Cuando en la década de los 90’
del siglo pasado salió a la luz el diario Reforma,
periódico de una empresa editorial regiomontana diseñado para la Ciudad de
México, fue natural para la competencia afincada en la capital de la república
hacer una adjetivación descalificadora: es prensa amarillista, el ¡Alarma! de
Las Lomas. Esto lo traigo a cuento por el actual agarrón entre ese diario y el
presidente López Obrador. Nada para sorprenderse si se ciñe uno al marco de una
democracia que vive en, por, para la libertad de expresión. Libertad que es de
ida y vuelta. Se ha exagerado la nota y en las redes se ha convertido en un
tema candente, no por su calidad sino por la cantidad de insultos que se
intercambian. O es que se va a sentenciar qué sí, qué no, en el ejercicio de la
libertad de expresión. Por ese camino no va. Sería un desliz autoritario. La
libertad de expresión (de prensa) no está amenazada por el gobierno. Cuestión
de verificar la ola de críticas que estallan todos los días en la playa del gobierno
desde las empresas de comunicación. Ese no es el debate principal.
George Grosz. Crepúsculo.
Se olvida que este país se partió
cuando se le prometió el ingreso al primer mundo, que seríamos de las grandes
ligas por el prodigio del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica. Sin negar sus
beneficios, fueron otras las realidades las que se fueron acomodando en el
panorama económico. Andrés Manuel López Obrador ha sido fiel a su proyecto de
nación, a todos quedó claro tras sus tres campañas presidenciales, qué trae
entre manos: sacudir el orden de privilegios que se instaló con la
liberalización económica a costa de los recursos del Estado y con la
consecuencia de ahondar las desigualdades sociales. Es creíble que después de
más de treinta años conduciendo al país, el llamado neoliberalismo perdiera
adeptos, sobre todo si se considera que el modelo de libre comercio que se
construyó se estableció con adherencias indeseadas y con toda la mala fe de
desprestigiar al Estado. Ello dejó en estado de indefensión material a la
ciudadanía.
Para empezar, el mercado formal
por las exclusiones sociales que generan sus reglas convive con la economía
informal. Como si de su lado B se tratara, existe un comercio al margen del
Estado de derecho, de ese comercio viven muchísimas familias. Una economía
tolerada que comenzó a crecer al paso y ritmo que se desmantelaba el Estado del
Bienestar.
Se afirmaba que la corrupción era
resultado de las limitadas libertades económicas. Se liberó al comercio de las
limitaciones estatistas. ¡Oh, sorpresa! La corrupción no disminuyó, antes bien
se consolidó. La corrupción encontró en el libre comercio un mecanismo de
blanqueo para no dejar rastro del origen del enriquecimiento.
De la mano del libre comercio,
como una consecuencia peor, se extendió y multiplicó la actividad criminal
enfocada a la obtención de dinero, como una vía de amasar fortunas. Una
apertura comercial mal conducida operó como estímulo del crimen organizado.
Frente a estas deformaciones del
mercado, que no son todas, se alcanzó por la vía de las urnas una resolución de
poner punto final a los inconvenientes no deseados, para a partir de ahí poner
en juego los recursos del Estado y reconstruir los lazos sociales garantes de
la paz social. Esa es la conversación sobresaliente del México actual.
Porque la puerta que diseñaron
los tecnócratas para acceder a la modernidad nos llevó a otros infiernos que jamás
fueron supuestos. Comercio, corrupción y crimen unidos por la máxima ciceroniana
pro domo sua.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario