viernes, 27 de septiembre de 2019

En sus letras


Llegué tarde a la marcha conmemorativa por los cinco años de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa. Se me fue. Cuando los manifestantes ya estaban en la plaza del zócalo, no lo sabía, salí del metro en la estación Allende. Bajo la errónea suposición de que la marcha seguía en curso a su destino, tomé camino hacia la avenida Juárez. Comencé a “leer” las pintas, lo que querían decir o dar a entender, acompañadas de una simbolización común, el de la A mayúscula encerrada en un círculo. Mostrar la identidad política con el anarquismo y sin el menor esfuerzo de explicarle al transeúnte qué es el anarquismo.

Entre el Eje Central Lázaro Cárdenas y Balderas, la avenida Juárez -recorrido turístico por excelencia de la Ciudad de México- con su oferta de tiendas, restaurantes, hoteles, librerías, sede de Juzgados y del Museo Memoria y Tolerancia, mostraba sus edificios dañados en sus fachadas. Unos más que otros. No había pánico, pero sí consternación de empleados. Una calma soportable e inexplicable en ese momento ¿Qué pasó? La policía haciendo reporte de daños. Trabajadores de CDMX recogiendo escombro y restaurando. La gente tomando fotografías.

Las pintas en contra del capitalismo, de la 4t, de Hernández Juárez. Murillo Karam, Tomás Zerón y Enrique Peña Nieto no estaban en la lista de adversarios de los anarquistas. Llamaron mi atención unas letras: Miguel Peralta +43. Un mensaje cifrado para cualquiera de los que deambulábamos por ahí.

A “googlear” se ha dicho. El buscador me lleva a la página KÉHUELGA.NET RADIO https://kehuelga.net/spip.php?article6453 publicación en homenaje a la huelga estudiantil de 1999 en la UNAM. Allí se dice que Miguel Peralta Betanzos es un preso político oaxaqueño al que se le ha dictado una condena de 50 años de cárcel por los cargos de tentativa de homicidio calificado y homicidio calificado. A esta persona la agregan a los desaparecidos de Ayotzinapa -por eso +43- pero no está desaparecido, está en prisión. Su caso es ajeno al expediente de la noche de Iguala. La condición exacta de su encarcelación a lo mejor lo hace elegible para ser beneficiado de la Ley de Amnistía que el Ejecutivo ingreso al Congreso en septiembre.


La autoridad tiene tecnología para encontrar las identidades que forman este colectivo embozado. Localizarles para fincarles cargos y evitarnos las etiquetas que son solo humo.

Al margen. Hay que recordar que han existidos expresiones estudiantiles de protesta estigmatizadas en nuestra memoria colectiva. Por ejemplo, los “Enfermos” de las universidades de Sinaloa y Sonora. También quienes tomaron el edificio de la Rectoría de la UNAM, Mario Falcón y Castro Bustos. Y de lo más cercano, el movimiento del CGH de fines del siglo pasado en la UNAM, la huelga que duró diez meses. Historias distintas al Movimiento del 68, a la postre criadero de funcionarios o del CEU, con su generación de políticos y periodistas.

Lo que aquí pongo a consideración es insignificante ante el bombardeo de imágenes de la televisión concesionada y de las redes sociales. Caída la noche, el recordatorio de la noche de Iguala quedó empañado.

domingo, 22 de septiembre de 2019

Arrastrando la inseguridad


Los problemas de seguridad han golpeado a la generación “millennial”. Es una desgraciada coincidencia y la anoto para indicar que la inseguridad actual no tiene antecedente inmediato de tal envergadura. Como hace mucho no se veía, al menos desde la violencia de la guerra cristera (1926-1929, con intermitencias hasta el cardenismo), la seguridad está impactada por la gran cantidad de asesinatos dolosos. Crímenes masivos, de género, intrafamiliares, resultado de un asalto o por ajusticiamiento entre bandas delictivas. Algo pasó y no lo hemos enfocado. Antes la violencia provenía casi exclusivamente del Estado posrevolucionario y quienes lo enfrentaron con violencia, las guerrillas, no tuvieron mayor éxito. Un acto de valentía ilusa por parte de los guerrilleros.

Todo parecía que México estaría en mejores condiciones de seguridad con la liberalización política de fines de los setentas y la liberalización económica desde los años ochenta. La seguridad no aparecía en la lista de prioridades, muchos menos barruntaron su quiebre. Pero las modificaciones tuvieron por guion reducir las capacidades del Estado por autoritario y corrupto. El aparato de seguridad quedó a la orden del mejor postor. De repente la gente en las ciudades consideró necesario cerrar calles, instalar rejas y plumas de metal como parte del mobiliario urbano. Las libertades conquistadas se convirtieron en caminos de la codicia, se puso en un callejón sin salida la movilidad social y se promovió la desigualdad social en nombre de la modernidad y la excelencia. La utopía “neoliberal” se hizo para las élites.

Lo que vino a explotar la escalada de la inseguridad, hay que repetirlo hasta que acepten su error y pidan disculpas a los mexicanos, fue la declaración de guerra en contra del crimen organizado por parte de Felipe Calderón. Después se quiso restarle difusión a los hechos delictivos como manera de atenuarlos en el imaginario. Ni eso se logró. La inseguridad continuó galopante.

El problema de la inseguridad está allí, la llegada de López Obrador a la presidencia de la república no ha tenido el resultado de contener la inseguridad. Un cambio no tiene resultados inmediatos y la inseguridad se convierte en arma arrojadiza de la oposición. No es suficiente tratar de restar base social a la delincuencia organizada a través de la política social, no en lo inmediato. Como tampoco ha sido suficiente encarar la inseguridad como un asunto de policías contra ladrones cuando el marco legal de la justicia juega en beneficio de los malandros.


Se necesitan economistas, no solo penalistas, para que visualicen a la delincuencia organizada -promotora de la inseguridad- en un esquema de mercado. Tiene sentido en cuanto a tráfico de armas y de drogas. Milton Friedman postuló hace años que si hay demanda y oferta la salida es la legalización. El caso es que el crimen organizado ha diversificado sus actividades (asalto, extorsión, secuestro) por eso es de interés ampliar el enfoque económico que nos informe de su inserción. Estimación de su incidencia en el PIB, de agentes participantes que lo componen, ramificaciones y efectos sobre el comercio. Tener la dimensión de algo que rebasa el simple enquistamiento del crimen en las actividades productivas. Por eso es difícil de hacerlo caer.

Y si se quiere agregar complejidad se tendría que apreciar a la delincuencia organizada como una estructura de poder, no solo por ser capaz de usar la fuerza y capturar recursos de los ciudadanos (Charles Tilly), sino por las redes que tiende con empresas y autoridades. Es ahí donde se encuentran las resistencias. Con reticencias para aceptar la extinción de dominio por considerarlo un ataque al derecho de propiedad. Con avances en las leyes al considerar la corrupción y el robo de combustibles delitos penales. Si la estrategia es cortar los intercambios entre autoridades, empresas y organizaciones delictivas el camino es sinuoso y hay que intentarlo. Ya empiezan a poner pies en polvorosa.

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