El proceso de la sucesión
presidencial pone a prueba al partido en el poder. Las elucubraciones y
escupitajos empañan el ventanal de transparencia de las mañaneras. Quién es la
persona auténtica, fiel, pura y digna de suceder a Andrés Manuel. Se olvida
algo elemental. El poder no se hereda, se gana si se cuenta con el ánimo
popular. A eso apunta el requerimiento de una encuesta.
Lo que
llamamos izquierda ha tenido dos* o tres corrientes de dirección: la izquierda
reformista, la radical y la ultra (socialdemócrata, comunista y anarquista) De
las tres la primera sobrevive en diversas presentaciones. El comunismo arreó
banderas antes de la caída del Muro de Berlín con el Eurocomunismo. El
anarquismo prácticamente desapareció con su derrota en la Guerra Civil
española.
Para no
confundirse, pues sucede cotidianamente, es imperioso aclarar: MORENA no es
invención excepcional que funda a la izquierda mexicana y sí se encuentra
adscrito a la corriente reformista. El reformismo por lo general se carga al
centro y se propone la nivelación social sin desaparecer al capital privado,
tampoco pretende destruir al Estado. Aunque no se presuma, esa adscripción le
ha concedido a MORENA el apoyo de clases medias y de empresarios.
En el
gobierno de López Obrador se nota el abrevadero del laborismo inglés (reformas
sociales) y del no menos inglés keynesianismo (participación económica del
Estado y equilibrios macroeconómicos) cortesía de su amigo Jeremy Corbyn.
En el
presente, esa es la izquierda con posibilidades de acceder, mantenerse o salir del
poder dentro de la democracia electoral. Es lo que hay.
Aceptando
sin conceder, los dirigentes, militantes y simpatizantes del movimiento están
conscientes de la naturaleza reformista del partido. Esa es la izquierda que
les define y aspiran a representar. El problema comienza cuando se trata de
ganar simpatías y, sobre todo, distribuir influencias. Entonces la puerca
tuerce el rabo. Es aquí donde la adscripción a grupos y el reclamo
meritocrático desequilibra la supuesta congruencia del movimiento. Se convierte
en un palenque de apuestas por el gallo favorito con argumentaciones que nada
tienen que ver con el proyecto de izquierda.
A esto se
añade la conducción carismática del movimiento que funciona como un paraguas
que cubre a todos los obradoristas, en primera instancia. Ese estilo
neotestamentario de prodigar alabanzas y anatemas, de recomendar humildad y
arrogancia, que su propio camino a Damasco le reveló. El carisma penumbra el
proyecto de manera indefectible si AMLO se retira de la política. El carisma no
se adquiere en la botica, ni se trasmite de mano en mano. Por eso más vale que
se allane la ruta de la encuesta para darle certidumbre a la continuidad de un
gobierno reformista. Más aún si se considera que falta mucho por hacer en
materia de educación y salud, de justicia ni hablar.
*Para los jóvenes, acerca de esta
clasificación revisen, si les viene en gana, el texto Crítica del Programa
de Gotha (Karl Marx, 1875)