miércoles, 8 de febrero de 2017

Devastator

Ya pasaron dos semanas de la asunción juramentada, posando la mano sobre la Biblia, del presidente número 45 de los Estados Unidos. Y el mundo sigue vibrando a la simple enunciación de su nombre: Donald Trump. Muchos queremos mandarlo al psiquiatra o le tratamos de acomodar la etiqueta apropiada al hombre que se gratifica a sí mismo a través de la amenaza. Sin duda, un presidente muy civilizado, muy cristiano si se permite la laxitud. Se deja de lado que Trump es consecuencia de un consenso, casi una idolatría, en torno al capitalismo. Por ese camino no queremos discurrir, hablar de que el capitalismo se sustenta así no tiene la mayor difusión: “La base del capitalismo, ni siquiera la del capitalismo mediterráneo del siglo XVI, no fue la justicia social o la ‘intención’ o el deseo de ser ‘legitimo’, sino el reconocimiento de la codicia del hombre, fundamental a la hora de modelar un sistema” (Victor Davis Hanson).

A partir de ahí es dable esperar todo lo bueno y lo monstruoso. Es precisamente ése consenso el que tiene acogotado al presidente Enrique Peña Nieto y a su canciller ¿Cómo responderle a Trump si compartimos la misma ideología? Eso se preguntarán, eso se creerán. En los hechos, sin mediar batalla, las autoridades mexicanas se encuentran sometidas o hechizadas al magnate presidente. Bajo las condiciones del síndrome de Estocolmo, en las cuales la víctima se identifica con el victimario y lo justifica, Peña y su gabinete sólo alcanzan a lanzar descafeinados llamados a la unidad nacional.

Al mismo son bailan las cúpulas empresariales, totalmente desorientadas, van de templete en templete prometiendo fortalecer -ahora sí- el mercado interno. Siendo México un país integrado económicamente al exterior, llaman a la población a consumir sólo lo mexicano. Todavía se está a la espera de la lista de mercancías y servicios que al cien sean totalmente mexicanos, para así empezar a despreciar los productos extranjeros. Ya los quiero ver. De todos los empresarios, Carlos Slim tiene voz propia, él solo convoca y es atendido, aunque comparta la misma aptitud para proferir estupideces: Trump no es Terminator, es negoceator, en sentido contrario al clamor mundial que considera a Trump un devastator.

Bueno, en el colmo Donald Trump ha estremecido a los porteros del liberalismo de hogaño. Los liberales tienen la oportunidad para no confundir o hipostasiar más nunca la filosofía liberal con el capitalismo y darse por enterados de que éste ha parasitado al liberalismo, el cual desde sus raíces se ha formado a partir de una consideración: la dignidad humana. Consideración que tiene sin cuidado a los mercados. Y no voy a repetir las afirmaciones sobre el capitalismo explotador, especulador, contaminante, enajenante, delincuencial, que con pintura rosa se quiere cubrir así sea en nombre de una filosofía.

Es inadmisible que al mercado se le trate como persona y al individuo se le considere cosa. No basta estar en contra de Trump, hay que incluir al régimen económico que representa.


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