domingo, 22 de septiembre de 2019

Arrastrando la inseguridad


Los problemas de seguridad han golpeado a la generación “millennial”. Es una desgraciada coincidencia y la anoto para indicar que la inseguridad actual no tiene antecedente inmediato de tal envergadura. Como hace mucho no se veía, al menos desde la violencia de la guerra cristera (1926-1929, con intermitencias hasta el cardenismo), la seguridad está impactada por la gran cantidad de asesinatos dolosos. Crímenes masivos, de género, intrafamiliares, resultado de un asalto o por ajusticiamiento entre bandas delictivas. Algo pasó y no lo hemos enfocado. Antes la violencia provenía casi exclusivamente del Estado posrevolucionario y quienes lo enfrentaron con violencia, las guerrillas, no tuvieron mayor éxito. Un acto de valentía ilusa por parte de los guerrilleros.

Todo parecía que México estaría en mejores condiciones de seguridad con la liberalización política de fines de los setentas y la liberalización económica desde los años ochenta. La seguridad no aparecía en la lista de prioridades, muchos menos barruntaron su quiebre. Pero las modificaciones tuvieron por guion reducir las capacidades del Estado por autoritario y corrupto. El aparato de seguridad quedó a la orden del mejor postor. De repente la gente en las ciudades consideró necesario cerrar calles, instalar rejas y plumas de metal como parte del mobiliario urbano. Las libertades conquistadas se convirtieron en caminos de la codicia, se puso en un callejón sin salida la movilidad social y se promovió la desigualdad social en nombre de la modernidad y la excelencia. La utopía “neoliberal” se hizo para las élites.

Lo que vino a explotar la escalada de la inseguridad, hay que repetirlo hasta que acepten su error y pidan disculpas a los mexicanos, fue la declaración de guerra en contra del crimen organizado por parte de Felipe Calderón. Después se quiso restarle difusión a los hechos delictivos como manera de atenuarlos en el imaginario. Ni eso se logró. La inseguridad continuó galopante.

El problema de la inseguridad está allí, la llegada de López Obrador a la presidencia de la república no ha tenido el resultado de contener la inseguridad. Un cambio no tiene resultados inmediatos y la inseguridad se convierte en arma arrojadiza de la oposición. No es suficiente tratar de restar base social a la delincuencia organizada a través de la política social, no en lo inmediato. Como tampoco ha sido suficiente encarar la inseguridad como un asunto de policías contra ladrones cuando el marco legal de la justicia juega en beneficio de los malandros.


Se necesitan economistas, no solo penalistas, para que visualicen a la delincuencia organizada -promotora de la inseguridad- en un esquema de mercado. Tiene sentido en cuanto a tráfico de armas y de drogas. Milton Friedman postuló hace años que si hay demanda y oferta la salida es la legalización. El caso es que el crimen organizado ha diversificado sus actividades (asalto, extorsión, secuestro) por eso es de interés ampliar el enfoque económico que nos informe de su inserción. Estimación de su incidencia en el PIB, de agentes participantes que lo componen, ramificaciones y efectos sobre el comercio. Tener la dimensión de algo que rebasa el simple enquistamiento del crimen en las actividades productivas. Por eso es difícil de hacerlo caer.

Y si se quiere agregar complejidad se tendría que apreciar a la delincuencia organizada como una estructura de poder, no solo por ser capaz de usar la fuerza y capturar recursos de los ciudadanos (Charles Tilly), sino por las redes que tiende con empresas y autoridades. Es ahí donde se encuentran las resistencias. Con reticencias para aceptar la extinción de dominio por considerarlo un ataque al derecho de propiedad. Con avances en las leyes al considerar la corrupción y el robo de combustibles delitos penales. Si la estrategia es cortar los intercambios entre autoridades, empresas y organizaciones delictivas el camino es sinuoso y hay que intentarlo. Ya empiezan a poner pies en polvorosa.

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