No hay modo de ocultarlo, el combate al crimen organizado está consumiendo al gobierno de Felipe Calderón. Todo lo demás que hace, anuncia mejor dicho, se desvanece ente las imágenes de guerra. La persecución de delincuentes y el sitio al Hospital General de Tijuana. El operativo militar sobre el triángulo dorado del cultivo de estupefacientes, cuyos vértices los conforman los estados de Chihuahua, Durango y Sinaloa. Son el cuadro sobre el que se pinta la cascada de ejecuciones que viene de tiempo atrás.
Los operativos no han tenido eficacia quirúrgica pues el cáncer está ramificado. Durante los últimos seis años los cuerpos policiales municipales de varias ciudades se convirtieron en socios obligados del crimen organizado: plomo o dinero. La insuficiencia de la inversión pública y privada, la deplorable distribución del ingreso, han hecho del narcotráfico una fuente de ingresos para la economía familiar, un componente negro de la economía política de este país no incluido en las cuentas nacionales.
La estrategia de aplicar todo el aparato represor para combatir al narcotráfico se está estrellando con una estrategia de pega, huye y difunde tus golpes. Esto parece una guerra de guerrillas que de seguir así puede minar la moral del Ejército. Por lo que se aprecia, no se han ubicado con precisión los operativos, con la precisión de desarticular a las bandas de delincuentes. Por el contrario, cada acción del gobierno tiene el efecto de reproducir el mal. El crimen ha desplazado a la política y a la economía de la información en titulares. Es el momento de revisar la estrategia para continuar está obligada y legitima lucha del Estado contra la delincuencia.
Como estarán las cosas que hablar del número 2 en Los Pinos se está haciendo costumbre y mala propaganda para el número 1. Sin hacer nada sobresaliente, Juan Camilo Mouriño se le insinúa como el gran tomador de decisiones, el problema es que con las decisiones equivocadas o mal enfocadas los jitomatazos se los envían a su jefe. Felipe Calderón se aleja de su proyección como presidente del empleo, se recrea como un presidente agobiado por la circunstancia que le impide acometer sus propósitos. Sin proponérselo, ha inaugurado un sexenio sangriento.
El Presidente tomó el camino del combate al narcotráfico y no tiene porque distraerse por la conducción de su partido, el PAN. Ya es tiempo de que abandone esas inútiles reuniones de los lunes con la cúpula de su partido. Mal puede defender el derecho a la vida cuando todos los días se realizan ejecuciones. De otra manera, lo que se va haciendo convicción es la presunción de que no estaba preparado para conducir al país. Pues si no tiene la información precisa que vincula al crimen organizado con puntos y personajes de la vida institucional, sus colaboradores nada más estarán enjugándole el dedo en la boca, perfilando una Presidencia abatida en la soledad.
Los operativos no han tenido eficacia quirúrgica pues el cáncer está ramificado. Durante los últimos seis años los cuerpos policiales municipales de varias ciudades se convirtieron en socios obligados del crimen organizado: plomo o dinero. La insuficiencia de la inversión pública y privada, la deplorable distribución del ingreso, han hecho del narcotráfico una fuente de ingresos para la economía familiar, un componente negro de la economía política de este país no incluido en las cuentas nacionales.
La estrategia de aplicar todo el aparato represor para combatir al narcotráfico se está estrellando con una estrategia de pega, huye y difunde tus golpes. Esto parece una guerra de guerrillas que de seguir así puede minar la moral del Ejército. Por lo que se aprecia, no se han ubicado con precisión los operativos, con la precisión de desarticular a las bandas de delincuentes. Por el contrario, cada acción del gobierno tiene el efecto de reproducir el mal. El crimen ha desplazado a la política y a la economía de la información en titulares. Es el momento de revisar la estrategia para continuar está obligada y legitima lucha del Estado contra la delincuencia.
Como estarán las cosas que hablar del número 2 en Los Pinos se está haciendo costumbre y mala propaganda para el número 1. Sin hacer nada sobresaliente, Juan Camilo Mouriño se le insinúa como el gran tomador de decisiones, el problema es que con las decisiones equivocadas o mal enfocadas los jitomatazos se los envían a su jefe. Felipe Calderón se aleja de su proyección como presidente del empleo, se recrea como un presidente agobiado por la circunstancia que le impide acometer sus propósitos. Sin proponérselo, ha inaugurado un sexenio sangriento.
El Presidente tomó el camino del combate al narcotráfico y no tiene porque distraerse por la conducción de su partido, el PAN. Ya es tiempo de que abandone esas inútiles reuniones de los lunes con la cúpula de su partido. Mal puede defender el derecho a la vida cuando todos los días se realizan ejecuciones. De otra manera, lo que se va haciendo convicción es la presunción de que no estaba preparado para conducir al país. Pues si no tiene la información precisa que vincula al crimen organizado con puntos y personajes de la vida institucional, sus colaboradores nada más estarán enjugándole el dedo en la boca, perfilando una Presidencia abatida en la soledad.