martes, 20 de octubre de 2015

¿Quién vigila a los Estados Unidos?

Dos líneas de operación en el combate al narcotráfico se han quebrado, dos líneas con las cuales Enrique Peña Nieto trató de salir de la fracasada guerra de Felipe Calderón en contra del narcotráfico. Una línea fue disminuir la exposición mediática de los capos de la droga. La otra línea fue retomar, en la medida de lo posible, el control soberano en la lucha contra el crimen organizado, o sea, cancelar las políticas de puertas abiertas hacia las agencias estadounidenses promovida por la docena panista.

Para el gobierno de Peña Nieto, el teatro michoacano –la tragicomedia de la comisión pacificadora- era suficiente para demostrar que se hacían mejor las cosas en el nuevo gobierno. La recaptura de Joaquín Guzmán Loera el 22 de febrero de 2014 fue la confirmación del camino correcto. Todo iba bien hasta que los acontecimientos de Tlatlaya, Iguala, Aparzingán, Tanhuato, las provocaciones del cártel Jalisco nueva generación y la segunda fuga de “El Chapo”, ésta ocurrida recién el 11 de julio de 2015, terminaron por desbordar y reventar las dos líneas de operación privilegiadas.

Estamos a horas, quizás a semanas, de que se recapture de nuevo al afamado delincuente. Pero el pretendido control soberano del gobierno naufragó y la publicidad sobre los temas del narcotráfico volvió a encumbrarse en los medios. Otra vez, totalmente en manos de agencias estadounidenses y a merced de sus medios de comunicación. Estados Unidos vuelve a reescribir su cuento de que ellos son los buenos para combatir a la delincuencia organizada y también son necesarios para liderar a otros países que padecen el mal. El cuento ensayado con sangrienta efectividad en Panamá, victimando a la población civil con la invasión norteamericana de 1989 hasta lograr la captura del militar Manuel Antonio Noriega, el “dictador” y “traficante”. El cuento tiene una versión colombiana en torno a la figura de Pablo Escobar, organizador de un temible ejército de sicarios que fue finalmente abatido en un barrio de Medellín en 1993.

Después de tratar de atenuar el guión estadounidense el actual gobierno de Peña Nieto, el cuento ha cobrado fuerza en su versión mexicana tras la segunda fuga de Guzmán Loera. El gobierno ha reiniciado la práctica de la extradición de los delincuentes que le han solicitado y Estados Unidos recupera el control que le concedieron anteriores autoridades mexicanas. El problema con el cuento es que no liquida a la delincuencia organizada, sigue operando como lavado de dinero (Panamá) y como producción de estupefacientes (Colombia) La cuestión de fondo es que la producción, industrialización y comercialización de drogas prohibidas es un NEGOCIO que genera ganancias exorbitantes debido a una fuerte demanda en los Estados Unidos entre otros países. Adicionalmente, se trata de un negocio que a través de la corrupción tiene poder nugatorio sobre las normas y autoridades encargadas de extirparlo.

Por eso el combate no es tal, es más bien una disputa por el control del mercado donde México se expone demasiado. En qué lío nos estamos metiendo cuando el cuento toma un giro maniqueo y no me refiero el de gobierno y sociedad en contra de la delincuencia organizada. Se trata ahora de la Marina buena y el Ejército malo.

Para que la colaboración entre gobiernos en contra del narcotráfico sea leal tiene que incorporarse un tercero que testifique la legalidad y la ausencia de lucro en este combate.


¡Pobre México!
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