Contra los pronósticos sombríos
de los voceros del viejo régimen, la transformación va. El acomodo de intereses
acostumbrado ha quedado desbalanceado y pugnan por restablecerse. Un problema
que tiene la oposición es que no cuenta con un espacio donde articular
componendas. El incienso que le prodigaron al Estado de derecho fue simulación,
un Estado de cohecho. La transparencia era otra simulación, aparato y normas
permisivos con la opacidad. Otro problema de la oposición antiamlo, de
sus líderes, es que no les interesa representar al pueblo, íntimamente lo
desprecian. Lo suyo es la cortesanía, un mundo aparte de la ciudadanía de a
pie.
El presidente López Obrador ha
dado un vuelco a la relación con los medios tradicionales. El gobierno propone
su agenda sin recurrir a los excesos en gastos de publicidad. Ha encontrado la
forma de comunicar con los recursos que dispone para tener una recepción
potente en la sociedad. Si de información política del gobierno se trata, las
conferencias de prensa matutinas han cumplido expectativas. Noticieros de radio
y televisión, la prensa, entran en un torbellino de incertidumbre. Las
estrellas de estos medios tienen que bajar a las redes o publicar noticias
falsas. Los medios que no pertenecen al Estado tendrán que aprender a vivir en
democracia y arreglárselas como empresas de información fortalecidas o
debilitadas por la preferencia de las audiencias.
Aunque el lema sea primero los
pobres, López Obrador ha tenido como aliados a los empresarios, más allá de las
diferencias. El nuevo entendimiento se basa en la honestidad y en la separación
del poder político del privado, la mejor manera de generar confianza para la
inversión. El favoritismo a empresas con el aceite del soborno ya no es bien
visto. Es claro que hay empresarios que se sienten fuera de este entendimiento,
es el caso de Claudio X. González Laporte.
Otro entendimiento notable es la
relación con el gobierno de Donald Trump. Esto ha servido para no abrir un
canal de desestabilización interna desde el exterior. Para no pocos, les
resulta paradójico que un presidente nacionalista como López Obrador tenga una
buena relación con el presidente de Estados Unidos -como la tiene con otros
mandatarios. Sin quedarnos en la contemplación de esa paradoja, la relación
entre gobiernos hasta ahora ha resultado una fortaleza mutua.
Otro punto que identifica a la
transformación en curso es la ruptura entre autoridad y crimen organizado. Buen
principio para recuperar la seguridad pública y la paz. Se acabaron los tiempos
en los que el gobernante tenía su capo predilecto y hay que estar atentos para
que no regresen esos tiempos.
Un dato no menos importante son
las responsabilidades encargadas al ejército. Sin perder de vista que es una
relación de subordinación de las fuerzas armadas al ejecutivo normada por las
leyes, esto es, no se trata de una alianza a discusión. Es y se cumple. Lo
distintivo es que tenemos un ejército habilitado para ofrecer seguridad
pública, que ya no es usado para la ejecución de masacres. Un ejército con
encargos como la construcción del nuevo aeropuerto General Felipe Ángeles, de
la construcción de hospitales, de vías ferroviarias, además de otras
actividades ya conocidas. Un ejército constructor.
Por ahora, solo quiero dejar este punteo para su consideración, el cual muestra una estrategia de la reconfiguración del Estado de Bienestar en México. Se abandona la estrategia que en los últimos años se impuso para desacreditar al mismo Estado y que dividió profundamente a los mexicanos*.
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*La redacción de estos artículos
abre un receso. Hasta la próxima mis lectores.