lunes, 29 de abril de 2019

Dónde está la encrucijada


Cuando en la década de los 90’ del siglo pasado salió a la luz el diario Reforma, periódico de una empresa editorial regiomontana diseñado para la Ciudad de México, fue natural para la competencia afincada en la capital de la república hacer una adjetivación descalificadora: es prensa amarillista, el ¡Alarma! de Las Lomas. Esto lo traigo a cuento por el actual agarrón entre ese diario y el presidente López Obrador. Nada para sorprenderse si se ciñe uno al marco de una democracia que vive en, por, para la libertad de expresión. Libertad que es de ida y vuelta. Se ha exagerado la nota y en las redes se ha convertido en un tema candente, no por su calidad sino por la cantidad de insultos que se intercambian. O es que se va a sentenciar qué sí, qué no, en el ejercicio de la libertad de expresión. Por ese camino no va. Sería un desliz autoritario. La libertad de expresión (de prensa) no está amenazada por el gobierno. Cuestión de verificar la ola de críticas que estallan todos los días en la playa del gobierno desde las empresas de comunicación. Ese no es el debate principal.

George Grosz. Crepúsculo.

Se olvida que este país se partió cuando se le prometió el ingreso al primer mundo, que seríamos de las grandes ligas por el prodigio del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica. Sin negar sus beneficios, fueron otras las realidades las que se fueron acomodando en el panorama económico. Andrés Manuel López Obrador ha sido fiel a su proyecto de nación, a todos quedó claro tras sus tres campañas presidenciales, qué trae entre manos: sacudir el orden de privilegios que se instaló con la liberalización económica a costa de los recursos del Estado y con la consecuencia de ahondar las desigualdades sociales. Es creíble que después de más de treinta años conduciendo al país, el llamado neoliberalismo perdiera adeptos, sobre todo si se considera que el modelo de libre comercio que se construyó se estableció con adherencias indeseadas y con toda la mala fe de desprestigiar al Estado. Ello dejó en estado de indefensión material a la ciudadanía.

Para empezar, el mercado formal por las exclusiones sociales que generan sus reglas convive con la economía informal. Como si de su lado B se tratara, existe un comercio al margen del Estado de derecho, de ese comercio viven muchísimas familias. Una economía tolerada que comenzó a crecer al paso y ritmo que se desmantelaba el Estado del Bienestar.

Se afirmaba que la corrupción era resultado de las limitadas libertades económicas. Se liberó al comercio de las limitaciones estatistas. ¡Oh, sorpresa! La corrupción no disminuyó, antes bien se consolidó. La corrupción encontró en el libre comercio un mecanismo de blanqueo para no dejar rastro del origen del enriquecimiento.

De la mano del libre comercio, como una consecuencia peor, se extendió y multiplicó la actividad criminal enfocada a la obtención de dinero, como una vía de amasar fortunas. Una apertura comercial mal conducida operó como estímulo del crimen organizado.

Frente a estas deformaciones del mercado, que no son todas, se alcanzó por la vía de las urnas una resolución de poner punto final a los inconvenientes no deseados, para a partir de ahí poner en juego los recursos del Estado y reconstruir los lazos sociales garantes de la paz social. Esa es la conversación sobresaliente del México actual.

Porque la puerta que diseñaron los tecnócratas para acceder a la modernidad nos llevó a otros infiernos que jamás fueron supuestos. Comercio, corrupción y crimen unidos por la máxima ciceroniana pro domo sua.   

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