“No sabemos quién inventó el lema de la Revolución francesa, pero debió ser alguien de una perspicacia extraordinaria. Al par de contrarios liberté y égalité, irreconciliables según la lógica ordinaria, añade un tercer factor o fuerza, fraternité, procedente de un nivel superior.”
Ernst Friedrich Schumacher
Una constante en la recuperación
de la República al servicio de los ciudadanos ha sido la operación de la
Hacienda Pública, como instrumento para alcanzar una mejor utilización de los
recursos públicos orientados hacia el bienestar de la población en su conjunto,
sin parcialidades de grupos preponderantes de acuerdo con la riqueza acumulada,
al acceso a posiciones de poder político o de pertenencia a un gremio.
Ahí está el costo de la aristocracia
obrera, así se ha denominado en el pasado a los líderes sindicales, su
enriquecimiento a costa del erario.
O cómo la política entre los
políticos más ambiciosos se consolidó de la mano del neoliberalismo, como
palanca de acumulación personal y familiar. La política como formadora de
empresarios discretos y exitosos. Por lo general, esos políticos no ventilan
públicamente sus actividades empresariales porque corresponden a su vida
privada, dicen.
Pero lo más desastroso para la
Hacienda Pública, en el pasado reciente, han sido las ventajas que se le dieron
a poderosos grupos empresariales. Esgrimiendo el libre comercio, se instrumentó
una liberalización económica dirigida -no expuesta a un libre juego del
mercado- con el ánimo de establecer una plutocracia lo más ajena posible a la
existencia de una República (escribo lo más ajena porque no se atreven a borrar
la palabra República de la Constitución) Una protección desmedida de los grupos
más fuertes, para siempre ganar y nunca perder.
Vamos con la disposición más expoliadora
de las finanzas públicas: el FOBAPROA. Cuando se estableció por ley la
reprivatización del sistema bancario, se creó fondo dirigido a sostener la
eventualidad de un rescate bancario bajo el eufemismo de protección a los
ahorradores. Esa eventualidad llegó y endeudó a las finanzas públicas. Todavía
no se le conoce fin a esa sangría. Ya nada más comparar cómo arregló Obama la
crisis bancaria del 2008, mediante préstamos del Tesoro y su obligada
recuperación.
Pero el desfalco no quedó ahí, se
hizo ruta. Se sucedieron condonaciones millonarias de impuestos a los grandes
consorcios, concesiones ventajosas sobre el aprovechamiento de los recursos
naturales, se fundó de facto un monopsonio acaparador de medicamentos,
florecieron contratos para hacer ganar a ciertas empresas sin importar el
deterioro de la Hacienda. El caso era exprimir lo más posible los recursos del
Estado sin asumir los riesgos del mercado.
Por eso ahora, desde la Hacienda
Pública, se está recuperando la República y ésta sale a tomar el Sol. La larga
noche plutocrática quedó atrás.