De manera abrumadora, la opinión escrita coincide en la percepción de que la renovación de la dirigencia priísta tiene sólo dos fórmulas en aptitud de salir ganadoras. En esa percepción, no se tiene el mejor abrigo hacia el puerto para un partido que requiere un cambio de guardia, una nueva inscripción en el juego político nacional.
Durante décadas, la dirigencia nacional del Partido Revolucionario Institucional fue una posición instrumental al servicio del Presidente de la República. No era una posición de poder atribuible a las características de los dirigentes, pues quien llegaba a esa posición era designado, no tenía que desplegarse en una lucha abierta y de propuestas para convencer a los correligionarios.
La pérdida de la Presidencia en el año dos mil, puso en la agenda de los priístas el dotarse de su propia dirigencia. La lucha fue feroz, de facciones e intereses, de posiciones reales de poder: gobernadores, congresistas y corporaciones, en pugna por una posición que se descubría recién en su naturaleza de poder. Este descubrimiento ha sido envilecedor, de regateo y deslealtad, pues los reflejos priístas siguen viendo en la dirigencia una posición operativa, ahora de servicio múltiple a gobernadores, congresistas y corporaciones.
Lo que necesita el PRI es una dirigencia con poder arbitral –no confundir con tribal- y la actual contienda no construye ese arbitraje. Se abrió una contienda disolvente que apela al voto de veinte mil consejeros, más menos. Con pautas de proselitismo atávicas, sin disposición al debate, en la precariedad del más rupestre mercadeo de favores. En esas condiciones el PRI difícilmente saldrá fortalecido, pues habrá perdedores y ganadores absolutos, sin solución de colaboración. Pregúntenle a Roberto Madrazo.
Las campañas de Beatriz Paredes y Enrique Jackson van esa ruta, en la de aglutinar intereses sin reparar en la propuesta. Intereses que a veces son ajenos o distantes al mismo PRI, como son los apoyos de Elba Esther Gordillo y Carlos Salinas de Gortari. Al final, el derrotado dirá que triunfó la delincuencia organizada y ninguno tendrá capacidad de fungir como árbitro. Eso es más seguro ahora pues estos contendientes tienen desencuentros dolorosos, uno llamado Tlaxcala.
En la última selección priísta a gobernador de ese estado, Jackson logró imponer a uno de sus leales, Mariano González Zarur, y a la Paredes no le gustó. Ella mandó a uno de sus propios leales, Héctor Ortiz, a competir bajo las siglas del PAN y le ganó a su partido. En otra ocasión, en el estado de Nayarit, el ex senador no se salió con la suya, pues su valido perdió la candidatura priísta ante el candidato de la CTM, de inmediato se salió del PRI para ser candidato del PRD y volvió a perder.
El PRI tiene tantos dueños como posiciones de poder dispone. Si los dueños no se ponen de acuerdo la elección volverá a dividir al PRI. El aquí y ahora de filias y fobias es el camino de la autoderrota. Árbitro ya, o callen para siempre.
Adicionalmente, de cara a la sociedad, el PRI está obligado a formar nuevas figuras. Las muy vistas están muy gastadas en esos promocionales que quedaron asociados a sus aspiraciones truncas. La falta de humildad les impide tener un acto de agradecimiento hacia quienes les dieron sus primeras oportunidades y de admiración hacia quienes esperan conformar una nueva generación de priístas.
Durante décadas, la dirigencia nacional del Partido Revolucionario Institucional fue una posición instrumental al servicio del Presidente de la República. No era una posición de poder atribuible a las características de los dirigentes, pues quien llegaba a esa posición era designado, no tenía que desplegarse en una lucha abierta y de propuestas para convencer a los correligionarios.
La pérdida de la Presidencia en el año dos mil, puso en la agenda de los priístas el dotarse de su propia dirigencia. La lucha fue feroz, de facciones e intereses, de posiciones reales de poder: gobernadores, congresistas y corporaciones, en pugna por una posición que se descubría recién en su naturaleza de poder. Este descubrimiento ha sido envilecedor, de regateo y deslealtad, pues los reflejos priístas siguen viendo en la dirigencia una posición operativa, ahora de servicio múltiple a gobernadores, congresistas y corporaciones.
Lo que necesita el PRI es una dirigencia con poder arbitral –no confundir con tribal- y la actual contienda no construye ese arbitraje. Se abrió una contienda disolvente que apela al voto de veinte mil consejeros, más menos. Con pautas de proselitismo atávicas, sin disposición al debate, en la precariedad del más rupestre mercadeo de favores. En esas condiciones el PRI difícilmente saldrá fortalecido, pues habrá perdedores y ganadores absolutos, sin solución de colaboración. Pregúntenle a Roberto Madrazo.
Las campañas de Beatriz Paredes y Enrique Jackson van esa ruta, en la de aglutinar intereses sin reparar en la propuesta. Intereses que a veces son ajenos o distantes al mismo PRI, como son los apoyos de Elba Esther Gordillo y Carlos Salinas de Gortari. Al final, el derrotado dirá que triunfó la delincuencia organizada y ninguno tendrá capacidad de fungir como árbitro. Eso es más seguro ahora pues estos contendientes tienen desencuentros dolorosos, uno llamado Tlaxcala.
En la última selección priísta a gobernador de ese estado, Jackson logró imponer a uno de sus leales, Mariano González Zarur, y a la Paredes no le gustó. Ella mandó a uno de sus propios leales, Héctor Ortiz, a competir bajo las siglas del PAN y le ganó a su partido. En otra ocasión, en el estado de Nayarit, el ex senador no se salió con la suya, pues su valido perdió la candidatura priísta ante el candidato de la CTM, de inmediato se salió del PRI para ser candidato del PRD y volvió a perder.
El PRI tiene tantos dueños como posiciones de poder dispone. Si los dueños no se ponen de acuerdo la elección volverá a dividir al PRI. El aquí y ahora de filias y fobias es el camino de la autoderrota. Árbitro ya, o callen para siempre.
Adicionalmente, de cara a la sociedad, el PRI está obligado a formar nuevas figuras. Las muy vistas están muy gastadas en esos promocionales que quedaron asociados a sus aspiraciones truncas. La falta de humildad les impide tener un acto de agradecimiento hacia quienes les dieron sus primeras oportunidades y de admiración hacia quienes esperan conformar una nueva generación de priístas.