Están ya tres virtuales
candidatos a la presidencia: José Antonio Meade, Ricardo Anaya y Andrés Manuel
López Obrador. En medio de las carencias que afligen a la mayoría de la
población, el circo electoral tiene abiertas las puertas de par en par.
Se hablará de corrupción, aunque
las propuestas no alcancen mayor notoriedad. La corrupción como materia de
campañas de lodo. Para empezar, Anaya, el representante del llamado Frente
(PAN, PRD y MCD) es el que cuenta con exhibición reciente de corrupción. Ya
veremos si El Universal sigue
documentando la riqueza mal habida del queretano; de AMLO se reciclarán los
casos de Bejarano, Ímaz, Robles, así como las eventuales actualizaciones que
provengan de la secretaría de hacienda; de Mead, dicen sus defensores, no hay
mácula que lo infame. Es un dicho. Para su desgracia, los casos de César y
Javier Duarte, Roberto Borge y Rosario Robles, así como las empresas HIGA,
ODEBRECHT, OHL, son un lastre para la campaña difícil de ignorar. Suman miles y
más de millones de pesos. Se trata de las ligas mayores de la corrupción.
Se acusaba al estatismo (antes no estaba de moda el término populismo)
de ser la fuente de la corrupción. Se afirmaba que con la liberalización
económica se acabaría con ese mal. Falso. El mercado es compatible con la
corrupción.
El otro tema inevitable de las
campañas será el de seguridad, de cara a la violencia criminal desatada. Tanto
Anaya como Meade están convencidos de la militarización como medio de
restablecer la seguridad (alguna vez la hubo) López Obrador, en su actuación de
opositor, visualiza ya un proceso de pacificación (recordar que la guerra contra
la delincuencia organizada fue declarada Felipe Calderón en diciembre de 2006 y
es hora de que no ha concluido) Se tiene que informar cuándo se les fue de las
manos a los gobernantes el control sobre las actividades delictivas, del crimen
organizado y el despunte de la violencia, federal y del orden común. Durante
décadas, los militares controlaron el narcotráfico, lo acotaban de facto y la
violencia no prosperaba. Fue con el gobierno de Miguel de la Madrid con el cual
las agencias estadounidenses comenzaron a hacer una presión descarada para
intervenir en la materia. Con Ernesto Zedillo y Vicente Fox se llegó, incluso,
a enjuiciar militares, sin olvidar que los Zetas -fundado por exmilitares-
surgieron en el gobierno del primero. Con Calderón y Peña Nieto la violencia ya
no tuvo continente. Curiosamente cuando menos soberano se hizo el país en el
combate del crimen organizado. México es tutelado por los Estados Unidos a
través de la iniciativa Mérida.
Se confiaba en que el proceso reformador caminaría sin alterarse la
paz. Falsa expectativa. La violencia criminal sacude al país.
Del proceso reformador siempre se
defendió el lado A: arribo al primer mundo, prosperidad, consagrarnos como
potencia. Ese lado A con el cual se identifican Anaya y Meade. Si nos asomamos
al lado B, las consecuencias nada tienen de alentadoras: crecimiento económico
mediocre, democracia como ecosistema de los políticos, excluyente de la
sociedad. Corrupción e inseguridad, para reiterar.
Pero qué operó efectivamente con
las reformas: un desprecio por el Estado, lo público, para situar en su lugar
el endiosamiento del mercado, a lo privado. Se estableció una legislación
proteccionista de las empresas y se dejó desprotegida al resto de la sociedad,
sus organizaciones gremiales esterilizadas hasta cierto punto, pues había que
mantener a los dirigentes corruptos. Se desbarató, por ejemplo, el sistema de
pensiones para favorecer a los bancos y similares (CONSAR) Se rescató a los bancos
a perpetuidad (IPAB) No hubo paso que no se diera sin dejar, manteniendo en el
foco, a la empresa privada. En su lógica, los derechos sociales adquiridos
restaban competitividad al país.
Se postuló que las reformas nos harían más libres. Falso. Se
construyeron las cadenas invisibles del individualismo bárbaro, el que nos trae
entre el consumismo y la corrupción, la indiferencia y la violencia.
Por eso no creo en la continuidad
a toda costa, como tampoco creo en que vigorizar derechos sociales sea un
retroceso. Si se quiere empezar a “curar” el “tejido social” dañado la vía
redistributiva es opción.
Bajo
estas consideraciones, veo a López Obrador en la mejor coyuntura para ganar las
elecciones del 2018. Él sabrá si la aprovecha.
La ilustración de San Juan
Climaco, La escalera del Juicio Final.
Siglo VII d.C.
El último del año. Receso
Guadalupe-Reyes.