El Bicentenario de la Independencia de México y el Centenario de la Revolución Mexicana han tropezado, para su festejo, con la incapacidad de gestión del actual grupo gobernante. Se puede atribuir inexperiencia administrativa por cuanto a presupuesto y ejercicio de gasto, pero no creo que sea lo decisivo. Hay en el fondo una clara incomodidad ideológica del grupo gobernante que les impide organizar un festejo realmente popular. Se conmemoran movimientos sociales que se forjaron sin el comando y al margen de la institución eclesiástica, de su alta jerarquía. Movimientos que se dirigieron en contra de la clase dominante de su tiempo -que sangraba a la población en un esquema de explotación conocido como la hacienda- y de la burocracia política que defendía ese esquema.
Por eso se entiende ese afán revisionista de la Historia que tienen entre manos Felipe Calderón y su partido, Acción Nacional, decir que las cosas no fueron como se han contado. Hacer un cuento donde los ricos no son malos y los obispos son de los buenos, borrar de la Historia los agravios. Diluir los contenidos igualitarios y libertarios a cambio de hermanarnos en el cristianismo y rehacer la sumisión pacífica de la mayoría. Ese afán no es un asunto académico, es complemento de una conducción política que promueve la concentración de la riqueza en manos de una élite, así como el fortalecimiento de las iglesias en detrimento del Estado laico. No es creíble que el actual gobierno trabaje para todos sin distingos, como se acaba de afirmar en una gira presidencial por el estado de San Luis Potosí. Calderón tiene sus deferencias para con el capital financiero, los grandes corporativos capitalistas y los sentimientos de la iglesia católica.
En estos términos no se puede hacer una gran fiesta para todos. Se entiende que muchos, muchísimos, se rehúsen a secundar el festejo oficial. Y que nadie se dé por sorprendido si se dan festejos alternativos, francamente populares, que revivan consignas que hacen eco del pasado: “Muera el mal gobierno”. Con mayor razón cuando el actual gobierno pone las instituciones de la república al servicio de unos pocos y que la gente se sienta tan desamparada como cuando estallaron los movimientos que este año se conmemoran. No sé qué tanto la población esté dispuesta a sublevarse, qué tanto esté seducida por el hedonismo fácil del consumismo y la promoción del ego que es refractario a las acciones colectivas. Lo que se puede apreciar es la gran indiferencia con la que la ciudadanía regala a la preparación oficial de los festejos.
Algo para festejar sería que el Poder Judicial se definiera como el gran hacedor de justicia, capaz de imponerse a los poderes fácticos, como ya lo hizo en relación a las variantes de matrimonio reconociendo la unión entre personas de semejante genitalidad. Algo para festejar sería que el Poder Legislativo aprobara leyes que hicieran innecesario el gobierno por decreto, reglamentos y circulares que son a veces terribles mecanismos para darle la vuelta a la ley y validar la discrecionalidad del gobernante. Para que la división de Poderes realmente aliente a la ciudadanía a crear aspiraciones nacionales y sacudirse el actuar excluyente de los factores reales de poder que se imponen a las instituciones gubernamentales, desviándolas de los propósitos de bienestar y desarrollo para la comunidad nacional. Algo qué festejar que no se agote en el fugacidad de la pirotecnia y un evento multimedia.