“Celosamente protegidos de todo feedback perturbador que pudiera actuar
como contrapeso, los reyes nunca aprendían, ni por experiencia propia ni del
examen de la historia, que el poder absoluto es enemigo de la vida, que sus
métodos eran contraproducentes, sus victorias militares efímeras y sus
exaltadas expresiones fraudulentas y absurdas.”
Lewis Mumford


Durante décadas, el informe presidencial discurre en la complacencia de la comunicación vertical, acorde con el presidencialismo de partido casi único. La rendición de cuentas, mero trámite sin escrutinio público. Llegó la movilización estudiantil de 1968 y con ella la publicidad apabullante que acompaña a los informes desgastados en su credibilidad. Así sucedía la ceremonia anual hasta 1988, con el fortalecimiento de la bancada opositora al oficialismo en el Congreso y comenzó la pulverización metódica de la inoperante comunicación vertical, hasta que al presidente Vicente Fox le fue vedada su participación en los inicios de trabajos del Congreso (2006). La comunicación vertical desapareció sin abrir espacio a la verdadera conversación entre poderes que hacen el gobierno. Es un vacío imperdonable que daña la salud de la república y responsables son el Legislativo y el Ejecutivo. Un vacío que no requiere ley o reglamento específico para volver a ocuparse, sino de la voluntad de las partes para darse una conversación respetuosa que vaya al fondo del significado del informe como rendición de cuentas. Lo que vimos ayer en San Lázaro es la historia de los últimos años: un alto funcionario en calidad de repartidor de correspondencia y el posterior bodrio de los llamados posicionamientos partidistas.

Así, en un ambiente de creciente
mal humor, el Presidente sigue dándole la vuelta a la rendición de cuentas y no
propone un acuerdo para establecer la conversación entre poderes.