martes, 25 de abril de 2023

Cuidar la libertad

La primera experiencia de un gobierno de izquierda emanado de una disputa abierta y plural, democrática en el sentido electoral, es consistente con el ejercicio pleno de la libertad de expresión, opinión o prensa. Esa es la experiencia que se vive en el régimen de la cuarta transformación, nada parecido a lo ocurrido décadas atrás. Decir que en México hay una dictadura es totalmente desproporcionado y fuera de la realidad sensible. La libertad está garantizada pese al embate de los que producen noticias falsas, de los sicarios asesinos de periodistas o de los grandes medios de radio y televisión que se prodigan en el terrorismo informativo al priorizar la difusión de la nota roja. Hay financiamiento y estructura para que, en el ejercicio de la libertad se le dañe de manera deliberada o inconsciente. Una paradoja crítica, filosa.

Aceptemos que los tiempos de la sucesión están en marcha y sólo la miopía normativista no los ve. “El que tenga ojos que mire”. Esa disputa exacerba los embates de las anticipadas campañas negras, las cuales dan forma a una imagen terrible e irremediablemente descompuesta del país. Desde la oposición y desde la ansiosa militancia de MORENA, los ejércitos comunicacionales de que disponen no pedirán ni concederán cuartel. Entrados al tobogán, la libertad discurrirá en la paradoja mencionada. Me temo que no se cuenta con las autoridades, administrativa y judicial, que contribuyan a discernir o aclarar entre un ejercicio de la libertad a la morbidez de un uso de la libertad perturbador.

En los inicios del sexenio se hizo la convocatoria de Andrés Manuel López Obrador para darnos una Constitución Moral. Su avance le hubiera otorgado al país entero de un marco trascendente voluntario y no rígido como la ley, para tratarnos en todos los ámbitos de la vida: la naturaleza, lo social, lo político y lo privado. Para decirlo rápido, la oposición y las élites descalificaron la propuesta, según ellas porque la intromisión del Estado tendría una deriva totalitaria pues le está vedado intervenir en cuestiones dirimibles internamente por cada individuo. La moral no se impone se dijo, aunque hubo convocatoria participativa para no darle ese carácter de diktat. El caso fue la destilación de una Guía Ética que pronto alcanzó el olvido. Dirán, a esa página ya se le dio la vuelta y a otra cosa mariposa. Pero es precisamente la página saltada o no suficientemente leída la que hace falta para desahogar el proceso de la sucesión presidencial. Los intelectuales que soberbiamente rechazaron la posibilidad de edificar un marco trascendente lo hicieron porque no tienen moral (son amorales) o dicen tenerla sin ningún efecto congruente hacia el prójimo (son inmorales).

Se sigue enfocando erróneamente la ética o la moral como una serie de reglas a cumplir, impuestas por la religión o la llamada urbanidad. Siguen sin comprender que la moral no es cuestión del individuo aislado, sino que sólo tiene sentido en la alteridad, si a la persona -cualquiera- le asiste la gracia de ponerse a disposición del otro sin una decantación esclavista o de servidumbre.

Y frente a ese abismo el país encara la sucesión.

La pregunta de la actual coyuntura plantea ¿Es un asunto serio la moral? Lo es para sociedades antiguas y modernas que inventaron o se sumaron a la segmentación propuesta por el surgimiento del Estado, la propiedad, y la religión, el mundo civilizado. Es el caso actual de México. Pero hubo sociedades en las cuales la adaptación ecológica y la representación simbólica bella, eficaz y precisa de la realidad fue suficiente para lidiar con uno mismo, nuestros semejantes y la naturaleza. Esas sociedades desaparecieron, se asimilaron a la civilización o forman parte de la cultura de resistencia.



Sin moral no hay libertad duradera.

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