No es tarde, ni es demasiado
temprano. El momento de exigir una mejor educación, abatir la inseguridad,
disminuir la pobreza no puede esperar más. Es el momento de confrontar las
desigualdades sociales, de eso debe tratar la discusión de lo que queremos como
país, el enjuiciamiento de un orden económico que reproduce sus desequilibrios
en el ámbito de la política y en la administración de la justicia. De ahí sugerir
la ideación de formar un régimen que haga la diferencia de lo vivido en las
últimas décadas.
Por un régimen que no se
distraiga por escándalos o filtraciones, donde los asuntos públicos no queden
subordinados a las ambiciones de los que tienen ventajas corporativas, de tipo
empresarial, gremial, castrense o confesional y que avasallan al átomo
ciudadano. Acabar con la voracidad vertiginosamente asumida socialmente, una
forma de ser, de actuar, que profundiza las desigualdades y naturaliza el “agandalle”,
mexicanismo que se entiende sin el aval de la Real Academia Española.
Lo que antes configuraba el
Estado de la revolución mexicana no está en el mapa, subsiste en calidad de
fantasmagoría constitucional, ilusión de los sentidos que supone la vigencia
plena e irrestricta del derecho a la educación, a la salud, al trabajo,
etcétera. Lo que tenemos es la realización de la ilusión hobbiana
del estado de naturaleza. Una realidad nugatoria de los derechos reconocidos
constitucionalmente. La ciudadanía se limita, se esfuma en la representación o
delegación de su fuerza, los poderes que instituye mediante el voto se vuelven
en su contra o, simplemente, la ignoran.
No es necesario estimular el
odio hacia los ricos, ni tomar medidas expropiatorias, ni hablar mal de los
políticos y de sus partidos, sino formar un orden socialmente justo como para
reducir la compulsión por delinquir que se ha extendido en opción de acceso a la riqueza. Eso es lo que
hay detrás o en el fondo de la violencia que asuela a México.
Por cierto, en esta ocasión no tuve que destacar
una noticia, citar medios o invocar artículos. El desastre de país se expresa
por sí mismo, sólo el que no sale a la calle o al campo no lo ve.
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