viernes, 2 de noviembre de 2007

Gracias John

El presidente Calderón regresó a Monterrey, Nuevo León, el martes 30 de octubre, con un nuevo discurso bajo el brazo. Ya no se trató de un reclamo a las élites, como el anterior en el que fustigó de alguna manera a los privilegiados. La ocasión de ahora fue la Cumbre de Negocios celebrada en la capital Regia. Inspirado posiblemente por un manual de optimismo instantáneo que tienen como regla o máxima hablar positivo y la realidad seguirá corriendo a las palabras proferidas. Es dicho, hecho está. El México sombrío de hace un año quedó atrás y el país va por el camino correcto. Lo más acertado e incontrovertible fue la afirmación de que los acuerdos con el Poder Legislativo se están dando, incluso apuntó como de su esfuerzo conjunto la reforma electoral.

No se sabe hasta qué punto el optimismo sea compartido, al menos no para quienes el fantasma de Ciorán les susurra al oído de manera recurrente. Es posible que ese optimismo no sea compartido por el ranchero de San Cristóbal del Bajío, quien es ahora pesimista a la de a fuerzas y no encuentra Prozac que valga. El ex presidente Fox, que de la investigación ya no se escapa, quien sabe del castigo, y de nada le servirá la solidaridad de los senadores del PAN. Jesús Reyes Heroles, director de PEMEX, tampoco está para guarecerse en el remanso del optimismo. Su prestigio profesional está de por medio si no limpia a la empresa que le toca dirigir.

Más crítico es asimilar el mensaje optimista a los tabasqueños, no a sus políticos, sino al pueblo de Tabasco. No es que las inundaciones sea una novedad en ese estado, convivir con el agua ha sido parte de su forma de vida. La urbanización acelerada y la densidad poblacional que trajo la industria petrolera son procesos económico-sociales que catapultan la situación de desastre que embarga a Tabasco. Social y geográficamente el optimismo no es moneda de curso común.

Lo expuesto hasta aquí no tiene nada que ver con agradecido título: Gracias John. Han sido tantos los días que llevan y traen los medios información sobre una acción conjunta entre los gobiernos de México y Estados Unidos. Nombrado Plan México, ya Iniciativa Mérida, con tintes de misterio donde no lo hay. La entrevista que hizo Jorge Fernández Menéndez (Excelsior) a John Dimitri Negroponte ha contribuido a esclarecer lo que el gobierno de México y sus funcionarios nunca pudieron aclarar. La Iniciativa Mérida nace de una conversación que tuvieron George W. Bush y Felipe Calderón el 30 de marzo pasado. Construyendo de manera ficcionada la conversación se puede conjeturar los términos del entendimiento. Ambos presidentes coincidieron en hacer asignaciones presupuestales que se complementarán en la lucha contra el narcotráfico. El de México dentro del presupuesto de seguridad pública, el de Estados Unidos en su presupuesto guerrerista contra Irak y el terrorismo. No hubo documento escrito de por medio, ni lo habrá, ni les interesó generarlo. Por eso no se encuentra documento alguno en la página de internet de la Presidencia. Simplemente, Bush y Calderón coincidieron en empatar propósitos en sus asignaciones presupuestales respectivas. El Congreso de México ya aprobó una parte, falta que lo haga el de Estados Unidos. Si los congresistas norteamericanos votan en contra no pasa nada porque el compromiso no está escrito, no tiene la forma de ley como sí la tiene el TLC.

Hay que decirlo con todas sus letras: la Iniciativa Mérida no existe jurídicamente, no es más que una expresión publicitaria. El gobierno de México debió aclararlo desde el principio, cuando en los medios se soltó la especie: la Iniciativa Mérida es una pauta publicitaria. Y nadie en el gobierno se ha preocupado por aclararlo, dejaron que la prensa se enredara incontinentemente. A las carcajadas de Felipe Calderón habrá que recordarle que el que se ríe se lleva.

martes, 30 de octubre de 2007

Que hable Jesús

El choque entre Vicente Fox y el senador Manlio Fabio Beltrones es la escalada de una clase política que se hace bolas, que no se habitúa al pluripartidismo, que quisiera seguir en los parámetros de un partido hegemónico. Uno acusa de narco al adversario, el otro le dice coyote, pero no le merece acusación penal, mejor le recomienda un siquiatra al bocaza. Ese es uno de los temas. El saldo mediático hasta ahora es una derrota estrepitosa del guanajuatense, al que se le ve acorralado y no ha entendido que dejó de ser Presidente, aunque nunca lo fue en un sentido pleno, más bien en una acepción pedestre. La confrontación es un síntoma del desarreglo que tiene que componer el Presidente legal, acotar al ex presidente y acordar con quienes están en la posición institucional para tal efecto, el Congreso en específico, como lo ha venido haciendo.

Pero es PEMEX, la empresa paraestatal insignia de la Revolución Mexicana, el nudo que al desanudarse puede acelerar la resolución de las contradicciones en la clase política y ayudarle a prefigurar un acuerdo político nacional. Es PEMEX donde se debate la disputa por la nación.

No es casual que esa empresa esté en el centro de la disputa. De tiempo atrás PEMEX es garante de recursos fiscales y, pese a ello, ejemplo de lucro mal habido y corrupción para algunos que medran con el símbolo de la riqueza nacional. Desde siempre la paraestatal ha sido guarida para beneficio de contratistas. En un tiempo se pensó que el lastre mayor era el mismo sindicato petrolero. Era una apreciación parcial que sirvió para la venganza de Carlos Salinas de Gortari contra el cacique sindical Joaquín Hernández Galicia, quien no lo apoyó en su campaña por la Presidencia de la República. Se afectó la participación del sindicato como contratista, pero sólo se trasladó a otros beneficiarios. Desde entonces ha estado en la nebulosa de las intenciones privatizar la paraestatal.

Con Ernesto Zedillo al frente del gobierno federal se creó el engendró jurídico denominado por las siglas PIDIREGAS, que fue una forma de hacer descansar en inversión privada la capitalización de PEMEX, pero que en realidad resultó una artimaña para endeudar a la empresa petrolera sin recurrir a la autorización del Congreso. También desde tiempos de Zedillo se extendió la práctica de la ordeña de las tuberías que distribuyen el energético que produce de la para estatal.

Los problemas de PEMEX se multiplicaron con la administración, es mucho decir, de Vicente Fox. La empresa no resolvía sus problemas, por el contrario, sirvió para ahogar a PEMEX en la insolvencia financiera. Sería largo hacer la lista de las columnas, opiniones y reportajes que la prensa le ha dedicado en los últimos meses a denunciar los abusos que cometió el gobierno de la alternancia al patrimonio petrolero que es bien de la nación. El asunto es que el deterioro es lastre para Felipe Calderón, quien además ha tenido que enfrentar los atentados del EPR con pérdidas multimillonarias. Y si algo faltaba para pintar este cuadro negro sobre fondo negro, ese algo ha sido el accidente ocurrido el 23 de octubre, una plataforma marina de explotación de PEMEX en el Golfo de México se colisionó con un pozo. Las medidas de seguridad se colapsaron y cobraron veintidós vidas de trabajadores de una empresa privada, de esas que han contribuido al saqueo de PEMEX y que se crean, entre otras cosas, para evadir el cumplimiento de las normas laborales.

Hoy la paraestatal está obligada a exponer de manera pública el caudal de sus problemas y las soluciones integrales y de fondo, que no se confundan con una subasta, sino con el aprovechamiento de un bien estratégico inyectándole moral pública. PEMEX cuenta con un director que conoce a la empresa como pocos. Él fue secretario de Energía, su padre fue director de la empresa. Jesús Reyes Heroles ha tenido tiempo suficiente al frente de PEMEX como para exponer en red nacional y horario triple A, con claridad y sobreponiéndose al prurito neoliberal -lo más difícil para él- los requerimientos de Petróleos Mexicanos.

Que hable Jesús aunque se cimbre a la nación, que haga crisis la situación de PEMEX. Que exhiba lo que se tenga que exhibir.
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