Las elecciones locales de
Michoacán de noviembre próximo pasado dejaron un profundo malestar en el
presidente Calderón, le ha incomodado tanto el resultado que ha dejado ver la
peor cara del inquilino de Los Pinos: la iracundia. Quién sabe por qué, el
resultado ganador lo veía seguro en las manos de su hermana Luisa María. El
gobierno federal se empleó a fondo para distribuir recursos gubernamentales a
la población, el hoy reconocido ganador por la autoridad electoral –Fausto
Vallejo- se percibía así mismo como derrotado antes de las elecciones arguyendo
que le faltó tiempo y dinero. El mismo domingo 13 la hermana de Calderón
festejaba radiante por las encuestas de salida que le daban la ventaja. El
conteo que vale no le fue favorable y comenzó el enojo presidencial, inició la
embestida contra el candidato ganador del Partido Revolucionario Institucional.
Felipe Calderón involucró al crimen organizado en el resultado electoral
echando por los suelos el discurso triunfalista de la propaganda oficial que
dice que la guerra en contra del narco la va ganando el gobierno.
Calderón ha cavado un pozo en su
tierra natal y allí se encuentra preso por las interrogantes que ha dejado su
actuación en ése estado de la república.
Recordemos. Fue precisamente en
Michoacán donde se inició la cruzada calderonista en contra del crimen
organizado, disponiendo la intervención de efectivos federales y haciendo a un
lado al gobierno local. Se hizo cargo con bombo y platillo, cachucha y casaca, dirigiendo
operativo inicial del combate al crimen organizado. Si allí inició la guerra
de Calderón ¿cómo es que cinco años después el narco le gana a FCH las
elecciones? Se atreverá a reconocer su fracaso rotundo, pues no se recuperaron
los territorios prometidos. En ése estado sigue coexistiendo un poder dual: el
de la autoridad legal y el de la delincuencia. También entre interrogaciones
está el asesinato del entonces presidente municipal de La Piedad y la aparición
de un misterioso desplegado del crimen organizado durante el proceso electoral
mencionado arriba. No se tiene información que dé cuenta relevante y
contundente de los avances en la investigación de la comisión del delito, ni de
los que hicieron la inserción en la prensa local ¿Realmente fue el crimen
organizado o fue un montaje?
No se entiende la magnitud del
enojo presidencial que lo ha llevado a no felicitar a Fausto Vallejo, por el
contrario, ha ensuciado el triunfo opositor sugiriendo como producto de una
alianza entre el PRI y el crimen organizado. Ese es el cuento que ha querido
vender el gobierno federal y está dispuesto a imponerlo. Si con toda la
investidura de sus responsabilidades Calderón se atreve a sostener ese cuento,
como ciudadano, qué puede uno sospechar ante tanta irresponsabilidad del
Presidente. Irresponsabilidad que ha comenzado desde que se confundió el
procedimiento de procuración de justicia con la guerra. Y sospecho que no fue
una confusión fortuita, como no lo fue, por ejemplo, la invención de George W.
Bush sobre el supuesto arsenal nuclear el dictador iraquí Saddam Hussein para
justificar la invasión militar norteamericana en Iraq y que recién acaba de
concluir.
Pero en una personalidad
autoritaria como la de Felipe Calderón, el enojo desbordado, incontenible,
inextinguible, adquiere esta cualidad bajo los efluvios de la traición. El
sentía que el triunfo de su hermana estaba asegurado porque pactó con el crimen
organizando ¿Con quién más se podría pactar sino con el poder de facto? De ahí
el enojo, por la traición de la delincuencia organizada.
Sabemos que gobernar no es cosa
fácil, es un trabajo arduo de diálogo y negociación, hasta las decisiones
tomadas autoritariamente por cualquier gobernante tienen la pálida esperanza de
que en su eficacia y con el tiempo, se les otorgue consentimiento. Felipe
Calderón ha tomado muchas decisiones autoritarias, ha lastimado a muchos
formando un alud de agravios que en el declive del sexenio, la pendiente
desgaja una bola de desprestigio que crece e indefectiblemente terminará aplastándolo.
Es el costo del ejercicio del poder en un régimen de tanta fragilidad en su
estado de derecho, donde la discrecionalidad, la impunidad, la corrupción, son
la norma que se ampara en la distorsión de la libertad. Donde el debido proceso
y la justicia son simulación. Realidad que no modificó la alternancia, ni las
reformas a las instituciones electorales.
No se condujo la transición al
verdadero fortalecimiento de la ciudadanía, en contrario a esta expectativa,
las corporaciones sí se han fortalecido al grado de arrogarse cínicamente la
voz de la ciudadanía y suplantarla. Los partidos políticos son vasallos de los
poderes fácticos. Bajo estas condiciones, pronosticar el nombre del ganador de
las elecciones del verano del 2012 no tiene mucho aliciente, salvó el de
concretar la derrota del Partido Acción Nacional.
Tal vez, dar respuesta cierta a
las interrogantes de Michoacán nos dé la pauta colectiva para el cambio de
régimen.