Las campañas electorales en el
Estado de México han tenido un tema articulador: la corrupción. Signo de
degradación de la política para donde se voltee. Tres generaciones de la
familia Del Mazo en el ajo. Tres sexenios aprovechando el presupuesto federal
es el historial de Josefina Vázquez Mota: con Fox, Calderón y Peña Nieto. Tres
años de gestión municipal en Texcoco fue suficiente para Delfina Gómez y así
ingresar modestamente a la piara. Un lugar en el estercolero, ese es el propósito
de los competidores, al menos eso informan las campañas sucias y ya dieron de sí.
Las encuestas ya poco pueden
aportar, es cuestión de dos.
La elección dominical de 4 de
junio próximo está en manos de los ejércitos conformados por los operadores
electorales, los profesionales encargados de acercar a los “votantes” a las
casillas, previamente orientados en la definición de su voto. Profesionales que
para la autoridad electoral son leyenda, no obstante, en cada elección están
presentes. Quien reclute más, a través de gremios, dependencias públicas, pago
por evento o por gracia del resentido vengativo, tiene mayores probabilidades
de alzarse con la victoria. Esta afirmación no niega al ciudadano que concurre
a las urnas con una decisión meditada o por el puro impulso militante al
pertenecer a una agrupación política o desde la satisfacción de ser un simple
simpatizante.
Lo que las elecciones resolverán es
la distribución formal y efectiva del poder en el Estado de México. Lo que no
resuelven las elecciones es la formación de administraciones responsables,
transparentes en su operación, rendidoras a la satisfacción esperada por los
ciudadanos, quienes deberían exigir una centralidad cierta de un propósito común ¿La
seguridad? Centralidad en la cual se articulen las políticas sectoriales para
hacer un gobierno justo, del lado de la justicia igualadora en oposición a los
privilegios. Nada más.