miércoles, 3 de febrero de 2010

En el hoyo



El mes de enero no le sienta bien a Felipe Calderón. Tampoco le sienta bien la investidura presidencial, le enoja, le irrita, como a Gustavo Díaz Ordaz. La crítica es una conjura en su contra que interpreta como un ataque a las instituciones. Los equivocados son los adversarios, faltaba más. Incapaz de acceder a la cúspide de la humildad. Siempre en la cima inaccesible del orgullo. Felipe Calderón está en el hoyo por propia voluntad, por decisión de los Estados Unidos gracias a los oficios del embajador Pascual o por el cerco que le ha tendido la ultraderecha. La masacre de Ciudad Juárez así lo ha exhibido, carente de reflejos, evasivo de toda responsabilidad.

El mes de enero que recién concluyó ha sido el más violento de toda su gestión. La declarada guerra contra el crimen organizado ha dado pie a que los delincuentes impongan la agenda de violencia que vive el país. Se justificó dicha declaración para defender a la sociedad, a las familias, a los menores del poder corruptor del narcotráfico. A partir del 31 de enero pasado el enfoque se modificó: es la sociedad la que está criminalizada. Mataron a dieciséis jóvenes en Ciudad Juárez como resultado de un pleito entre pandillas, eso dice el gobierno. Cómo llamar pleito entre pandillas a una fiesta pacífica que es interrumpida por un convoy de varios vehículos, que sin ser interceptado por el despliegue de seguridad montado en esa localidad, llegó al lugar y sin encontrar resistencia alguna los sicarios liquidaron a los hoy occisos.

En qué está pensando el gobierno, en pelotear la responsabilidad. Nadie le va a creer a la administración de Calderón. El defecto es de inicio: darle el estatuto de guerra a la persecución de criminales. Desde ahí se le reconoció como fuerza beligerante al crimen organizado, como si fueran Estado en ciernes. Tampoco se está en contra de que el gobierno someta a los delincuentes, lo que no se vale es que lo haga de manera extrajudicial. No hay esquema que acomode con precisión el curso de la acción de las autoridades, a menos de que se dé por sentado el propósito oculto el generar zozobra entre la población. La información la sustituye con anuncios publicitarios de sus “logros”.

Calderón no anticipó un día de campo, por el contrario, aseguró que esta “guerra” no terminaría en este sexenio y costaría sangre. En esa generalidad se ha embarcado mientras los retos se le amontonan sin saber qué tanto lo excitan y emocionan, hasta dónde puede sobrellevar el paulatino deterioro de la sociedad y sus instituciones que no inició él. El coctel ya está preparado: inseguridad, militarización, desapego de los derechos humanos, desigualdad social, pobreza, anulación de la república laica. Ingredientes puestos para un agitado año electoral. Y si la quieren más complicada, intromisión de las autoridades en el curso de campañas y procesos electorales.

Algo tiene que hacer Calderón para demostrar que no ha quedado rebasado, acotado por las instrucciones que proceden de Norteamérica o de El Yunque. Si de inicio no contó con la suficiente legitimidad electoral, por ejercicio ha pulverizado su escaso capital político. La demanda de su renuncia no es ocurrencia de actores políticos, ni entretenimiento de las redes sociales. Es ya demanda sensible de familias adoloridas.


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