Concluida de manera irreversible la etapa postelectoral, el presidente Calderón consume sus trabajos y sus días en la aplicación de un esquema que legitime su autoridad cuestionada. No hay descanso, ni resulta divertida la tarea, máxime cuando se pasa el umbral de los principios y se toman decisiones que apenas hace algunos ayeres producían asco, como ensayarse en la simbolización y el ritual de la Presidencia priísta que no han desaparecido. Sentimientos contradictorios, claroscuro que en su apreciación Jorge Fernández Menéndez capta así: “Si algo estamos viendo con Calderón es como se restituyen (o se construyen nuevas) reglas del juego que se habían perdido...” “...la dirigencia de ese partido –se refiere al PRI- ha comenzado a alinearse con esas reglas que se habían perdido y que el priismo conoce bien”
Dos vías se han tomado para construir la legitimidad: la eficacia y la publicidad. La eficacia no es algo que se pueda demostrar de inmediato en las primeras decisiones tomadas. La eficacia es el resultado acumulativo de decisiones acertadas o plausibles a lo largo de un año y de los que le seguirán. Es una legitimidad que se cocina a fuego lento. La publicidad, por su parte, apuesta a producir reconocimiento y admiración desde la instantaneidad de la propaganda gubernamental. Calderón tiene ante sí una vía que es sólida en la medida que se construya sobre acuerdos con otros actores para lograr una legitimidad consistente. La otra ruta, en sus componentes electrónicos y de papel, que el tiempo y el clima desbaratan con facilidad.
Las dos rutas coinciden en la formación de un mismo significado: la existencia de un presidente fuerte, omnipotente, con cualidades que rebasan las inherentes a cualquier simple mortal. No estaría mal que, al respecto, el presidente en funciones averiguara con todos los supervivientes del ejercicio presidencial qué tanto corresponde ese significado con la realidad, y en qué medida esa desproporción fue la base de aciertos y de qué errores.
Y no es cualquier cosa construir símbolos nuevos para ese propósito, ya se vio con el presidente de las botas y del águila mocha, todo quedó para el anecdotario de lo risible. Echar mano del repertorio de legitimación eclesiástica o acudir a las formas juaristas y de la revolución mexicana es lo inmediato ¿Por cuál se decidirá la nueva administración?.
Un presidente fuerte no requiere de mensajes decodificados por una columna o un artículo de opinión cuyo alcance es muy restringido. Como por ejemplo, afirmaciones que se atribuyen al círculo cercano al Presidente y dan cuenta de supuesto estilo de gobernar. Que el Presidente impondrá a los oficiales mayores de las dependencias federales para seguir de cerca el uso de los recursos públicos, como si no existiera una estructura que dispone los recursos y otra que los vigila en su aplicación. Que Calderón nombrará subsecretarios cercanos a él para tener marcaje estrecho sobre los encargados de despecho. Dicho lo cual para hacer la diferencia de su antecesor. Pero lo cierto es que el Presidente está en su resorte hacer nombramientos de los altos funcionarios, que lo son porque le merecen confianza o responden a compromisos, pero de ahí a forjar la imagen de un presidente controlador para significar el cambio de estilo es lo de menos en los resultados prácticos, se trata sí, de abonar la creencia de que el presidente en turno es fuerte. No vaya a ser que devorado por la angustia de controlar, propia de una personalidad autoritaria, Calderón encarezca la confianza hacia sus colaboradores, interlocutores y el conjunto de la sociedad.
No es en el ámbito de ese tipo de mensajes donde se encuentra el talante de un presidente, sino en acciones como la Operación Michoacán desplegada contra el crimen organizado en ese estado de la república. Acciones que por su alto riesgo tienen que enfatizar la fortaleza de las instituciones y no derivar en la mediatización ramplona que magnifique a la persona que hoy ostenta la investidura presidencial. El operativo no se hizo a la orden de hágase la luz, responde a diseño no a improvisaciones, aunque se den en su ejecución. El acopio de información y el esquema del operativo estaban ahí antes de que se diera el cambio de gobierno, faltaba la decisión y la orden escrita para lanzarlo hasta en su modo de comunicarlo, poniendo por delante al responsable de la política interior y no a quienes hicieron el trabajo de inteligencia. No son detalles para efectos mediáticos, es una declaración de guerra contra delincuencia organizada, es el comienzo de una serie de operativos que se supone han de seguir. Atendiendo primero a la eficacia, no a la publicidad.
Dos vías se han tomado para construir la legitimidad: la eficacia y la publicidad. La eficacia no es algo que se pueda demostrar de inmediato en las primeras decisiones tomadas. La eficacia es el resultado acumulativo de decisiones acertadas o plausibles a lo largo de un año y de los que le seguirán. Es una legitimidad que se cocina a fuego lento. La publicidad, por su parte, apuesta a producir reconocimiento y admiración desde la instantaneidad de la propaganda gubernamental. Calderón tiene ante sí una vía que es sólida en la medida que se construya sobre acuerdos con otros actores para lograr una legitimidad consistente. La otra ruta, en sus componentes electrónicos y de papel, que el tiempo y el clima desbaratan con facilidad.
Las dos rutas coinciden en la formación de un mismo significado: la existencia de un presidente fuerte, omnipotente, con cualidades que rebasan las inherentes a cualquier simple mortal. No estaría mal que, al respecto, el presidente en funciones averiguara con todos los supervivientes del ejercicio presidencial qué tanto corresponde ese significado con la realidad, y en qué medida esa desproporción fue la base de aciertos y de qué errores.
Y no es cualquier cosa construir símbolos nuevos para ese propósito, ya se vio con el presidente de las botas y del águila mocha, todo quedó para el anecdotario de lo risible. Echar mano del repertorio de legitimación eclesiástica o acudir a las formas juaristas y de la revolución mexicana es lo inmediato ¿Por cuál se decidirá la nueva administración?.
Un presidente fuerte no requiere de mensajes decodificados por una columna o un artículo de opinión cuyo alcance es muy restringido. Como por ejemplo, afirmaciones que se atribuyen al círculo cercano al Presidente y dan cuenta de supuesto estilo de gobernar. Que el Presidente impondrá a los oficiales mayores de las dependencias federales para seguir de cerca el uso de los recursos públicos, como si no existiera una estructura que dispone los recursos y otra que los vigila en su aplicación. Que Calderón nombrará subsecretarios cercanos a él para tener marcaje estrecho sobre los encargados de despecho. Dicho lo cual para hacer la diferencia de su antecesor. Pero lo cierto es que el Presidente está en su resorte hacer nombramientos de los altos funcionarios, que lo son porque le merecen confianza o responden a compromisos, pero de ahí a forjar la imagen de un presidente controlador para significar el cambio de estilo es lo de menos en los resultados prácticos, se trata sí, de abonar la creencia de que el presidente en turno es fuerte. No vaya a ser que devorado por la angustia de controlar, propia de una personalidad autoritaria, Calderón encarezca la confianza hacia sus colaboradores, interlocutores y el conjunto de la sociedad.
No es en el ámbito de ese tipo de mensajes donde se encuentra el talante de un presidente, sino en acciones como la Operación Michoacán desplegada contra el crimen organizado en ese estado de la república. Acciones que por su alto riesgo tienen que enfatizar la fortaleza de las instituciones y no derivar en la mediatización ramplona que magnifique a la persona que hoy ostenta la investidura presidencial. El operativo no se hizo a la orden de hágase la luz, responde a diseño no a improvisaciones, aunque se den en su ejecución. El acopio de información y el esquema del operativo estaban ahí antes de que se diera el cambio de gobierno, faltaba la decisión y la orden escrita para lanzarlo hasta en su modo de comunicarlo, poniendo por delante al responsable de la política interior y no a quienes hicieron el trabajo de inteligencia. No son detalles para efectos mediáticos, es una declaración de guerra contra delincuencia organizada, es el comienzo de una serie de operativos que se supone han de seguir. Atendiendo primero a la eficacia, no a la publicidad.