lunes, 11 de diciembre de 2017

Ejes temáticos rumbo al 2018

Están ya tres virtuales candidatos a la presidencia: José Antonio Meade, Ricardo Anaya y Andrés Manuel López Obrador. En medio de las carencias que afligen a la mayoría de la población, el circo electoral tiene abiertas las puertas de par en par.

Se hablará de corrupción, aunque las propuestas no alcancen mayor notoriedad. La corrupción como materia de campañas de lodo. Para empezar, Anaya, el representante del llamado Frente (PAN, PRD y MCD) es el que cuenta con exhibición reciente de corrupción. Ya veremos si El Universal sigue documentando la riqueza mal habida del queretano; de AMLO se reciclarán los casos de Bejarano, Ímaz, Robles, así como las eventuales actualizaciones que provengan de la secretaría de hacienda; de Mead, dicen sus defensores, no hay mácula que lo infame. Es un dicho. Para su desgracia, los casos de César y Javier Duarte, Roberto Borge y Rosario Robles, así como las empresas HIGA, ODEBRECHT, OHL, son un lastre para la campaña difícil de ignorar. Suman miles y más de millones de pesos. Se trata de las ligas mayores de la corrupción.

Se acusaba al estatismo (antes no estaba de moda el término populismo) de ser la fuente de la corrupción. Se afirmaba que con la liberalización económica se acabaría con ese mal. Falso. El mercado es compatible con la corrupción.

El otro tema inevitable de las campañas será el de seguridad, de cara a la violencia criminal desatada. Tanto Anaya como Meade están convencidos de la militarización como medio de restablecer la seguridad (alguna vez la hubo) López Obrador, en su actuación de opositor, visualiza ya un proceso de pacificación (recordar que la guerra contra la delincuencia organizada fue declarada Felipe Calderón en diciembre de 2006 y es hora de que no ha concluido) Se tiene que informar cuándo se les fue de las manos a los gobernantes el control sobre las actividades delictivas, del crimen organizado y el despunte de la violencia, federal y del orden común. Durante décadas, los militares controlaron el narcotráfico, lo acotaban de facto y la violencia no prosperaba. Fue con el gobierno de Miguel de la Madrid con el cual las agencias estadounidenses comenzaron a hacer una presión descarada para intervenir en la materia. Con Ernesto Zedillo y Vicente Fox se llegó, incluso, a enjuiciar militares, sin olvidar que los Zetas -fundado por exmilitares- surgieron en el gobierno del primero. Con Calderón y Peña Nieto la violencia ya no tuvo continente. Curiosamente cuando menos soberano se hizo el país en el combate del crimen organizado. México es tutelado por los Estados Unidos a través de la iniciativa Mérida.

Se confiaba en que el proceso reformador caminaría sin alterarse la paz. Falsa expectativa. La violencia criminal sacude al país.


Del proceso reformador siempre se defendió el lado A: arribo al primer mundo, prosperidad, consagrarnos como potencia. Ese lado A con el cual se identifican Anaya y Meade. Si nos asomamos al lado B, las consecuencias nada tienen de alentadoras: crecimiento económico mediocre, democracia como ecosistema de los políticos, excluyente de la sociedad. Corrupción e inseguridad, para reiterar.

Pero qué operó efectivamente con las reformas: un desprecio por el Estado, lo público, para situar en su lugar el endiosamiento del mercado, a lo privado. Se estableció una legislación proteccionista de las empresas y se dejó desprotegida al resto de la sociedad, sus organizaciones gremiales esterilizadas hasta cierto punto, pues había que mantener a los dirigentes corruptos. Se desbarató, por ejemplo, el sistema de pensiones para favorecer a los bancos y similares (CONSAR) Se rescató a los bancos a perpetuidad (IPAB) No hubo paso que no se diera sin dejar, manteniendo en el foco, a la empresa privada. En su lógica, los derechos sociales adquiridos restaban competitividad al país.
Se postuló que las reformas nos harían más libres. Falso. Se construyeron las cadenas invisibles del individualismo bárbaro, el que nos trae entre el consumismo y la corrupción, la indiferencia y la violencia.

Por eso no creo en la continuidad a toda costa, como tampoco creo en que vigorizar derechos sociales sea un retroceso. Si se quiere empezar a “curar” el “tejido social” dañado la vía redistributiva es opción.

Bajo estas consideraciones, veo a López Obrador en la mejor coyuntura para ganar las elecciones del 2018. Él sabrá si la aprovecha.
La ilustración de San Juan Climaco, La escalera del Juicio Final. Siglo VII d.C.

El último del año. Receso Guadalupe-Reyes.
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