En la llamada guerra contra del narcotráfico ha quedado atrapado el Ejército Mexicano, la Marina y la Fuerza Aérea. Desde el principio se supo, se advirtió el derramamiento de sangre. Se hizo énfasis de que no se trataba de una guerra relámpago y que, por lo tanto, trascendería temporalmente los términos del actual sexenio. También se sabía que no existía el marco jurídico para cubrir la acción del Ejército, se atenía el Ejecutivo a las facultades metaconstitucionales de la Presidencia, tan socorridas en circunstancias en las que se pasa por encima de la ley con el pretexto de defenderla.
Terrible paradoja que tiene a los militares en el ojo del huracán, pues saben que los caídos a manos de los militares y que son muertos en la doble calidad de civiles y no delincuentes (inocentes) son fuente inocultable de desprestigio para las fuerzas armadas.
No se privilegió la forma y se prefirió el atajo de los hechos consumados. A contracorriente se quiere apresurar una legislación que cubra la operación de los militares sin cuestionarse que esa cobertura legal mañana se puede establecer como una dictadura institucionalizada.
Esa ha sido la estrategia de Felipe Calderón que todos piden modificar, salvo la conspicua excepción de los Estados Unidos. Es de preguntarse si esta “guerra” fue concebida e implementada desde las capacidades estratégicas del Presidente y sus colaboradores íntimos. Es de dudarse, pues quien cosecha a lo largo de su gestión proyectos truncos escasa mente estratégica se le puede atribuir.
Aquí asiste una génesis de la estrategia que no encaja en el perfil del gabinete de gobierno, parece como si el gabinete de seguridad se dedicara a acatar instrucciones provenientes de otro Estado, de ahí que se pudiera entender el malestar de un sector de los militares mejor estructurados en cuanto a disciplina estratégica se refiere. Si esto es así, de nada sirve que se legisle sobre seguridad y se le den todas las coberturas al Ejército, pues de origen en esta “guerra” el gobierno está siendo conducido por quienes tienen la patente de la estrategia.
El país está inmerso dentro de un proceso de cesión de la toma de decisiones a la voluntad de Washington, proceso que de manera clara inicio con Ernesto Zedillo bajo la batuta de Bill Clinton y que con Felipe Calderón está por concluirse, ya sea por su aceptación definitiva o por el rechazo que provenga de la sociedad y de las fuerzas políticas que se opongan a la desaparición del imaginario llamado soberanía. Esto último se ve más difícil pues la estrategia ha servido para minar el otrora orgullo de los mexicanos. En estos tiempos ese orgullo queda al resguardo del balompié nacional, para maldita la cosa.
Los Estados Unidos si saben lo que no quieren, a López Obrador y al PRI. En este juego el presidente Calderón es lo de menos. Felipe está en lo suyo, la trova:
“La juma de ayer/ ya se me pasó
Estas es otra juma/ la que traigo hoy”
¡Salud!