La lluvia de la que platiqué no
para. Eso no es todo. Llueve mierda y no hay drenaje. Se empieza a
chapalear en el excremento. El periodo
de intercampañas que pone en veda la propaganda de los que se registrarán como
candidatos a la presidencia (Enrique Peña Nieto, Andrés Manuel López Obrador,
bla-bla-bla) no detiene la propaganda. Tenemos las encuestas sobre las
preferencias electorales, tenemos la gráfica de la prensa, tenemos los
encuentros con tal o cual gremio.
Más allá de las florituras de la
ley, el hecho es que la restricción no detiene el flujo (des)informativo sobre
los candidatos. Las campañas están embozadas, enmascaradas, sin decir su nombre,
en marcha y haciendo daño. Los afectados no sólo son los candidatos, también el
país. La prueba para los presidenciables
será sobrevivir a esta ficción. La prueba para la ciudadanía será llegar a las
casillas el primer domingo de julio del 2012, pues puede terminar desentendida de las
elecciones, harta de una contienda en la que unos a otros se empeñan en exhibir
negativamente al adversario. El futuro colectivo no se dibuja. Eso sí, quedan
plasmadas las ambiciones insolentes de una minoría.
Para colmo, la publicidad de la
autoridad electoral no es acompañada de acciones que demuestren que la ley se
cumple y pone a temblar a los actores políticos. Nada de eso, el Instituto
Federal Electoral encogido en el pánico, ha preferido incorporarse al guión del
presidente Calderón de que las elecciones están amenazadas por el crimen
organizado. Con esa estimulación, la gente preferirá guardarse en sus casas. Y
con razón, pues efectivamente los hechos de violencia siguen incontenibles. La
cruzada iniciada por el gobierno en contra del crimen organizado es ya
frustración en el rostro de Felipe Calderón. El fastidio que se carga no puede
ser más elocuente. Y del enfado no se puede esperar buen juicio.
No hay alcantarillado que escurra
el pertinaz temporal que amenaza a una democracia de adobe, edificación que dio
abrigo a la alternancia y que ha sido inhospitalaria para la transición. La
rendición ante el orden económico global, expresado en un vertiginoso flujo de
capitales y el canto de las sirenas de la industria del entretenimiento, han
destruido las fortalezas del México populista: el mercado interno, el mundo del
trabajo y el microcosmos familiar. Rota la solidaridad, el capitalismo salvaje
y el crimen organizado depredan al país.
Y ése no es el México que
soñamos.