Son tiempos inéditos de la
comunicación gubernamental. La distancia entre la fuente presidencial y los
medios es más directa, se han desazolvado los canales hechos de favores, de
discrecionalidad, de presupuestos excedidos sin justificación y de un
desperdicio para fines políticos, los del grupo político del sexenio pasado,
por ejemplo. Ahora dicen los desplazados de la gracia del poder que el actual
gobierno tiene deficiente comunicación. Vaya pues, si le ayudaron mucho a Peña
Nieto y su candidato Meade con el subsidio canalizado a medios, publicaciones,
columnistas. Ahora estamos ante una comunicación gubernamental diferente con un
principio sencillo: que lo público sea cada vez más público.
El miércoles 30 de octubre se
hizo la exposición de la relación de hechos de lo sucedido el 17 del mismo mes
en Culiacán, Sinaloa. La abortada operación de detención de un hijo de Joaquín
Guzmán Loera, la violenta reacción de células del cártel de Sinaloa y el
enfriamiento de las hostilidades. Algo no visto al decir de muchos y que los
medios no registraron con rotundidad en sus ocho columnas del día siguiente: SE
EVITÓ LA GUERRA.
Conforme se desglosaba la
información y uno iba contrastando con la información del jueves negro
proporcionada el día de los hechos, se podía apreciar la línea invisible de
separación entre el inicio de una escalada bélica y su contención. Se evitó un
derramamiento de sangre mayúsculo en la capital de Sinaloa y prevaleció la
frágil paz. Parecía que la comunicación había colmado el interés noticioso.
Para el día siguiente, jueves 31,
de mañana abrió la sesión de preguntas y respuestas. Remitirse a lo ya expuesto
sin saciar el apetito de algunos periodistas. Exigían más detalles ante un grave
asunto de seguridad. Lo que querían era la “nota” para la estigmatización de x
participante directo del operativo, cualquiera, querían ponerle nombre y
apellido al causante del “error táctico”. Obtuvieron un sucedáneo y en ese
momento se dramatizó la mañanera. Lo que terminó por molestar a los periodistas
presentes y a los que participan en las redes fue la frase “Le muerden la mano
a quien les quitó el bozal”, atribuida a Gustavo A. Madero y recordada en la
conferencia por el presidente López Obrador. Presurosos, los periodistas se amarraron
el sambenito al cuello y se autoflagelaron. No se preguntaron quién era el
personaje aludido, de qué época y, sobre todo, a qué sucesos quedó asociado.
(Hay un libro publicado en 1914
-ya digitalizado por la Secretaría de Cultura y que también se puede conseguir
físicamente en la Librería El Sótano. Una compilación de documentos, relatos,
testimonios que giran alrededor del Golpe de Estado de Victoriano Huerta en
febrero de 1913 y los meses posteriores de su corta dictadura. De cómo vino
Huerta y cómo se fue … El antes, el día y el después del derrocamiento del presidente
Francisco I. Madero)
También se dio, como resultado de
la dramatización escenificada en la mañanera, una indignación por la revelación
de un nombre que con tanta avidez se solicitaba. ¡Qué bárbaros! ¡Cómo hicieron
público tal nombre! Lo ponen en riesgo a él y su familia. Era el contrataque al
sambenito que les escoriaba y al cual se aferraban. La manera de voltear la
tortilla.
Tanto revuelo amerita a plantear
puntos para garantizar la información pública sin degradarla en amarillismo y
linchamiento. Es verdad que durante este sexenio en curso en algunos medios se
han dado vuelo por divulgar “noticias” sin verificar. Es verdad que esos medios
se han ahorrado las disculpas por esos “equívocos”, sobre todo a sus
audiencias. Es verdad que la autocontención no ha prevalecido en los medios asociados
a grupos o intereses que no congenian con la 4T.
No olvidemos los momentos
difíciles del gobierno democrático de Francisco I. Madero y por los que pasaron los movimientos
sociales constructores de la democracia en México.