Si la situación política del país
ha estado en un equilibrio catastrófico a resultas de la sucesión presidencial.
El huracán Otis, al ensañarse sobre el puerto de Acapulco, en el estado de Guerrero,
durante la noche madrugada del 23 al 24 de octubre recién, puede romper con ese
equilibrio. Esto es así porque el meteoro ha calentado los ánimos entre
sociedad y gobierno a partir de información contradictoria y juicios
anticipados
Los vacíos de información se
llenan por no ir a lo básico, a las fuentes calificadas que están en manos del
gobierno. La mediatización se impone. Porqué no se empieza por abrevar en las
fuentes obligadas a surtir la información sobre la gestación y evolución del
fenómeno meteorológico, antes de lanzar culpas. Por diseño gubernamental son
dependencias federales las encargadas de procesar y divulgar la información de
las alertas climáticas. La Comisión Nacional del Agua encargada del Servicio
Meteorológico Nacional y el Centro Nacional de Prevención de Desastres, ambas
formalmente coordinadas. Una sectorizada en Medio Ambiente, la otra en
Seguridad y Protección Ciudadana (antes se le ubicaba en Gobernación) De rigor,
las voces cantantes sobre el tema quedaron afónicas frente al ruido formado por
el huracán. En qué estaban las cabezas de sector, qué flujo de datos
intercambiaron en seguimiento a la evolución del fenómeno. Traían las pilas
puestas o cuál era su agenda, no se sabe. Es esa la información a disponer
antes de enjuiciar, pero parece que a Otis lo tenían fuera de foco. No se puede
conformar la desazón popular hablando de tragedia, desgracia o desastre,
tampoco desde la ciencia, encogerse de hombros y declarar lo sucedido como
inesperado. Escuece la desatención previa, aunque se esté consciente de
afrontar lo inevitable.
Mientras SEMARNAT y SSPC mantengan
ese vacío de información y dejen al presidente patinar en la mañanera, los
ánimos seguirán enardecidos y que sea el correr del tiempo el apaciguador. Pero
así lo ha querido AMLO, al convertirse en la fuente privilegiada del gobierno,
opacando a la mayoría de sus colaboradores de primer nivel, quienes sólo
informan si se les convoca a la mañanera. El esquema de comunicación innovador
en un principio se ha deteriorada al sustituir la información por la propaganda
y para responder a las noticias falsas.
Un presidente que se afana por
estar en todas con un gabinete gris. Está por analizarse qué ha sido del gabinete
de López Obrador. De una alineación que representaba cierta pluralidad de
intereses, ésta comenzó a desincorporar algunos intereses. Destaca Carlos Ursúa
no sólo por ser el primero en salir del equipo, su nombramiento fue un guiño a
los empresarios. En la medida que el presidente se hizo interlocutor directo
con los magnates de ese sector, el economista se hizo prescindible; otra
separación fue la de Eréndira Sandoval, la especie no confirmada de su caso fue
ponerse en la avanzada como sucesora de AMLO. Se puso en camisa de once varas y
la mandaron de regreso al Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM;
más adelante, Olga Sánchez Cordero, como puente hacia la clase política
tradicional (¿Hay de otra?) solicitó su regreso al Senado después de las
elecciones intermedias. Entre enroques y sustituciones, la alineación original
se modificó, sólo quedan cuatro encargados que siguen acompañando al presidente
desde su nombramiento original. El catalizador de los cambios en la segunda
parte del sexenio fueron procesos sucesorios. Contra los dichos de Andrés Manuel, el gabinete es ahora una colección de floreros.