viernes, 14 de septiembre de 2007

Días explosivos

Explosiones sacuden al país. Unas son reales, otra también. En unas hay dinamita, en otra mísiles mediáticos. No hay evaluación concluyente de la magnitud de las explosiones pues el recuento de los daños está en proceso. Una lección se puede adelantar, un país donde se descuida el quehacer político es un país que se encamina hacia la inviabilidad.

Domingo 9 de septiembre por la noche, transitando por el semidesierto de Coahuila, un trailer acaba de salir de Monclova con un cargamento de más de 20 toneladas de explosivos y tiene como destino el estado de Colima. El plan de la ruta intempestivamente queda roto fatalmente. Una camioneta abandona su carril e invade el de sentido contrario para impactarse con el trailer. Treinta minutos después, lo que parecía un simple choque de carretera se transforma en una explosión con más de treinta muertos y 250 heridos. ¿Qué se dejó de hacer? No se cumplió con la norma que instruye, al traslado de materiales explosivos o peligrosos, hacerse acompañar por una escolta o formar un convoy. La explosión revela una falta de autoridad, un vacío imperdonable. Igualmente imperdonable es la voracidad de la empresa encargada de transportar los explosivos por no acatar la norma. Para algunos empresarios, la explosión de la mina de Pasta de Conchos en febrero de 2006 no fue suficiente.

Madrugada del lunes 10 de septiembre. En los estados de Veracruz y de Tlaxcala se da una serie de seis explosiones en ductos de la empresa paraestatal PEMEX. Un sabotaje que arroja pérdidas millonarias no sólo a la empresa directamente afectada, sino a un conjunto de actividades que dependen de los suministros de la paraestatal. El atentado se lo atribuye el Ejército Popular Revolucionario, esgrimiendo la misma demanda de hace dos meses, cuando provocó otras explosiones para la misma empresa en Guanajuato y Querétaro. La presentación y liberación de dos de sus miembros que suponen en manos de la autoridad federal o del estado de Oaxaca. La autoridad falla dos veces, no informa sobre los desaparecidos, ni redobla la vigilancia sobre las instalaciones de PEMEX. El vacío de la autoridad se repite y amenaza en convertir la omisión en conducta gubernamental.

Martes 11 de septiembre por la tarde. Quinto piso de la Torre El Caballito, sede de trabajo alterno de los senadores de la república. La Cámara de la Industria de la Radio y la Televisión asiste a una audiencia para exponer su posicionamiento sobre la reforma electoral. Exposición prescindible de su literalidad para resaltar el otro significado. Donde se afirmaba defender la libertad de expresión se traducía como defender el robo en despoblado. Donde se decía soy periodista se entendía soy empleado de Televisa o de TV Azteca. No aguantaron el debate de altura, estaban incómodos, la atmósfera les pesaba, los más inteligentes de entre los medios guardaban silencio. Su incapacidad deliberativa la colmaron cuando pusieron a ladrar al perrito feliz de Olegario Vázquez Raña y disfrazaron a un abogado de Gordolfo Gelatino de nueva generación. La defensa de los empresarios de la radio y la televisión fue desastrosa. Lo peor es que siguen ladrando y no tienen para cuando parar. Esta explosión ha tenido mayor exposición por los actores afectados que defienden lo conquistado con tanta enjundia, y mucho más recursos, que los macheteros de Atenco cuando defienden sus tierras.

Estos días explosivos no son fortuitos, están relacionados con un proceso, que en la forma de transición democrática y apertura económica (fingida en ciertos tramos), en el fondo es una disputa de los grupos empresariales por minimizar a los actores políticos institucionales y arrebatarles sus capacidades de decisión pública. Ha sido un proceso largo, iniciado claramente en los setentas, redoblado desde 1982, que en su empuje sostenido ha terminado por debilitar a la clase política debilitando la conducción del Estado. Por eso la reforma del Estado, en su vertiente de reforma política, ha unificado a las tres fuerzas políticas más influyentes del país. Es una cuestión de sobre vivencia, si no lo hacen ahora los políticos habrán aceptado convertirse en empleados de un país llamado México, S. A.

El curso de la legislación sobre la reforma constitucional electoral sigue en la incertidumbre, no obstante avanza. Nadie se acuerda del alto funcionario que declaró la ruptura de la negociación. Se está a la espera de otra explosión, la de Felipe Calderón, quien tarde o temprano tendrá que definirse, empezando por su gabinete que en nada le ayuda.

martes, 11 de septiembre de 2007

Schillerianos

Para no creerse. Luis Carlos Ugalde, saltando de televisora a radiodifusora, cual Mosh sin rastas. Las televisoras salen a defender su rebanada de pastel como macheteros de Atenco del espacio radio-eléctrico. Todo en la insensata desproporción de que aquí siempre los intereses particulares o de grupo someten al interés público hasta socavar a las instituciones. En nombre de los ciudadanos y contra el autoritarismo, el barullo saca de foco lo central. El arreglo político electoral de 1996 ya dio de sí, por eso su modificación. Los actuales Consejeros del IFE son parte de ese arreglo caduco.

Como toda reforma, su planteamiento en sí mismo es una redistribución de poder e influencia. Desagraciadamente, la plutocracia imperante quiere asegurar sus ganancias y tener control político de los actores. Así entienden su “democracia”, su democracia de telenovela, donde la ciudadanía es sinónimo de teleaudiencia pasiva, adiestrada para ser encuestada. Y sí tienen madre.

Democracia de telenovela reciclable, de héroes ñoños y villanos favoritos, sin importar el drama verdadero en el que se precipita a toda una sociedad.

Para no pocos es una exageración darle el rango de drama a la telenovela. Seamos exagerados y tomemos algunos contenidos aislados, más no así tramas completas de los dramas de Friedrich Schiller. Sin hacer analogía, mucho menos homologación, construyamos ese lente dramático y pongámosle en medio, entre nuestros ojos y la realidad. Dramas con exposición de sangre derramada, tomando piezas históricas de Estados no modernos, sin idea de ciudadanía.

Los Bandidos, primer drama de Schiller que tiene entre sus contenidos la delincuencia como opción de vida. Esta se alimenta en el desajuste emocional del primogénito Karl Moor en su relación filial con el Viejo Moor, atizada por la insidia de su hermano menor Franz.

La conjuración de Fiesco, donde aparece la traición de Verrino al liquidar al Conde de Lavaña (Fiesco) como el acto que derrumba un proyecto pretendidamente republicano que estaba en trance de realizarse.

Intriga y amor, las reglas inflexibles que dividen a la sociedad hacen imposible el matrimonio entre el hijo de un alto funcionario y la hija de un modesto pianista, sirven de encuadre para la puesta en escena del desacato de Fernando a las insoportables órdenes de la autoridad (paterna).

Don Carlos, infante de España, presenta el dominio de lo público como asunto de familias privilegiadas, el enfrentamiento de padre e hijo (Felipe II y Don Carlos, el príncipe heredero) por los afectos de Isabel de Valois (Esposa y madrastra) que pone en tensión la lealtad política.

María Estuardo, la disputa del poder entorno al tema de la legitimidad entre la descendiente directa al trono de Inglaterra, la reina de Escocia, y su competidora bastarda, Isabel.

La Doncella de Orleáns, humilde pastora, refractaria a la llama del amor, introvertida y receptora de mensajes divinos que la llevan a salvar a Francia del invasor inglés, donde fe y nacionalismo se encuentran para salvar a la patria.

Guillermo Tell, aldeanos diversos (propietarios, pescadores, pastores, artesanos) habitantes de los cantones suizos, son vejados por autoridades que se resguardan a la sombra del Imperio de Austriaco configurando la existencia de un pueblo agraviado.

Los contenidos resaltados en negritas no son extraños a la actualidad política mexicana, no sin dejar de considerar que el nacionalismo no se ha inflamado. Lo expuesto con el ánimo de hacer una recomendación a los actores políticos y líderes en general: no sean schillerianos en este mes patrio, ni nunca jamás. Al menos en el sentido dramático.
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