El sábado 21 de abril pasado
estalló en el diario global, The New York
Times, la denuncia de los sobornos hechos por la trasnacional del comercio
minorista, Wall Mart, a diversos representantes de autoridades mexicanas. El
efecto ha sido paralizante, la recepción de la información encontró una
autoridad federal sin respuesta, ni Hacienda ni la PGR, tomaron el toro por los
cuernos. 25 millones de dólares surtió la empresa para obtener autorizaciones
para la construcción de supermercados.
Para el día lunes, la bolsa de
Nueva York sufrió una sacudida y el gobierno estadounidense no espero a iniciar
investigación. Aquí la cosa es diferente, el presidente de la Bolsa Mexicana de
Valores se descoció en elogios para la trasnacional. Luis Téllez sigue fiel a
su idolatría del mercado. Él, a quien sin caer en injusticia, le podemos
considerar el destructor del México solidario. Luis Téllez, la persona que en
las últimas décadas y desde distintas posiciones, se ha dado la tarea de
dividir a México. Especialista en el uso de información de Estado para
beneficios particulares de él. El osito Téllez le decían. La última frase es
anecdótica.
Lo relevante para la discusión de
la aldea mexicana, es la reiteración de una conducta delictiva que desmiente la teoría idílica de que la economía se mueve al vaivén de la
oferta y la demanda. Desmentido persistente en los casos de sobra conocidos y
nunca suficientemente condenados por los consorcios de la comunicación y sus
columnistas de finanzas. Los primeros porque tienen cola que les pisen, los
segundos porque de eso comen. Detrás de toda gran empresa, hay una gran transa.
Así como en su momento, la gente
empezó a descreer de los logros del socialismo, a conocer la verdad sobre sus
limitaciones, contrastando el ideal con la realidad, hasta dar con la expresión
de socialismo realmente existente. Ahora, con los escándalos de la economía
desregulada, el desempleo, la pobreza y la devastación del medio ambiente, la
idealización del Consenso de Washington –teniendo a Reagan y a la Tatcher como
sus épicos personajes- y la imperturbabilidad de la ley del mercado, queda al
desnudo frente al capitalismo realmente existente.
Los negocios no se hacen así como
así, se requiere hacer sobornos, estafar al consumidor, hacer fraude, utilizar
información privilegiada, corromper a la autoridad, abaratar los recursos
naturales sin considerar su renovación, todo lo necesario para controlar el
mercado, a través del monopolio o de las agencias calificadoras. Sobreexplotar al trabajador a base de formar
desempleo, para después formar el espacio de reproducción de la economía
informal hasta columbrar el imperio del crimen organizado. Es el capitalismo
realmente existente más allá de la palabrería “riesgo” “competitividad”, sí,
pero en los bueyes de mi compadre.
Al final de este desastre, hábilmente
encubierto por el entretenimiento, es posible construir un capitalismo
democrático que no es enemigo de los derechos sociales y los servicios públicos.