martes, 29 de marzo de 2016

Contingencia ambiental y perversión ciudadana

Varios días de la tercera semana de este mes de marzo por fenecer, fueron declarados contingencia ambiental por la mala calidad del aire, de riesgo para la salud de los habitantes del Valle de México.

Pese a la gravedad de la coyuntura, la ocasión fue infelizmente propicia para un intercambio desafortunado entre el jefe de gobierno de la Ciudad de México y el gobernador del Estado de México. Mostraron su incapacidad para construir un debate público favorable a más de treinta millones de personas, pues en la mira tienen su futuro político personal. El primero, Miguel Ángel Mancera, culpando a la entidad colindante de producir la mayor parte de la contaminación del aire que afecta a la capital de la república, cuando es sabido que él se encargó de relajar el Hoy no circula (Programa establecido en 1989 por la entonces regencia del Distrito Federal para reducir  emisiones contaminantes de los automóviles); la respuesta del segundo, Eruviel Ávila, no fue la mejor, cerró el servicio de rellenos sanitarios a los camiones que recolectan la basura de la ciudad de México. El gobernador dejó ver el Donald Trump que lleva dentro.

De nuevo el denuesto ultraliberal en contra del Hoy no circula por una supuesta afectación a la movilidad de los ciudadanos, como si dicho programa mutilara piernas o cancelara el uso del transporte público a los propietarios de automóviles, en el fondo no se acepta la prioridad de los derechos ambientales. En los ultraliberales de hoy, que son una extensión de sus bisabuelos decimonónicos, se les puede endosar la consideración de Lewis Mumford*: “Este mito del individuo sin ataduras era, en realidad, la democratización de la concepción barroca del príncipe despótico: ahora, todo individuo emprendedor trataba de ser un déspota por derecho propio”



La verdad es que hasta cierto punto, el Hoy no circula instruyó a ponernos al tanto de las emisiones de los automóviles y corregirlas a través del procedimiento de verificación. El asunto es que el programa tiene efectividad para una condición casi estática del parque vehicular, consideración que la misma realidad ha reventado. El programa se quedó corto o fue rebasado. Lo que no se aclara es qué hicieron otras administraciones para mejorar la calidad del aire, para desestimular el uso privado de coches a cambio de una buena oferta de transporte público. Para la Ciudad de México están las administraciones de Oscar Espinoza Villarreal, Cuauhtémoc Cárdenas, Andrés Manuel López Obrador, Marcelo Ebrard y el ya mencionado Mancera; respecto al Estado de México, habría que reconocer, si las hubo, las aportaciones efectivas en contra de la contaminación atmosférica por parte de los gobiernos de César Camacho, Arturo Montiel, Enrique Peña Nieto y el ya citado Eruviel Ávila. No se trata de buscar culpables, simplemente establecer una base racional de acciones y omisiones para una discusión pública –no un mero circunloquio-  sobre un tema que afecta a millones de personas.

También hay que poner sobre la mesa de la discusión la conducta de los ciudadanos automovilistas frente al programa Hoy no circula. Reconociendo que el defecto de origen del programa está desde su enunciado, cuando pudo hacer énfasis en el perfil cooperativo o participativo del programa denominándose: “Hoy guardo mi coche para contribuir a mejorar la calidad del aire”. Muchos ciudadanos no toman el programa como algo suyo, de su conveniencia, sino como una imposición. No lo aprecian como su aportación, ni como una acción cooperativa donde todos ponen. Se dieron a la tarea de darle la vuelta incrementando la demanda de automóviles nuevos. Pero lo peor de la ciudadanía se exhibió cuando se acumularon carcachas para lidiar la restricción del hoy no circula. Y el colmo de la deshonestidad, hacer uso de emplacamientos para automóviles del Estado de México, aunque la residencia y el trabajo de ésos automovilistas están en la Ciudad de México ¿Cómo le hacen? ¿Cuántos son?


Por eso creo que la exigencia no puede quedar limitada a los gobernantes pues hay reclamos por hacer a cientos de miles de propietarios de autos. Automovilistas que se transforman al estar detrás de un volante, que hacen del carro no un medio de transporte sino una extensión de su persona, como si de una prótesis se tratara. Nada más ver como disfrutan de su impunidad al violar cotidianamente el nuevo reglamento de tránsito de la Ciudad de México. 
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* En mi muro de Facebook he hecho el encomio a la obra de Lewis Mumford, La ciudad en la historia. [pepitas de calabaza ed.] Logroño, 2014. Si bien se trata de un estudio publicado por primera vez en 1961, lo expuesto en esa obra mantiene una actualidad digna de llamar nuestra atención. Aquí dejo unas cuantas citas.
“cuando el tránsito goza de preferencia respecto de todas las demás funciones urbanas, ya no puede desempeñar su propio papel, el de facilitar la reunión y el contacto humano. Atribuir al coche privado ir a cualquier parte de la ciudad y de estacionar en cualquier parte equivale, ni más ni menos, a darle licencia para destruir la ciudad” p.680
“Si los expertos técnicos y los funcionarios administrativos hubieran conocido su oficio, habrían adoptado medidas especiales para preservar métodos más eficaces de transporte en masa, a fin de mantener la existencia de la ciudad como el uso de las otras formas de transporte que ahorran más tiempo. Para contar con una estructura urbana completa, que se capaz de funcionar plenamente, es necesario encontrar conductos adecuados para todas las formas de transporte: las necesidades de una comunidad moderna sólo pueden satisfacerse mediante la articulación deliberada del peatón, el sistema de transporte en masa, la calle, la avenida, la vía rápida y el aeropuerto.” P.847
“La única cura eficaz para la congestión urbana consiste en comunicar de tal modo las zonas industriales y comerciales con las zonas residenciales que una gran parte de su personal pueda ir a pie o en bicicleta al trabajo, o bien coger un autobús público o el tren. Al meter todas las formas de tráfico en autopistas, les imponemos una carga que necesariamente hará que el tráfico se mueva a paso de tortuga; y si tratamos de corregir esto multiplicando las autopistas, lo único que conseguiremos es contribuir a aumentar el desastre urbano total porque arrojamos las diversas partes de la ciudad cada vez más lejos, en una masa informe de tejido semiurbano que se extiende en una fina capa.” p.p. 847-848.
“Con el reparto actual, hemos cambiado nuestro mayorazgo urbano por un despreciable revoltijo de automóviles. Es un negocio tan malo como el palto de lentejas de Esaú. Acaso las generaciones venideras se maravillarán ante nuestra condescendencia –a decir verdad, nuestra presteza- para sacrificar la educación de nuestros hijos, el cuidado de enfermos y los ancianos, el desarrollo de las artes, por no hablar del fácil acceso a la naturaleza, en bien del desequilibrado sistema de monotransporte que recorre las zonas de poca densidad a cien kilómetros por hora, pero que reduce la velocidad a apenas  a seis en las zonas de gran densidad”. p. 849
“Al permitir que decayera el transporte en masa y construir autopistas para salir de la ciudad y aparcamientos en su interior, con el fin de fomentar el uso máximo del automóvil privado, nuestros ingenieros de caminos y urbanistas han contribuido a destruir el tejido vivo de la ciudad y a limitar las posibilidades de crear un organismo urbano más vasto a una escala regional. El transporte colectivo a cortas distancias, de menos de un kilómetro, debería contar principalmente con el peatón. Al desalentar y eliminar al peatón, al no conseguir extender y perfeccionar el transporte masivo, nuestros funcionarios municipales e ingenieros viales han creado una situación que exige densidades residenciales sumamente bajas”. p.p. 849-850
“Las normas de la fábrica y el mercado pasaron rápidamente a todas las demás instituciones de la metrópolis. Tener el museo más grande, la universidad más grande, el hospital más grande, las tiendas más grandes, el banco más grande o la corporación financiera más grande equivalía a satisfacer el requisito urbano último: y producir el máximo número de invenciones, el máximo número de monografías científicas y el máximo número de libros se convirtió en un signo de éxito metropolitano comparable con lo que representaba el número máximo de toneladas en Pittsburg o Essen. En suma, toda institución metropolitana que tiene éxito repite en su organización el inexplicable gigantismo del conjunto.” p. 885
“Todos estos medios persiguen un objetivo común: dar el sello de autenticidad y valor al estilo de vida que emana de la metrópolis. Establecen la marca del país, controlan el mercado nacional y hacen que toda variación relacionada con la pauta metropolitana parezca deplorablemente provinciana, rústica y, lo que es más atroz, pasada de moda. La meta final de este proceso sería una población unificada, homogénea, absolutamente estándar, cortada siguiendo el molde metropolitano y educada para que solo consuma los productos que ofrecen los que controlan y acondicionan, en beneficio de una economía que se dilata continuamente.” p. 896
“lo que ha dado en llamarse explosión urbana es, en realidad, síntoma de un estado más general: la supresión de los límites cuantitativos. Esto señala el paso de un sistema orgánico a un sistema mecánico, del desarrollo intencional a la expansión sin sentido.” p. 899
“Una economía en expansión, dedicada al beneficio económico y no a la satisfacción de necesidades vitales, crea por fuerza una nueva imagen de la ciudad, la de una mandíbula que se abre cada vez más, consumiendo lo que rinde la producción industrial y agrícola en expansión, obediente a las presiones de la publicidad y de un adoctrinamiento constante.” p. 907
“La metrópolis, en su fase final de desarrollo, se convierte en una maquinaria colectiva para hacer funcionar un sistema irracional y para dar, a quienes en realidad son sus víctimas, la ilusión de poder, riqueza y felicidad y estar en el pináculo mismo de los logros humanos. Pero en los hechos su vida está constantemente en peligro, su riqueza es insípida y su ridícula felicidad está teñida de constantes presagio, por otra parte muy justificados, de violencia y muerte repentina.” p.p. 909-910
“Los hechos de la congestión metropolitana son innegables y visibles en todos los aspectos de la vida en la ciudad. La congestión se encuentra en las constantes interrupciones del tránsito, resultante de la acumulación de vehículos, resultante de la acumulación de vehículos en centros que solo podrían mantener libertad de movimiento si se utilizaran las piernas humanas…Con el aumento de automóviles privados, las calles y las avenidas se convierten en lugares de estacionamiento, y para que de algún modo aquellos puedan avanzar, se abren enormes avenidas de tráfico ligero a través de la ciudad, con lo cual aumenta la demanda de zonas de aparcamiento y garajes. En el acto de hacer accesible el corazón de la metrópolis, los planificadores de la congestión ya se las han ingeniado para hacerlo casi inhabitable.” p.p. 912-913
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