43 estudiantes desaparecidos,
después del ataque de policías municipales de Iguala, Guerrero, a una
movilización de la Normal Rural Isidro Burgos. 26 de septiembre de 2014 es ya efemérides.
Estos hechos violentos han tenido
recepción tal en la sociedad civil, al grado de incentivar marchas de protesta
por todo el país.
Es lo que se ve en la superficie.
Pero, qué hay en el fondo: el destape de un orden político que no encuentra
como cubrir abusos e iniquidades provenientes de su propia configuración
ejercidos en contra de la población. Orden político que desborda su recipiente
electoral, formalmente democrático.
Si bien el proceso reformador de
estructuras, con sus tres décadas a cuestas de implantación y ejecución, no ha
modificado patrones de corrupción e impunidad del sistema. El sistema si ha
sufrido alteraciones en la valencia de sus actores en varios puntos:
Disminución de la rectoría del
Estado, sustituida por mecanismos de “mercado” (La reforma energética es la
culminación de ese proceso).
Fin del pacto Estad-campesinos
con la finalización del reparto agrario (Ley Agraria de 1991).
Fin del pacto entre obreros y el
Estado, después de suprimirse la tutela del Estado en materia laboral (Reforma
liquidadora de la Ley Federal del Trabajo de 2013).
Fin del pacto del Estado con el
magisterio, brazo político electoral del régimen en turno (Cancelado con la
reforma educativa del 2013).
Esto por lo que se refiere a la
base social del régimen. Pero el nuevo arreglo no se detiene ahí, en
privilegiar la interlocución de los gobernantes con la cúpula empresarial.
Las sucesivas reformas
electorales, además de servir de sustento a una clase política parasitaria, han
prohijado el protagonismo de los gobernadores (Si se fijan, lo que va del siglo
habría quedado presidido por presidentes que primero fueron gobernadores, nada
más que los empresarios le cerraron la puerta a López Obrador ante la mirada
impotente del ya fenecido Instituto Federal Electoral).
Los gobernadores ya no tienen el
filtro presidencial que los ungía, tienen su fuerza propia, hasta cierto punto,
pues se ha generado una dependencia fuera de la ley con el crimen organizado.
Mientras antes el Estado modulaba y contenía la acción del narcotráfico a
través de los jefes de zona militar.
El nuevo performance de los gobernadores
se convirtió en la oportunidad de los criminales organizados para llegar a
nuevos “arreglos” –para empezar el llamado maxiproceso de Mario Villanueva en
Quintana Roo- e imponer condiciones hasta en municipios como el de Iguala, en
boca de todos.
Si este es el fondo, entonces nos
podemos explicar la proliferación incontinente de sucesos criminales. Descifrar
la cara de angustia del procurador general de la república. Predecir un año difícil
para la autoridad electoral pues se estremecen sus parámetros de
autorreferencia, de contar y validar votos, sin capacidades para afrontar
consecuencias perversas de la intromisión del dinero sucio en las campañas
¡Precisamente lo que quería evitar Ernesto Zedillo con su reforma política!
Ironía de la historia.
No es la primera vez que irrumpe
el protagonismo de los gobernadores, fue un síntoma del fin de la dictadura
porfirista. Acordarse del papel de Venustiano Carranza.
Como recomendar a Mary
Shelley y su Frankenstein, para
lectura de los reformadores.