresa que le toca dirigir.
Más crítico es asimilar el mensaje optimista a los tabasqueños, no a sus políticos, sino al pueblo de Tabasco. No es que las inundaciones sea una novedad en ese estado, convivir con el agua ha sido parte de su forma de vida. La urbanización acelerada y la densidad poblacional que trajo la industria petrolera son procesos económico-sociales que catapultan la situación de desastre que embarga a Tabasco. Social y geográficamente el optimismo no es moneda de curso común.
Lo expuesto hasta aquí no tiene nada que ver con agradecido título: Gracias John. Han sido tantos los días que llevan y traen los medios información sobre una acción conjunta entre los gobiernos de México y Estados Unidos. Nombrado Plan México, ya Iniciativa Mérida, con tintes de misterio donde no lo hay. La entrevista que hizo Jorge Fernández Menéndez (Excelsior) a John Dimitri Negroponte ha contribuido a esclarecer lo que el gobierno de México y sus funcionarios nunca pudieron aclarar. La Iniciativa Mérida nace de una conversación que tuvieron George W. Bush y Felipe Calderón el 30 de marzo pasado. Construyendo de manera ficcionada la conversación se puede conjeturar los términos del entendimiento. Ambos presidentes coincidieron en hacer asignaciones presupuestales que se complementarán en la lucha contra el narcotráfico. El de México dentro del presupuesto de seguridad pública, el de Estados Unidos en su presupuesto guerrerista contra Irak y el terrorismo. No hubo documento escrito de por medio, ni lo habrá, ni les interesó generarlo. Por eso no se encuentra documento alguno en la página de internet de la Presidencia. Simplemente, Bush y Calderón coincidieron en empatar propósitos en sus asignaciones presupuestales respectivas. El Congreso de México ya aprobó una parte, falta que lo haga el de Estados Unidos. Si los congresistas norteamericanos votan en contra no pasa nada porque el compromiso no está escrito, no tiene la forma de ley como sí la tiene el TLC.
Hay que decirlo con todas sus letras: la Iniciativa Mérida no existe jurídicamente, no es más que una expresión publicitaria. El gobierno de México debió aclararlo desde el principio, cuando en los medios se soltó la especie: la Iniciativa Mérida es una pauta publicitaria. Y nadie en el gobierno se ha preocupado por aclararlo, dejaron que la prensa se enredara incontinentemente. A las carcajadas de Felipe Calderón habrá que recordarle que el que se ríe se lleva.