viernes, 23 de noviembre de 2007

Está molesta

La irrupción de un grupo de manifestantes a la catedral metropolitana, el domingo pasado, ha sido materia informativa más allá del suceso irrespetuoso. El tañer de las campanas indignó a un grupito de manifestantes que asistía a la reunión de la Convención Nacional Democrática. Ésos convencionistas sintieron que su evento era saboteado. El hecho se ha explotado mediáticamente, se le ha dramatizado hasta la exageración. Ha dejado de ser información noticiosa y se ha transformado en campaña contra un partido y un político en particular. Tuvieron que pasar tres días para que el acto agresivo se consignara por la parte agraviada ante el ministerio público.

Se ha recordado el inicio de la guerra cristera para encontrar una analogía sin hacer la contextualización debida. Lo de 1926 se dio en el contexto de la afirmación del Estado laico, en lo que el ex presidente Emilio Portes Gil denominó la lucha entre el Poder civil y el Clero. Lo del domingo pasado se dio en el contexto de las omisiones del gobierno respecto a la afirmación del Estado laico ¿Harán algo los legisladores?

El incidente de Catedral borró o empañó la tercera reunión de la CND, el movimiento civil lopezobradorista. Pero también opacó la ceremonia Presidencial en conmemoración del inicio de la Revolución Mexicana. Los medios hicieron demostración de lo que pueden hacer: manipular la opinión pública. ¿Tuvieron éxito? No en la proporción de su insidia. La sociedad tiene niveles de secularización que la blindan, hasta cierto punto, de una campaña de esa naturaleza. La sociedad tiene destreza para distinguir religiosidad, cotidianidad y política.

El incidente de la Catedral fue el pretexto para que los clérigos administradores del inmueble interrumpieran indefinidamente el servicio que ofrece la Catedral a su feligresía, desproporción que atañe de manera tangencial a la relación Estado – Iglesia, pero cae como anillo al dedo en la confrontación que actualmente entablan la mediocracia con la Clase Política.

La reforma política ha sido el tema que ha distanciado a las élites. Primero fue el recorte de los gastos en publicidad que ahora quedan asimilados a los tiempos que le corresponden al Estado para difundir sus actividades, definición que en mayor medida afecta a la industria de la radio y la televisión. Ahora, el proceso de renovación escalonada de los consejeros del IFE y un borrador sobre los cambios al Cofipe, que se refieren a la normatividad de los contenidos informativos de las campañas, han sido combustible para alimentar la lucha entre la mediocracia y la llamada partidocracia, una versión renovada de la confrontación entre empresarios y políticos. Sin declaración formal, la guerra ha sido puesta en marcha y está en aptitud de convertirse en sino del actual sexenio.

En esta espiral de confrontación hay quien llama a deshacerse de López Obrador, hay quien sugiere la resistencia civil en contra a la reforma del Cofipe. La emergencia de Tabasco queda en segundo plano, la fragilidad de la economía no es atendida en las ocho columnas, ni en los titulares de los medios electrónicos. Hoy más que nunca los medios no se pueden dejar seducir por el espíritu de Charles Lynch, dejar de asumirse como vehículos de la información para convertirse en proceso de condena pública hacia personas o instituciones. La mediocracia está molesta, tanto que no atiende el llamado a la reconciliación de los mexicanos que hizo Felipe Calderón. Eso sí, propone una Acuerdo Nacional por una Comunicación con Calidad (22-XI-07). Una reunión de caras largas que contrastaban con la sonrisa de Josefina Vázquez Mota. Evento en el cual el presidente Calderón hizo una afirmación que vale recuperar: “partiendo de la premisa de que especialmente los medios que utilizan bienes públicos para su difusión deben también generar precisamente bienes públicos y de ahí la necesidad de su regulación por los órganos que representan a los ciudadanos”

martes, 20 de noviembre de 2007

¡Viva la Revolución!

Ha sido un lugar común de la derecha mexicana endilgarle a la Revolución Mexicana todos los males padecidos por el país. Pero desde un frente que podría llamarse liberal, hay malestar por el orden que produjo ese movimiento de 1910. La mejor manera que han encontrado para descalificar a la Revolución es decir que se trata de un mito o de una serie de mitologías. No explican bien, pero se sobrentiende que mito es una acepción de engaño y su mitología una colección de mentiras. Se remiten a la acepción más vulgar y sin sustancia.

Abrevando desde diferentes perspectivas disciplinarias que se han topado con el mito y le han puesto cráneo para desentrañar su significado, se podría concluir asumiendo todos los atajos posibles, que el mito es una narración que se cuentan los pueblos (Todos) para maravillarse de sí mismos y del universo que los acoge. El resultado práctico de las narraciones míticas produce identidad en una comunidad o sociedad. Hay mitos que permanecen incólumes, hay otros que se han convertido en material arqueológico. En el centro de su consideración no se establece un cuestionario cerrado entre lo falso y lo verdadero.

No es cuestión de decretar la condena del mito y augurar su defunción. Lo complicado es construir un acuerdo o consenso que sustituya al mito, considerando, claro está, que pudiera existir una sociedad sin mitos. Ese trabajo de sustitución ni siquiera se ha propuesto, aunque sí existen sucedáneos que remplazan al mito de manera brutal y desintegradora: los narcocorridos, la publicidad y las telenovelas, por dar ejemplos. También tenemos nuestros héroes de hogaño: los Arellano Félix, Carlos Slim, Emilio Azcárraga Jean. El reemplazo también incluye la invención de beatos, mártires y santos (sin adorar). De esta sustitución no se ha producido nada de qué maravillarnos, salvo del mérito individual de algún deportista, nada que remita a las ciencias y a las artes porque eso también está devaluado. El resultado neto de la sustitución del mito es un país enconado, dividido.

Ahora vemos con tristeza cómo por motivos políticos se enfrentan la Iglesia católica y las huestes de López Obrador, eclipsando el festejo de la Revolución. Triste ver cómo el avance democrático se empaña en una rebatinga por la sustitución de los Consejeros del IFE. De eso habla la prensa en estos días.

Y lo ominoso, el ataque a una oficina electoral del municipio de Zamora, en Michoacán, donde un comando armado, aún sin identificar, irrumpió en las instalaciones e incendió la papelería de los comicios celebrados recién en esa localidad. Un manto de silencio cubre ese hecho delictivo, ni siquiera ha ameritado una interpretación. Se sospecha la mano del crimen organizado, que en incendiaria clave le dice a los partidos y la sociedad michoacana: me valen madre los votos y háganle como quieran. El mensaje es siniestro, estremecedor. No obstante el apuro es otro, un apuro salvífico: enterrar a la Revolución Mexicana.

Por eso vale gritar ¡Viva la Revolución!
Powered By Blogger