La irrupción de un grupo de manifestantes a la catedral metropolitana, el domingo pasado, ha sido materia informativa más allá del suceso irrespetuoso. El tañer de las campanas indignó a un grupito de manifestantes que asistía a la reunión de la Convención Nacional Democrática. Ésos convencionistas sintieron que su evento era saboteado. El hecho se ha explotado mediáticamente, se le ha dramatizado hasta la exageración. Ha dejado de ser información noticiosa y se ha transformado en campaña contra un partido y un político en particular. Tuvieron que pasar tres días para que el acto agresivo se consignara por la parte agraviada ante el ministerio público.
Se ha recordado el inicio de la guerra cristera para encontrar una analogía sin hacer la contextualización debida. Lo de 1926 se dio en el contexto de la afirmación del Estado laico, en lo que el ex presidente Emilio Portes Gil denominó la lucha entre el Poder civil y el Clero. Lo del domingo pasado se dio en el contexto de las omisiones del gobierno respecto a la afirmación del Estado laico ¿Harán algo los legisladores?
El incidente de Catedral borró o empañó la tercera reunión de la CND, el movimiento civil lopezobradorista. Pero también opacó la ceremonia Presidencial en conmemoración del inicio de la Revolución Mexicana. Los medios hicieron demostración de lo que pueden hacer: manipular la opinión pública. ¿Tuvieron éxito? No en la proporción de su insidia. La sociedad tiene niveles de secularización que la blindan, hasta cierto punto, de una campaña de esa naturaleza. La sociedad tiene destreza para distinguir religiosidad, cotidianidad y política.
El incidente de la Catedral fue el pretexto para que los clérigos administradores del inmueble interrumpieran indefinidamente el servicio que ofrece la Catedral a su feligresía, desproporción que atañe de manera tangencial a la relación Estado – Iglesia, pero cae como anillo al dedo en la confrontación que actualmente entablan la mediocracia con la Clase Política.
La reforma política ha sido el tema que ha distanciado a las élites. Primero fue el recorte de los gastos en publicidad que ahora quedan asimilados a los tiempos que le corresponden al Estado para difundir sus actividades, definición que en mayor medida afecta a la industria de la radio y la televisión. Ahora, el proceso de renovación escalonada de los consejeros del IFE y un borrador sobre los cambios al Cofipe, que se refieren a la normatividad de los contenidos informativos de las campañas, han sido combustible para alimentar la lucha entre la mediocracia y la llamada partidocracia, una versión renovada de la confrontación entre empresarios y políticos. Sin declaración formal, la guerra ha sido puesta en marcha y está en aptitud de convertirse en sino del actual sexenio.
En esta espiral de confrontación hay quien llama a deshacerse de López Obrador, hay quien sugiere la resistencia civil en contra a la reforma del Cofipe. La emergencia de Tabasco queda en segundo plano, la fragilidad de la economía no es atendida en las ocho columnas, ni en los titulares de los medios electrónicos. Hoy más que nunca los medios no se pueden dejar seducir por el espíritu de Charles Lynch, dejar de asumirse como vehículos de la información para convertirse en proceso de condena pública hacia personas o instituciones. La mediocracia está molesta, tanto que no atiende el llamado a la reconciliación de los mexicanos que hizo Felipe Calderón. Eso sí, propone una Acuerdo Nacional por una Comunicación con Calidad (22-XI-07). Una reunión de caras largas que contrastaban con la sonrisa de Josefina Vázquez Mota. Evento en el cual el presidente Calderón hizo una afirmación que vale recuperar: “partiendo de la premisa de que especialmente los medios que utilizan bienes públicos para su difusión deben también generar precisamente bienes públicos y de ahí la necesidad de su regulación por los órganos que representan a los ciudadanos”
Se ha recordado el inicio de la guerra cristera para encontrar una analogía sin hacer la contextualización debida. Lo de 1926 se dio en el contexto de la afirmación del Estado laico, en lo que el ex presidente Emilio Portes Gil denominó la lucha entre el Poder civil y el Clero. Lo del domingo pasado se dio en el contexto de las omisiones del gobierno respecto a la afirmación del Estado laico ¿Harán algo los legisladores?
El incidente de Catedral borró o empañó la tercera reunión de la CND, el movimiento civil lopezobradorista. Pero también opacó la ceremonia Presidencial en conmemoración del inicio de la Revolución Mexicana. Los medios hicieron demostración de lo que pueden hacer: manipular la opinión pública. ¿Tuvieron éxito? No en la proporción de su insidia. La sociedad tiene niveles de secularización que la blindan, hasta cierto punto, de una campaña de esa naturaleza. La sociedad tiene destreza para distinguir religiosidad, cotidianidad y política.
El incidente de la Catedral fue el pretexto para que los clérigos administradores del inmueble interrumpieran indefinidamente el servicio que ofrece la Catedral a su feligresía, desproporción que atañe de manera tangencial a la relación Estado – Iglesia, pero cae como anillo al dedo en la confrontación que actualmente entablan la mediocracia con la Clase Política.
La reforma política ha sido el tema que ha distanciado a las élites. Primero fue el recorte de los gastos en publicidad que ahora quedan asimilados a los tiempos que le corresponden al Estado para difundir sus actividades, definición que en mayor medida afecta a la industria de la radio y la televisión. Ahora, el proceso de renovación escalonada de los consejeros del IFE y un borrador sobre los cambios al Cofipe, que se refieren a la normatividad de los contenidos informativos de las campañas, han sido combustible para alimentar la lucha entre la mediocracia y la llamada partidocracia, una versión renovada de la confrontación entre empresarios y políticos. Sin declaración formal, la guerra ha sido puesta en marcha y está en aptitud de convertirse en sino del actual sexenio.
En esta espiral de confrontación hay quien llama a deshacerse de López Obrador, hay quien sugiere la resistencia civil en contra a la reforma del Cofipe. La emergencia de Tabasco queda en segundo plano, la fragilidad de la economía no es atendida en las ocho columnas, ni en los titulares de los medios electrónicos. Hoy más que nunca los medios no se pueden dejar seducir por el espíritu de Charles Lynch, dejar de asumirse como vehículos de la información para convertirse en proceso de condena pública hacia personas o instituciones. La mediocracia está molesta, tanto que no atiende el llamado a la reconciliación de los mexicanos que hizo Felipe Calderón. Eso sí, propone una Acuerdo Nacional por una Comunicación con Calidad (22-XI-07). Una reunión de caras largas que contrastaban con la sonrisa de Josefina Vázquez Mota. Evento en el cual el presidente Calderón hizo una afirmación que vale recuperar: “partiendo de la premisa de que especialmente los medios que utilizan bienes públicos para su difusión deben también generar precisamente bienes públicos y de ahí la necesidad de su regulación por los órganos que representan a los ciudadanos”