Recién, Marcelo Ebrard puso el
recurrente e irresuelto tema de la seguridad en el país. El plan Ángel. Aquí no
lo polemizo por la sencilla razón de que no lo he leído. Sólo me interesa
refrescar una idea expuesta en otra de las entradas del blog y quiero
radicalizarla con una cruda hipótesis.
Respecto al crimen organizado hay
un antes y un después datado por el año de 1983. Antes, los sujetos dedicados a
este negocio no eran identificados como cárteles, ni hacían uso descarado de la
violencia letal. El Ejército los ponía en tono de bajo perfil. A partir de
1983, con los vientos del “libre comercio”, la “democracia electoral”, los
Derechos Humanos” y el “Estado de Derecho”, es cuando en México se comienza a
hablar públicamente de los cárteles y se vuelve endémica la violencia desatada
por las organizaciones criminales, con el aliño de los narco corridos y de
estrambótico fervorín religioso.
Si es cuestión de la policía, la
compran o abaten. Si es cuestión de leyes, corrompen a los jueces. Si se usa la
tecnología, la apagan o borran archivos. Los delincuentes se salen con la suya.
Lo que es peor, han aprendido a parasitar “el libre comercio”, la “democracia
electoral”, los derechos humanos” y el estado de derecho.” Con el agregado
espeluznante, tienen el monopolio en cuanto a la ejecución de homicidios se
trata. Se entró al peor de los mundos y se sigue ahí. El enfoque social de ir a
las “causas”, resumida por los índices de marginación económica y social, como
si los pudientes, los millonarios y las clases medias, estuvieran ajenos a los
fluidos del crimen.
Bajo un enfoque que llamó de
economía política, se ve con otro cristal a la delincuencia organizada. Este es
un orden de producción (bienes y servicios), distribución y consumo. En este
marco subyace un enfoque empresarial: donde hay demanda siempre habrá alguien
dispuesto a obtener un lucro. El dinero es el energético de las actividades
delictivas. Son los jefes de la organización criminal, que como cualquier
individuo incapaz de ponerle límite a sus ambiciones materiales, los que se
hacen de propiedades, de autos de lujo y joyas sin el filtro de la formalidad.
Además de presumir su virilidad tomando más de una mujer. Los subjefes presumen
sus trocas, su buchona y al grupo de sicarios a su servicio. En el estrato inmediato
inferior les alcanza para tener un coche, frecuentar los prostíbulos, además de
embriagarse y drogarse para soportar la refriega de las jornadas de acción. En
el estrato más bajo se encuentran los que sólo buscan sobrevivir, bajo amenaza
o por dinero sirven a la organización. Un ejemplo de esto último es la marcha
del grupo Los Ardillos, en la ciudad capital del estado de Guerrero,
Chilpancingo. Integrada por cinco mil marchistas, puede simbolizar una base
social, al tiempo que representan potenciales condenados a muerte.
A la búsqueda del lucro se liga
el mecanismo de la ejecución. La capacidad de matar al semejante sin reparos
morales. La muerte. Llegado a este punto la delincuencia se diversifica. Cobro
de piso, lavado de dinero, secuestro. El lavado no precisamente tiene que ser
muy elaborado en operaciones financieras. También ocurre que se lava, en los
pueblos y en los barrios, en pequeños comercios, actividades agrícolas,
ganaderas, forestales y hasta turísticas. De ese tamaño es el animal.
Algún día se lamentará el haber
echado en saco roto la propuesta de la Constitución Moral. La ventana que abrió
el presidente López Obrador fue tapiada por las élites, la llamada sociedad
civil organizada y las organizaciones sociales.
Hay otro proceso paralelo y de
larga data, la individuación. Atañe a la sociedad global, no sólo a la sociedad
mexicana. Es el de la autoconciencia del individuo que se asume separado o por
encima de los vínculos sociales a los que pertenece. Si los llega a reconocer
trata de someterlos a su arbitrio. Esto viene de muy lejos. La individuación se
asoma en los mitos de Hércules, Ulises, Narciso Tiene su desarrollo moderno en
la figura de Robinson Crusoe, en el mito del self made man. Entonces el
egocentrismo sustituyó el orden ecuménico. En ese cambio considerado “civilizatorio”,
el ser humano dejó de considerarse habitante del mundo, el marco trascendente
se redujo a los límites del espejo, el ombligo como espacio vital. La humanidad
perdió altura de miras, se dejó de mirar al cielo una vez que los dioses fueran
expulsados de ese infinito espacio. También fueron expulsadas las divinidades
de la naturaleza. La grandeza del Nayar quedó aniquilada.
Desde el desconcierto, reducir al
crimen organizado parece imposible.