viernes, 2 de septiembre de 2016

¿Qué conversación?

“Celosamente protegidos de todo feedback perturbador que pudiera actuar como contrapeso, los reyes nunca aprendían, ni por experiencia propia ni del examen de la historia, que el poder absoluto es enemigo de la vida, que sus métodos eran contraproducentes, sus victorias militares efímeras y sus exaltadas expresiones fraudulentas y absurdas.”
Lewis Mumford

No me refiero a la conversación pública a través de la prensa (Habermas), tampoco a la conversación cortesana (Craveri), ni a la conversación erudita (Fumaroli). Mucho menos a la conversación simulada del presidente Peña Nieto con trescientos jóvenes y que anoche –primero de septiembre- presenciamos en la emisión de la televisión pública hecha al evento. Me refiero a la conversación ausente, la que no se da entre poderes ante el acto de rendición de cuentas que supone el informe de gobierno.


Durante décadas, el informe presidencial discurre en la complacencia de la comunicación vertical, acorde con el presidencialismo de partido casi único. La rendición de cuentas, mero trámite sin escrutinio público. Llegó la movilización estudiantil de 1968 y con ella la publicidad apabullante que acompaña a los informes desgastados en su credibilidad. Así sucedía la ceremonia anual hasta 1988, con el fortalecimiento de la bancada opositora al oficialismo en el Congreso y comenzó la pulverización metódica de la inoperante comunicación vertical, hasta que al presidente Vicente Fox le fue vedada su participación en los inicios de trabajos del Congreso (2006). La comunicación vertical desapareció sin abrir espacio a la verdadera conversación entre poderes que hacen el gobierno. Es un vacío imperdonable que daña la salud de la república y responsables son el Legislativo y el Ejecutivo. Un vacío que no requiere ley o reglamento específico para volver a ocuparse, sino de la voluntad de las partes para darse una conversación respetuosa que vaya al fondo del significado del informe como rendición de cuentas. Lo que vimos ayer en San Lázaro es la historia de los últimos años: un alto funcionario en calidad de repartidor de correspondencia y el posterior bodrio de los llamados posicionamientos partidistas.

En esta ocasión se agrega un contexto, una atmósfera de tormenta sobre la figura presidencial. Para no hacer la cuenta larga empecemos por la participación de la delegación olímpica mexicana en los juegos de Río 2016, opacada por los escasos resultados, las frivolidades del ¿jefe? de la delegación y sus grillas en contra de algunas federaciones deportivas. En el ridículo de afirmarse desde la más importante oficina gubernamental del deporte su calidad de agencia turística. Dicho esto por el protegido del Presidente: Alfredo Castillo; el día de la clausura de la justa olímpica se difundió el reportaje sobre el plagio cometido por Peña Nieto en la redacción de su tesis de licenciatura; enseguida se daba inicio a la publicidad presidencial para promover el informe: “las noticias buenas casi no se cuentan, pero cuentan mucho”; en esas estamos y fallece el popular cantautor Juan Gabriel (28-08-2016) deceso que causó pesar a muchos, menos a los petulantes; y lo peor llegó el 31 de agosto, la deferencia inusitada e injustificable del presidente Peña hacia el candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos Donald Trump, personaje que ha hecho blanco de su odio a los migrantes mexicanos.


Así, en un ambiente de creciente mal humor, el Presidente sigue dándole la vuelta a la rendición de cuentas y no propone un acuerdo para establecer la conversación entre poderes.
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