jueves, 4 de mayo de 2017

Después de Edomex

“si ha de funcionar en la sociedad, toda institución debe tener un correlato en la conciencia.”
Peter L. Berger

Las campañas en Edomex entraron en su segundo mes. No han cambiado los supuestos que inclinarán el fiel de la balanza. El dinero es la carta de triunfo de Alfredo del Mazo. El hartazgo hace lo propio para acelerar la victoria de Delfina Gómez. Mientras, Josefina Vázquez Mota se mantiene atrapada por las disputas al interior de su partido por la nominación de su candidato para contender por la presidencia en el 2018.

Vale considerar, para las corridas electorales mexiquenses en tiempos de la tecnocracia gobernante, el PRI se ha llevado de calle las elecciones para gobernador. Por primera vez se da una competencia apretada. Acontecimientos desesperados/inesperados (atentados) para defender a toda costa un bastión priísta no son descartables, más aún cuando el presidente de la república es producto y representante de la escuela política de Atlacomulco. Pero es una decisión difícil cuando a Enrique Peña Nieto lo detiene el descenso de su popularidad, además, no dispone de un visible bloque empresarial amplio en apoyo al candidato de su partido. Es posible la alternancia en el Estado de México, para lo que sirva.

Sí, para lo que sirva, pues se puede cambiar de partido en el poder, pero no las rutinas de su ejercicio. Más de lo mismo. Alentar el mercado y querer componer con dádivas a los millones de afectados. No he escuchado propuestas que animen la auto organización social como herramienta de desarrollo.

Hacer pronósticos es ocioso, ni para barruntar la contienda presidencial del 2018. Indagar sobre el futuro de las instituciones es crucial. Las instituciones son más que leyes y aparatos públicos, son la práctica consensuada en la que aceptamos el orden inmediato en el que vivimos. Lamentablemente, en México, el proceso reformador está cojo desde el esquema ultraliberal en el que se ha dispuesto. Las reformas, empezando por las iniciadas por Miguel De la Madrid, han tenido un efecto disolvente del respeto y la confianza social: todo se vale, se cuece como consigna de malandrines. Las reformas en el ámbito laboral, por ejemplo, han despojado del mínimo respeto que se les confería a los trabajadores, con ello se ha minado la confianza de un sector organizado de la sociedad.

El problema no es el populismo, como lo postulan los ideólogos del régimen. El problema es el fundamentalismo que opaca las diferencias y considera una razón que aporta certezas para pocos, sin importar las exclusiones. Pensar que existe un orden único que alinea lo social, como si los individuos estuvieran troquelados, es un error de principio. El liberalismo económico, en tanto receta única, es devastador pues no concibe límites. El trabajador del campo y la ciudad, también los recursos naturales, exigen esquemas de protección. Un régimen sin protecciones alienta la inseguridad y la delincuencia.


Mientras, las campañas electorales del 2017 siguen lo trillado, lodo incluido.
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