Quien haya leído la columna de
Carlos Puig en Milenio Diario “El primer "strike" de Peña Nieto” la
del martes 13 de noviembre, pudiere concluir que el sexenio de Enrique Peña
Nieto será otro sexenio perdido, como si estuviera enganchado a la inercia de
los últimos dieciocho años. Pocos acuerdos y escazas realizaciones, mucha
división y encono. Directo, el columnista afirma: “La Presidencia de Enrique
Peña Nieto no será, en los términos que él la definió, una ‘Presidencia
democrática’.” Y concluye el autor citado: “No vaya a ser que nos espere un
sexenio largo, largo …”
Las posibilidades reales de un
gobierno que haga la diferencia del pasado inmediato están fundadas en la
siembra efectiva de la consigna/insignia del próximo sexenio: transparencia y
combate a la corrupción para un gobierno eficaz. El día de ayer se hizo, de
parte del presidente electo, la entrega a los coordinadores parlamentarios del
Partido Revolucionario Institucional las iniciativas para reformar el gobierno.
No son iniciativas para ganar espacio en los medios, es el reconocimiento, la
toma de consciencia, del desorden que impera en gran parte el aparato público
federal, el desastre heredado del gabinete Montessori y el de los cuates.
Fortalecer la Secretaría de Gobernación
no es una restauración sino establecer un sólido interlocutor para que el
equipo del presidente no se desbalague, para evitar la recreación de una
vocería de desmentidos, para que otros niveles de gobierno y los otros poderes
formales coincidan en un mismo canal y reducir la fragmentación de los
esfuerzos del servicio público en su conjunto. Lo sucedido en las inmediaciones
del poblado de Tres Marías, en Morelos, el 24 de agosto pasado, fueron el colmo
de la descoordinación del aparato que se suponía más seguro, el de seguridad.
La Secretaría de Seguridad Pública no cumplió las expectativas y desde su
creación se hizo más explosiva la inseguridad.
La Comisión Nacional
Anticorrupción como sustituto de la Secretaría de la Función Pública es una
promesa, una intención. El reto por establecer un combate efectivo contra
histórica aberración cultural con más de quinientos años de vida. De inicio
algo se tendrá qué hacer con la multitud de fondos y fideicomisos que se
multiplicaron en los últimos años, la facilidad del dinero público de lábil
auditoría que se repartió a manos llenas.
Perfilar a la Secretaria de la Reforma
Agraria como encargada de la gestión del territorio, obligación de Estado
venida a menos, aprovechado ese debilitamiento por el crimen organizado.
Actualmente dicha secretaría tiene un papel muy discreto y lo que hoy se le
propone tendrá que ajustar otras secretarías relacionadas con el tema como Sedesol y Semarnat, definiendo una
cabeza única de sector con autoridad, de la que se ha carecido lamentablemente.
Este es parte del paquete. Lo que
hay que vislumbrar es la fuerza que dispone Enrique Peña Nieto más allá de la
que le confiere la investidura por asumir. Por tratarse de un régimen
democrático y plural no será una fuerza apabullante, pero bien organizada y
coordinada en un rumbo de acción sí tiene una base para tener resultados. La
fuerza de Peña Nieto la constituyen las fracciones parlamentarias de su partido en ambas cámaras
legislativas. Los gobernadores del PRI y los que surgidos de otras fuerzas
políticas estén de acuerdo en la inaplazable reforma del aparato público. Los
gobiernos municipales que se sumen a estas iniciativas. Hacer efectiva esta
constelación le dará sustento sólido al nuevo presidente para llegar a acuerdos
con los otros poderes formales.
De obtenerse resultados
reconocibles en beneficio de la población, la arrogancia de los poderes
fácticos y la apatía social pueden transformarse en apoyo a esta constelación
de inicio.
Ya veremos.