Cumplido un mes al frente del
gobierno de México, el presidente López Obrador reitera su agenda de campaña y
actúa en consecuencia. Un mes de apasionamientos, desde los hogares hasta los
medios de comunicación y, por supuesto, en las redes y los partidos políticos,
Andrés Manuel se ha convertido en la referencia de la política mexicana actual.
Ahora él está acotado por la investidura de presidente constitucional, ya no
corre por la libre que le obsequió la condición de presidente electo, el limbo
jurídico relativo que aprovechó gracias al apoyo que tiene en la actual
legislatura del Congreso. Pero ahora dispone de los recursos del Estado que le
otorga la Constitución para centrarse en el objetivo superior que se ha
propuesto: reducir desigualdades económicas que dividen a los mexicanos, las
cuales se extendieron en el periodo “neoliberal”.
Por eso, una de las tareas en las
manos de Carlos Urzúa y de la coalición parlamentaria encabezada por MORENA,
será la de resolver los acertijos presupuestales y las trampas hacendarias
heredadas ¿Qué es esto? Detectar y corregir aquellos procedimientos de
ejercicio presupuestal que facilitaron el enriquecimiento mal habido de
funcionarios habilitados para manejar presupuesto (les suena la Estafa Maestra,
PEMEX, los gobernadores, por mencionar lo divulgado). De las trampas sobresale
el impuesto a la gasolina establecido por el gobierno de Felipe Calderón y
continuado por su sucesor – el gasolinazo- del que se nutre y depende la
hacienda pública, es tal su peso en la composición del presupuesto, que
desaparecerlo sin dar con el sustituto adecuado comprometería la oferta
lopezobradorista. La reorientación de las finanzas y del servicio público son
la política para lograr el propósito de bajarle a la desigualdad económica. Se
dispone de un emplazamiento austero distinto a la austeridad “neoliberal”, que
se utilizó para desfondar al Estado del Bienestar.
Pero la discusión la llevan por
otro lado los intereses afectados dentro del aparato público: en el Poder
Judicial y en el Legislativo, en la burocracia federal de confianza y en los
entes autónomos. La austeridad republicana que pregona el arribado gobierno no
les sienta bien. Ahora alegan derechos laborales, salarios dignos para no
corromperse ¡Ajá! Que me digan cuándo se compadecieron de los derechos
laborales atropellados cotidianamente en las últimas décadas, de la pérdida del
poder adquisitivo de los salarios de la mayoría de los trabajadores. Qué
hicieron en contra del outsourcing
que el mismo gobierno adoptó en sus propias dependencias para evitar la
creación de derechos y que en la iniciativa privada condenó a los jóvenes en
empleos temporales, mal pagados y sin solución para alcanzar una pensión
decorosa. Su ánimo se descompone, los mueve un apego conservador. Si todo
estaba tan bien cómo es que treinta millones de ciudadanos nos robaron el
paraíso, se preguntan. Se responden con sus propios fantasmas, el miedo a la
concentración del poder presidencial y su aversión tatcheriana por lo público y lo social.
Esta discusión no ha contaminado
irremediablemente la relación entre el gobierno y las empresas como los
profetas del desastre quisieran. El gobierno ha ofrecido no subir impuestos, no
endeudarse más allá de lo aprobado por el Congreso y manejar los recursos
públicos de manera efectiva y honesta. Una oferta consecuente con el
funcionamiento de los mercados ¿O no? Paradójicamente, el calificado de
populista está en disposición de crear un mejor entorno para la mayoría de las
empresas fortaleciendo el mercado interno, pacificando al país y cancelando el
impuesto de la corrupción.
Más que polarización, hay un
diferendo sí, entre el nuevo gobierno y otros aparatos del Estado sobre los
alcances de la austeridad. Hasta el día de hoy, la alianza entre el Ejecutivo,
la mayoría de los legisladores y algunos gobernadores fortalece al nuevo
gobierno. A las acciones les seguirán revelaciones de lo que se ha ocultado con
números. Seis años para sostener un rumbo distinto al de la era tecnocrática. Los
méritos y los yerros están en la misma tómbola.
¡Feliz año 2019!