Para quienes lo quieran leer, oír
o ver, López Obrador ha tenido claro que el cambio está en el funcionamiento
óptimo de los poderes constitucionales. Eso sí, sin cargar con el costo de los
intermediarios de toda índole que se constituyen en una pared entre el poder público y la
ciudadanía.
En la interpretación política de
los festejos patrios se revelaron dos aspectos: la anulación de los cortesanos
como parte distinguida de la fiesta, la sociedad de los apapachos mutuos entre
el presidente y los predilectos; y del mismo plumazo se dio la anulación del
besamanos en el que eran humillados los otros poderes, el Legislativo y el
Judicial.
Y más allá de la interpretación
o, mejor dicho, sin lugar a interpretación, se confirmó la indelegable cercanía
del presidente de México con el pueblo. Esto sin premeditación, por inclinación
natural y para disgusto de los conservadores que depredaron a partir de cercar
al presidente, por medio del halago y hasta del chantaje, aunque los más
inteligentes haciéndose necesarios por el “lustre” de su arte y saberes.
La confirmación más aproximada
del artículo 40 de la Constitución se compendió en los días patrios: república
democrática, representativa, federal y laica. El cambio se va dando en la
erradicación de la simulación, del hace como que hace; en la reafirmación de
los poderes constitucionales, opacados por la impostura y la suplantación de
los órganos de cultivo de la burocracia dorada. El gobierno, en toda la
extensión de la palabra, está obligado a acatar la ley.
Pero esto apenas comienza.
Todavía la administración en su conjunto, como un todo, no le lleva el paso al
presidente Andrés Manuel. El esfuerzo inédito de comparecer diariamente ante
los medios algunos no lo entienden y se les hace fácil la impropiedad del
lenguaje misógino. Replicar el ritmo presidencial de trabajo no es precisamente
tener presencia en los medios, ni se da en automático, si bien es proporcional
al nivel de responsabilidad comprometida. Sean gobernadores, legisladores, que
se arroguen bajo la insignia de la 4T o los que tienen
nombramiento de la mano directa del titular del Ejecutivo.
Va bien, aunque hasta ahora el
crecimiento económico, la seguridad, la educación y todo lo que incide en la
superación de las desigualdades siga dibujando el perfil de un país injusto. Es
el primer año y mínimo se requerirá de una década para que el orden
constitucional ya no se colisione con el México real, como ha sido por
decenios. Hecho averiguado hace tiempo por Pablo González Casanova.