“Desde su llegada al poder, el
emperador había promovido la economía por todos los medios a su disposición. Y
es que si la burguesía hacía buenos negocios, entonces consentía en ser
tutelada, y a parte de eso, la perspectiva de obtener millones despertaba el
necesario frenesí para mantener el régimen.”
“Las iniciativas económicas del
emperador, sin embargo, no reafirmaron su poder, sino que lo socavaron.”
Siegfried Kracauer
El 8 y 9 de marzo de este año se
verificó en Acapulco, Guerrero, la 81 convención de banqueros de la Asociación
de Bancos de México. Como se ha hecho costumbre, cada seis años la convención
se convierte en pasarela de presidenciables. Después de esta reunión en la cima
financiera son copiosos los comentarios sobre Andrés Manuel López Obrador,
nadie se resiste a no hacerlos. Nada más soltó la advertencia, de ecos
porfirianos, que de haber fraude electoral se soltaría al tigre y se le fueron
encima. Una vez más, AMLO captó la atención. Lo que dijeron los otros
candidatos quedó en segundo plano.
Lo dicho por López Obrador es
equívoco, pues con o sin fraude electoral, el tigre anda suelto desde hace
años. Quien se niegue a ver al tigre suelto la caricatura de Rocha (La Jornada 13-03-2018) les ayudará a
visualizarlo. El tigre con todas sus rayas acumuladas en el curso de las
reformas liberales o casi, no se alcanza a apreciar la rayita de las Afores, ni
la del Fobaproa a las que contribuyó con pasión José Antonio Meade, tampoco la
de la reforma laboral que gustoso apoyo Ricardo Anaya. El tigre no tiene
ataduras, se pasea a placer, el centro de una tragedia, la liberalización
realizada con engaños, promotora de la polarización social y la ruptura cotidiana
de la ley.
Es la tragedia de los liberales,
alentar el libre comercio sin detenerse a considerar la desmedida concentración
de la riqueza y la profundización de las desigualdades; ponerse adelante para
instituir una competencia electoral creíble y leal, luego terminando por
construir la partidocracia que aborrecen; defender la libertad de opinión para
terminar sometiéndose al pensamiento único, gimoteando por la irrupción de las
falsas noticias.
Ante las consecuencias
inesperadas, para ellos claro está, la autocrítica se evade. En este acto de
evasión sueltan al tigre imaginario del populismo. Un simple reformista -nunca
un radical- les produce urticaria. Anuncian el caos como si el país fuera
ejemplo de paz, de armonía, de solidaridad, el narcicismo endémico corroe a la
sociedad civil. Los liberales, antes asociados a la gente progre, se unen al
coro conservador que clama por la continuidad del tigre alborotado.