La primera experiencia de un gobierno de izquierda emanado de una disputa abierta y plural, democrática en el sentido electoral, es consistente con el ejercicio pleno de la libertad de expresión, opinión o prensa. Esa es la experiencia que se vive en el régimen de la cuarta transformación, nada parecido a lo ocurrido décadas atrás. Decir que en México hay una dictadura es totalmente desproporcionado y fuera de la realidad sensible. La libertad está garantizada pese al embate de los que producen noticias falsas, de los sicarios asesinos de periodistas o de los grandes medios de radio y televisión que se prodigan en el terrorismo informativo al priorizar la difusión de la nota roja. Hay financiamiento y estructura para que, en el ejercicio de la libertad se le dañe de manera deliberada o inconsciente. Una paradoja crítica, filosa.
Aceptemos que los tiempos de la
sucesión están en marcha y sólo la miopía normativista no los ve. “El que tenga
ojos que mire”. Esa disputa exacerba los embates de las anticipadas campañas
negras, las cuales dan forma a una imagen terrible e irremediablemente
descompuesta del país. Desde la oposición y desde la ansiosa militancia de
MORENA, los ejércitos comunicacionales de que disponen no pedirán ni concederán
cuartel. Entrados al tobogán, la libertad discurrirá en la paradoja mencionada.
Me temo que no se cuenta con las autoridades, administrativa y judicial, que
contribuyan a discernir o aclarar entre un ejercicio de la libertad a la
morbidez de un uso de la libertad perturbador.
En los inicios del sexenio se
hizo la convocatoria de Andrés Manuel López Obrador para darnos una
Constitución Moral. Su avance le hubiera otorgado al país entero de un marco trascendente
voluntario y no rígido como la ley, para tratarnos en todos los ámbitos de la
vida: la naturaleza, lo social, lo político y lo privado. Para decirlo rápido,
la oposición y las élites descalificaron la propuesta, según ellas porque la
intromisión del Estado tendría una deriva totalitaria pues le está vedado
intervenir en cuestiones dirimibles internamente por cada individuo. La moral
no se impone se dijo, aunque hubo convocatoria participativa para no darle ese
carácter de diktat. El caso fue la destilación de una Guía Ética que
pronto alcanzó el olvido. Dirán, a esa página ya se le dio la vuelta y a otra
cosa mariposa. Pero es precisamente la página saltada o no suficientemente
leída la que hace falta para desahogar el proceso de la sucesión presidencial.
Los intelectuales que soberbiamente rechazaron la posibilidad de edificar un
marco trascendente lo hicieron porque no tienen moral (son amorales) o dicen
tenerla sin ningún efecto congruente hacia el prójimo (son inmorales).
Se sigue enfocando erróneamente
la ética o la moral como una serie de reglas a cumplir, impuestas por la
religión o la llamada urbanidad. Siguen sin comprender que la moral no es
cuestión del individuo aislado, sino que sólo tiene sentido en la alteridad, si
a la persona -cualquiera- le asiste la gracia de ponerse a disposición del otro
sin una decantación esclavista o de servidumbre.
Y frente a ese abismo el país encara
la sucesión.
La pregunta de la actual
coyuntura plantea ¿Es un asunto serio la moral? Lo es para sociedades antiguas
y modernas que inventaron o se sumaron a la segmentación propuesta por el
surgimiento del Estado, la propiedad, y la religión, el mundo civilizado. Es el
caso actual de México. Pero hubo sociedades en las cuales la adaptación
ecológica y la representación simbólica bella, eficaz y precisa de la realidad
fue suficiente para lidiar con uno mismo, nuestros semejantes y la naturaleza.
Esas sociedades desaparecieron, se asimilaron a la civilización o forman parte
de la cultura de resistencia.
Sin moral no hay libertad
duradera.