viernes, 15 de diciembre de 2006

La ardua legitimación

Concluida de manera irreversible la etapa postelectoral, el presidente Calderón consume sus trabajos y sus días en la aplicación de un esquema que legitime su autoridad cuestionada. No hay descanso, ni resulta divertida la tarea, máxime cuando se pasa el umbral de los principios y se toman decisiones que apenas hace algunos ayeres producían asco, como ensayarse en la simbolización y el ritual de la Presidencia priísta que no han desaparecido. Sentimientos contradictorios, claroscuro que en su apreciación Jorge Fernández Menéndez capta así: “Si algo estamos viendo con Calderón es como se restituyen (o se construyen nuevas) reglas del juego que se habían perdido...” “...la dirigencia de ese partido –se refiere al PRI- ha comenzado a alinearse con esas reglas que se habían perdido y que el priismo conoce bien”

Dos vías se han tomado para construir la legitimidad: la eficacia y la publicidad. La eficacia no es algo que se pueda demostrar de inmediato en las primeras decisiones tomadas. La eficacia es el resultado acumulativo de decisiones acertadas o plausibles a lo largo de un año y de los que le seguirán. Es una legitimidad que se cocina a fuego lento. La publicidad, por su parte, apuesta a producir reconocimiento y admiración desde la instantaneidad de la propaganda gubernamental. Calderón tiene ante sí una vía que es sólida en la medida que se construya sobre acuerdos con otros actores para lograr una legitimidad consistente. La otra ruta, en sus componentes electrónicos y de papel, que el tiempo y el clima desbaratan con facilidad.

Las dos rutas coinciden en la formación de un mismo significado: la existencia de un presidente fuerte, omnipotente, con cualidades que rebasan las inherentes a cualquier simple mortal. No estaría mal que, al respecto, el presidente en funciones averiguara con todos los supervivientes del ejercicio presidencial qué tanto corresponde ese significado con la realidad, y en qué medida esa desproporción fue la base de aciertos y de qué errores.

Y no es cualquier cosa construir símbolos nuevos para ese propósito, ya se vio con el presidente de las botas y del águila mocha, todo quedó para el anecdotario de lo risible. Echar mano del repertorio de legitimación eclesiástica o acudir a las formas juaristas y de la revolución mexicana es lo inmediato ¿Por cuál se decidirá la nueva administración?.

Un presidente fuerte no requiere de mensajes decodificados por una columna o un artículo de opinión cuyo alcance es muy restringido. Como por ejemplo, afirmaciones que se atribuyen al círculo cercano al Presidente y dan cuenta de supuesto estilo de gobernar. Que el Presidente impondrá a los oficiales mayores de las dependencias federales para seguir de cerca el uso de los recursos públicos, como si no existiera una estructura que dispone los recursos y otra que los vigila en su aplicación. Que Calderón nombrará subsecretarios cercanos a él para tener marcaje estrecho sobre los encargados de despecho. Dicho lo cual para hacer la diferencia de su antecesor. Pero lo cierto es que el Presidente está en su resorte hacer nombramientos de los altos funcionarios, que lo son porque le merecen confianza o responden a compromisos, pero de ahí a forjar la imagen de un presidente controlador para significar el cambio de estilo es lo de menos en los resultados prácticos, se trata sí, de abonar la creencia de que el presidente en turno es fuerte. No vaya a ser que devorado por la angustia de controlar, propia de una personalidad autoritaria, Calderón encarezca la confianza hacia sus colaboradores, interlocutores y el conjunto de la sociedad.


No es en el ámbito de ese tipo de mensajes donde se encuentra el talante de un presidente, sino en acciones como la Operación Michoacán desplegada contra el crimen organizado en ese estado de la república. Acciones que por su alto riesgo tienen que enfatizar la fortaleza de las instituciones y no derivar en la mediatización ramplona que magnifique a la persona que hoy ostenta la investidura presidencial. El operativo no se hizo a la orden de hágase la luz, responde a diseño no a improvisaciones, aunque se den en su ejecución. El acopio de información y el esquema del operativo estaban ahí antes de que se diera el cambio de gobierno, faltaba la decisión y la orden escrita para lanzarlo hasta en su modo de comunicarlo, poniendo por delante al responsable de la política interior y no a quienes hicieron el trabajo de inteligencia. No son detalles para efectos mediáticos, es una declaración de guerra contra delincuencia organizada, es el comienzo de una serie de operativos que se supone han de seguir. Atendiendo primero a la eficacia, no a la publicidad.

lunes, 11 de diciembre de 2006

Los primeros días

En cuatro pinceladas se trazan las rutinas del presidencialismo, la institución moldea al detentador del Ejecutivo, con más fuerza mientras no se tenga un proyecto claro, diferenciado hacia un nuevo régimen político, explícitamente planteado para su consenso y acuerdo.

Los primeros pasos nos indican el esmero por mantener la estabilidad macroeconómica. El secretario de Hacienda, Agustín Carstens, tiene la confianza de su jefe para orientar el gasto público. El gabinete social está a su sombra. En la presentación del presupuesto ante el Congreso no se reportan mejoras en las asignación a educación y el malestar se expresa desde las instancias de las universidades públicas. Sólo hasta entonces interviene la secretaria de Educación Josefina Vázquez Mota, por instrucciones del Presidente, para revisar ese segmento del presupuesto. Empieza una de las actuaciones más repetidas del presidencialismo mexicano, poner a competir a los secretarios.

Más allá de los taches y las palomas, el nuevo gobierno anuncia la nueva imagen, restituye el escudo nacional que fue ilegalmente suplantado por el águila mocha. Esa es la cuestión de fondo, existe una ley de por medio, no sujeta al capricho del diseño gráfico, que obliga al gobierno a utilizar el escudo bajo ciertas especificaciones, pero en el sexenio pasado se vivió bajo la ilegalidad absoluta, impune. Obligación del gobernante que no es precisamente la del artista plástico, el creador individual puede estilizar águilas como se le pegue la gana.

La detención del dirigente más visible de la Asamblea de Pueblos de Oaxaca, Flavio Sosa, exige distinguir el plano político del judicial para no enredar el queso, y menos para construir el sensacionalismo de la justicia mediatizada a la que son afectos los panistas. Por qué si los delitos de los que se le acusa a este dirigente se cometieron en el gobierno anterior, tuvo que darse el cambio de gobierno para cumplir orden de aprehensión. No son los mismos funcionarios Daniel Cabeza de Vaca, Eduardo Medina Mora y Genaro García Luna -involucrados en el mismo asunto- empleados del actual Presidente. Ayer omisos, hoy cumplidores ¿Se trata de la inveterada aplicación selectiva de la ley?

José Gutiérrez Vivó, peregrino anual al santuario del neoliberalismo en Davós, Suiza, intimidado por gobiernos panistas. Así lo hizo público el famoso comunicador radiofónico. Suena discordante que uno de los empresarios de la comunicación con más identificación con la ideología panista haya encontrado su inquisidor en el gobierno del PAN. Intereses matan afinidades ideológicas.


Empezar un nuevo gobierno no ha sido fácil, por la razón de que el proceso electoral no contiene un esquema de acuerdos y validación de intereses, como era el caso de aquellos tiempos en los que la Constitución, la Presidencia de la República y el partido oficial se sincronizaban para quitarle presión al gobierno entrante, dejarle la casa en orden.

Esa ductibilidad de los acuerdos desde la política se perdió de manera irremediable en 1982. Miguel de la Madrid recibió la Presidencia en medio de un gran malestar empresarial que se daba en respuesta a la nacionalización de la banca que hizo su antecesor, José López Portillo. De la Madrid gobernó bajo el predicamento de que el país no se le deshiciera de entre las manos. En 1985 el terremoto de la ciudad de México exhibió el anquilosamiento de los reflejos gubernamentales para atender una catástrofe natural. En 1987 se le dividió su partido (PRI) y entregó el poder en medio de un gran escándalo postelectoral.

Carlos Salinas de Gortari, inició bajo interpelaciones el primero de diciembre de 1988 y en ese mismo mes estableció interlocuciones efectivas que le durarían hasta el primero de enero de 1994. En el relevo perdió a su candidato, Luis Donaldo Colosio y no concretó los mejores acuerdos con quien sería su sucesor. La falta de compromisos impacto la asunción del poder por parte de Ernesto Zedillo. No cumplió ni un mes cuando la fuga de capitales erosionó la situación económica del país y 1995 fue un año dedicado a reconstruir la confianza de los inversionistas. Pero no fue suficiente, las fuerzas políticas demandaban una mayor ampliación de los cauces democráticos, los acuerdos hicieron posible una nueva reforma política que terminó por estabilizar la conducción del gobierno a fines de 1996.

Vicente Fox recibió al país en condiciones envidiables si se le compara con sus antecesores. Los relojes de la liberalización económica y la democracia tenían el mismo tiempo. Sus prioridades sentimentales y su genética ideológica le impidieron a Fox construir acuerdos, hacer reformas y en tres años se acabó el bono democrático. Los otros tres años se dedicó a socavar el avance democrático, en mal momento el gobierno regresó a ser factotum del proceso electoral. Como resultado de sus frivolidades e indecisiones, México se polarizó y Fox entregó un país dividido a Felipe Calderón.

¿Cuanto tiempo se tardará el actual Presidente en concretar acuerdos? Son los acuerdos los que a final de cuentas harán creíbles los anuncios publicitarios de la administración que inicia. Los acuerdos que de alguna manera se expresaran en la definición de reformas y de las políticas públicas.
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