El Senado aprobó la reforma al Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales, para ponerla en sintonía con la reforma constitucional. Una reforma que es hija directa del conflicto postelectoral del 2006. Los inconformes con la nueva reforma no darán con facilidad su brazo a torcer. Una de sus cabezas corporativas, el Consejo Coordinador Empresarial, ya interpuso recurso en contra de la reforma constitucional previa a la del Cofipe. La batalla entre políticos y empresarios continua. Al proceso de reformas parece llegarle su otoño.
La radio y la televisión privada insisten en ser portavoces exclusivos de la ciudadanía, los verdaderos representantes populares por encima de los diputados. Ya se verá de lo que están hechos los políticos, pues nada pasará desapercibido a los ojos y a los intereses de la cúspide del poder mediático. Nada más para dar una probada hay que ver como disminuye la mención en radio y televisión de Manlio Fabio Beltrones y Marcelo Ebrard. Los quieren sacar anticipadamente de la carrera por la Presidencia. Cómo le fue a Jorge Alcocer y cómo le va a Andrés Manuel López Obrador.
La reforma aprobada, así como el primer informe de gobierno de Ebrard, la agenda de Felipe Calderón o la violencia del narcotráfico descargada hacia artistas de la farándula también, no han sido el platillo principal en materia de análisis noticioso. Lo degustado con placer de derechas es la confrontación de AMLO y un sector del PRD en su relación con el Frente Amplio Progresista. Se divide la izquierda, exclaman, como si realmente estuviera unida. Se presenta la información como crisis de la izquierda cuando es una crisis de sus organizaciones. Ya se dijo, la disputa de fondo es una confrontación entre un sector del empresariado contra la clase política en su conjunto. No sólo quieren el poder económico, también quieren el político, cueste lo que cueste.
En qué país estamos. No en el que afirma que el encono quedó atrás. Estamos en el país que heredamos del foxismo, un desastre. Felipe Calderón no haya cómo salir de la situación, está atrapado entre la presión empresarial y los acuerdos entre políticos, en medio una sociedad que a sus carencias le suma la incertidumbre del conflicto entre las élites. No se quiere cambio de rumbo porque el país va por el camino que alcanza para una sociedad solvente de veinte millones de mexicanos, como diría Manuel Aguilera en su artículo de Impacto El Diario (05-12-07).
Para cierta percepción empresarial el país estaría mejor sin los políticos, y estaría mucho mejor si la izquierda no existiera. No se dan cuenta que en la revancha que fraguan, de ser devastadora, se quedarán sin amortiguamiento los conflictos sociales. Entonces, de cumplirse esta aspiración no quedará otro recurso: la coerción desnuda. Se imaginan que la derrota de López Obrador, como en su momento la de Roberto Madrazo, les deja las manos libres. No se preguntan si la derrota de un personaje se convierte en un triunfo de la sociedad. Suponen que muerto el perro se acabo la rabia y ni se preocupan por reducir la desigualdad social que es el vivo reflejo de una sociedad fracasada, del México perdedor, para ponerlo en términos coloquiales de quien gobierna. Frente a la realidad, el espejo de la encuesta y la publicidad termina estrellándose.
La radio y la televisión privada insisten en ser portavoces exclusivos de la ciudadanía, los verdaderos representantes populares por encima de los diputados. Ya se verá de lo que están hechos los políticos, pues nada pasará desapercibido a los ojos y a los intereses de la cúspide del poder mediático. Nada más para dar una probada hay que ver como disminuye la mención en radio y televisión de Manlio Fabio Beltrones y Marcelo Ebrard. Los quieren sacar anticipadamente de la carrera por la Presidencia. Cómo le fue a Jorge Alcocer y cómo le va a Andrés Manuel López Obrador.
La reforma aprobada, así como el primer informe de gobierno de Ebrard, la agenda de Felipe Calderón o la violencia del narcotráfico descargada hacia artistas de la farándula también, no han sido el platillo principal en materia de análisis noticioso. Lo degustado con placer de derechas es la confrontación de AMLO y un sector del PRD en su relación con el Frente Amplio Progresista. Se divide la izquierda, exclaman, como si realmente estuviera unida. Se presenta la información como crisis de la izquierda cuando es una crisis de sus organizaciones. Ya se dijo, la disputa de fondo es una confrontación entre un sector del empresariado contra la clase política en su conjunto. No sólo quieren el poder económico, también quieren el político, cueste lo que cueste.
En qué país estamos. No en el que afirma que el encono quedó atrás. Estamos en el país que heredamos del foxismo, un desastre. Felipe Calderón no haya cómo salir de la situación, está atrapado entre la presión empresarial y los acuerdos entre políticos, en medio una sociedad que a sus carencias le suma la incertidumbre del conflicto entre las élites. No se quiere cambio de rumbo porque el país va por el camino que alcanza para una sociedad solvente de veinte millones de mexicanos, como diría Manuel Aguilera en su artículo de Impacto El Diario (05-12-07).
Para cierta percepción empresarial el país estaría mejor sin los políticos, y estaría mucho mejor si la izquierda no existiera. No se dan cuenta que en la revancha que fraguan, de ser devastadora, se quedarán sin amortiguamiento los conflictos sociales. Entonces, de cumplirse esta aspiración no quedará otro recurso: la coerción desnuda. Se imaginan que la derrota de López Obrador, como en su momento la de Roberto Madrazo, les deja las manos libres. No se preguntan si la derrota de un personaje se convierte en un triunfo de la sociedad. Suponen que muerto el perro se acabo la rabia y ni se preocupan por reducir la desigualdad social que es el vivo reflejo de una sociedad fracasada, del México perdedor, para ponerlo en términos coloquiales de quien gobierna. Frente a la realidad, el espejo de la encuesta y la publicidad termina estrellándose.