viernes, 26 de enero de 2007

Salir del túnel

De manera abrumadora, la opinión escrita coincide en la percepción de que la renovación de la dirigencia priísta tiene sólo dos fórmulas en aptitud de salir ganadoras. En esa percepción, no se tiene el mejor abrigo hacia el puerto para un partido que requiere un cambio de guardia, una nueva inscripción en el juego político nacional.

Durante décadas, la dirigencia nacional del Partido Revolucionario Institucional fue una posición instrumental al servicio del Presidente de la República. No era una posición de poder atribuible a las características de los dirigentes, pues quien llegaba a esa posición era designado, no tenía que desplegarse en una lucha abierta y de propuestas para convencer a los correligionarios.

La pérdida de la Presidencia en el año dos mil, puso en la agenda de los priístas el dotarse de su propia dirigencia. La lucha fue feroz, de facciones e intereses, de posiciones reales de poder: gobernadores, congresistas y corporaciones, en pugna por una posición que se descubría recién en su naturaleza de poder. Este descubrimiento ha sido envilecedor, de regateo y deslealtad, pues los reflejos priístas siguen viendo en la dirigencia una posición operativa, ahora de servicio múltiple a gobernadores, congresistas y corporaciones.

Lo que necesita el PRI es una dirigencia con poder arbitral –no confundir con tribal- y la actual contienda no construye ese arbitraje. Se abrió una contienda disolvente que apela al voto de veinte mil consejeros, más menos. Con pautas de proselitismo atávicas, sin disposición al debate, en la precariedad del más rupestre mercadeo de favores. En esas condiciones el PRI difícilmente saldrá fortalecido, pues habrá perdedores y ganadores absolutos, sin solución de colaboración. Pregúntenle a Roberto Madrazo.

Las campañas de Beatriz Paredes y Enrique Jackson van esa ruta, en la de aglutinar intereses sin reparar en la propuesta. Intereses que a veces son ajenos o distantes al mismo PRI, como son los apoyos de Elba Esther Gordillo y Carlos Salinas de Gortari. Al final, el derrotado dirá que triunfó la delincuencia organizada y ninguno tendrá capacidad de fungir como árbitro. Eso es más seguro ahora pues estos contendientes tienen desencuentros dolorosos, uno llamado Tlaxcala.

En la última selección priísta a gobernador de ese estado, Jackson logró imponer a uno de sus leales, Mariano González Zarur, y a la Paredes no le gustó. Ella mandó a uno de sus propios leales, Héctor Ortiz, a competir bajo las siglas del PAN y le ganó a su partido. En otra ocasión, en el estado de Nayarit, el ex senador no se salió con la suya, pues su valido perdió la candidatura priísta ante el candidato de la CTM, de inmediato se salió del PRI para ser candidato del PRD y volvió a perder.

El PRI tiene tantos dueños como posiciones de poder dispone. Si los dueños no se ponen de acuerdo la elección volverá a dividir al PRI. El aquí y ahora de filias y fobias es el camino de la autoderrota. Árbitro ya, o callen para siempre.

Adicionalmente, de cara a la sociedad, el PRI está obligado a formar nuevas figuras. Las muy vistas están muy gastadas en esos promocionales que quedaron asociados a sus aspiraciones truncas. La falta de humildad les impide tener un acto de agradecimiento hacia quienes les dieron sus primeras oportunidades y de admiración hacia quienes esperan conformar una nueva generación de priístas.

martes, 23 de enero de 2007

El aplauso

De la derrota frente a los especuladores del maíz que afrentaron al pueblo de maíz, el gobierno de Felipe Calderón reajustó la agenda nacional al punto de inicio: la seguridad. El operativo de las fuerzas federales de seguridad en Acapulco, Guerrero, adquirió la visibilidad suficiente para que el debate tortillero pasará a segundo plano. No fue suficiente la enésima ceremonia con los mandos militares. En esta ocasión, el secretario de Marina hizo entrega solemne de un sable al Presidente, para simbolizar que la lucha contra el crimen organizado es la prioridad.

Pero fue necesaria la extradición de quince delincuentes, reclamados por la justicia estadounidense –unos cuantos de una lista mayor- para que el gobierno de los Estados Unidos obsequiara un aplauso al Presidente de México, después de la vapuleada recibida tras el aumento al precio del kilo de tortilla. Valiente fue el adjetivo que uso Tony Garza, embajador de los güeros, seguido por una serie de reconocimientos por parte de las autoridades norteamericanas.

Un acto deliberado o desesperado, no se sabe. Lo que se vio fue un gesto del presidente Calderón hacia los Estados Unidos, clamando por apoyo en momentos en que los apoyos internos se encarecen. Lo mismo hizo Ernesto Zedillo cuando la economía se le despeñaba en caída libre. Pero para Felipe Calderón el problema es político y de muchas aristas. De hecho, sólo los gobernadores son aliados. No es poca cosa, pero se trata de aliados movidos por intereses de índole presupuestal, el reparto de los dineros de la federación.

Se ha emprendido una necesaria operación en contra del crimen organizado y no son del dominio público las repercusiones posibles, más allá de la especulación publicada en los diarios. La autoridad reconoce que los resultados no serán inmediatos en una guerra que se avizora larga. Por eso es en esta coyuntura donde los respaldos, las alianzas para mayor precisión, harían la suerte de efecto legitimador.

Que el Presidente no haya logrado una alianza con el PRD es entendible. Con el PRI se dan otras razones, no hay interlocutor único, menos cuando está en proceso de cambiar su dirigencia ese instituto. Lo que ha sorprendido es la ríspida relación del Ejecutivo con su propio partido, el de Acción Nacional, ni siquiera los coordinadores parlamentarios en ambas Cámaras son al cien por cien felipistas. Para hacer más agria la relación, Manuel Espino ha convertido a su partido en casa de seguridad de los foxistas. Incluso el jaloneo con la fuerza magisterial ha dado de qué hablar sobre la ausencia de una alianza sólida sobre la que se soporte políticamente el gobierno federal.

La guerra contra el narcotráfico acuarteló el lunes 22 de enero al gabinete de seguridad, a los gobernadores o sus representantes y al representante de la Comisión Permanente del Congreso en la reunión del Consejo Nacional de Seguridad en Palacio Nacional. Y lo que sigue sin explicación es la falta de adhesión abierta de la dirigencia del PAN a los empeños gubernamentales en materia de seguridad.

Lo que está por verse, si es que los empeños son genuinos, es la afectación de intereses elitistas ligados al narcotráfico. Por ejemplo, si están involucrados personajes del gobierno anterior o gobernadores y munícipes en funciones. También está por verse el alcance hacia los nuevos operadores de la delincuencia organizada, si su capacidad de reorganización criminal ya minimizó las pérdidas reportadas por los capos aprehendidos en sexenios anteriores.

No queda mas que albergar la esperanza de que el presidente Calderón tenga las fichas ganadoras de este juego, pues se quedó con una que otra mula de la mano anterior.
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