“En toda coyuntura importante,
volvemos a incurrir en las vicios racionalizaciones, según las cuáles el hombre
no es sino un átomo utilitario;”
Karl Polanyi
Pero cuando se insiste en el
error coyuntural este se convierte en estructura, la conciencia se estrecha, el
horizonte se agota en la epidermis del individuo y la solidaridad no fluye.
Simbólicamente, el diecinueve de
septiembre de 1985 y el siete de septiembre de 2017 son un corte histórico, dos
fechas, dos terremotos del México que nos ha tocado vivir. Entre las dos fechas
han transcurridos treinta y dos años. Del primero se presume la solidaridad
como una forma de relacionarnos y de fortalecernos como sociedad. Del segundo
hemos constatado el egotismo como la tipología social extendida, asumida y
creída, de la metáfora del átomo mencionada en el epígrafe.
Se ha restringido el principio de
solidaridad y en ello han contribuido las reformas estructurales que pusieron
al margen ese principio. Toda la palabrería economicista lo ignora. Desde su
inicio, las reformas económicas sólo tuvieron un objetivo no escrito, no
publicitado: la CODICIA.
Cómo batalla la solidaridad para expresarse en el
México de hoy. El año electoral, la sucesión presidencial, la corrupción, los
homicidios, confluyen para invisibilizar la magnitud de la desgracia provocada
por el terremoto en los estados de Chiapas y Oaxaca. Más de noventa muertos,
300 mil casas destruidas según las estimaciones oficiales.
La solidaridad quedó arrinconada
porque la sociedad dejó de ser una constelación de influencias mutuas, se convirtió
en polvo de átomos en busca de su valencia distintiva. En treinta y dos años
esos átomos se destruyen entre sí. La renovación moral de la sociedad claudicó
ante la corrupción. El reconocimiento de las iglesias por parte del Estado nada
significó para fortalecer el mandamiento “no matarás”, por el contrario, el
homicidio se ha naturalizado, provenga del crimen organizado, del fuero común o
de la operación del mismo Estado.
Esos átomos programados para
colisionarse por efecto de la machacona publicidad que ya no procura vender
utilidad, su afán es endiosar a cada persona. Por las series violentas de la
pantalla y el ocaso de las telenovelas sensibleras. Por los videojuegos que
borraron del mapa las rondas infantiles y el llamado humorismo blanco.
En treinta y dos años ha sucedido
demasiado. Se reformó para liberalizar, pero sin dar forma a una sociedad
liberal. La justicia no es universal, totalmente diferenciada, según se tenga
acceso al poder o al dinero. La igualdad ante la ley palidece ante la
reinserción de privilegios. La libertad, entendida como la ley del más fuerte,
para institucionalizar el atropello ¿Es esto una sociedad liberal?
Para completar, se han generado
resistencias a toda acción que signifique hacer por los demás: colaborar,
cooperar, solidarizarse, pues existe la sospecha fundada de un aprovechamiento
indebido del resultado de esas acciones, ya sea político electoral o económico
material.
El espacio para la solidaridad se
ha reducido. Lamentable retroceso.