martes, 11 de septiembre de 2007

Schillerianos

Para no creerse. Luis Carlos Ugalde, saltando de televisora a radiodifusora, cual Mosh sin rastas. Las televisoras salen a defender su rebanada de pastel como macheteros de Atenco del espacio radio-eléctrico. Todo en la insensata desproporción de que aquí siempre los intereses particulares o de grupo someten al interés público hasta socavar a las instituciones. En nombre de los ciudadanos y contra el autoritarismo, el barullo saca de foco lo central. El arreglo político electoral de 1996 ya dio de sí, por eso su modificación. Los actuales Consejeros del IFE son parte de ese arreglo caduco.

Como toda reforma, su planteamiento en sí mismo es una redistribución de poder e influencia. Desagraciadamente, la plutocracia imperante quiere asegurar sus ganancias y tener control político de los actores. Así entienden su “democracia”, su democracia de telenovela, donde la ciudadanía es sinónimo de teleaudiencia pasiva, adiestrada para ser encuestada. Y sí tienen madre.

Democracia de telenovela reciclable, de héroes ñoños y villanos favoritos, sin importar el drama verdadero en el que se precipita a toda una sociedad.

Para no pocos es una exageración darle el rango de drama a la telenovela. Seamos exagerados y tomemos algunos contenidos aislados, más no así tramas completas de los dramas de Friedrich Schiller. Sin hacer analogía, mucho menos homologación, construyamos ese lente dramático y pongámosle en medio, entre nuestros ojos y la realidad. Dramas con exposición de sangre derramada, tomando piezas históricas de Estados no modernos, sin idea de ciudadanía.

Los Bandidos, primer drama de Schiller que tiene entre sus contenidos la delincuencia como opción de vida. Esta se alimenta en el desajuste emocional del primogénito Karl Moor en su relación filial con el Viejo Moor, atizada por la insidia de su hermano menor Franz.

La conjuración de Fiesco, donde aparece la traición de Verrino al liquidar al Conde de Lavaña (Fiesco) como el acto que derrumba un proyecto pretendidamente republicano que estaba en trance de realizarse.

Intriga y amor, las reglas inflexibles que dividen a la sociedad hacen imposible el matrimonio entre el hijo de un alto funcionario y la hija de un modesto pianista, sirven de encuadre para la puesta en escena del desacato de Fernando a las insoportables órdenes de la autoridad (paterna).

Don Carlos, infante de España, presenta el dominio de lo público como asunto de familias privilegiadas, el enfrentamiento de padre e hijo (Felipe II y Don Carlos, el príncipe heredero) por los afectos de Isabel de Valois (Esposa y madrastra) que pone en tensión la lealtad política.

María Estuardo, la disputa del poder entorno al tema de la legitimidad entre la descendiente directa al trono de Inglaterra, la reina de Escocia, y su competidora bastarda, Isabel.

La Doncella de Orleáns, humilde pastora, refractaria a la llama del amor, introvertida y receptora de mensajes divinos que la llevan a salvar a Francia del invasor inglés, donde fe y nacionalismo se encuentran para salvar a la patria.

Guillermo Tell, aldeanos diversos (propietarios, pescadores, pastores, artesanos) habitantes de los cantones suizos, son vejados por autoridades que se resguardan a la sombra del Imperio de Austriaco configurando la existencia de un pueblo agraviado.

Los contenidos resaltados en negritas no son extraños a la actualidad política mexicana, no sin dejar de considerar que el nacionalismo no se ha inflamado. Lo expuesto con el ánimo de hacer una recomendación a los actores políticos y líderes en general: no sean schillerianos en este mes patrio, ni nunca jamás. Al menos en el sentido dramático.

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