jueves, 17 de febrero de 2011

El uso del odio


Después de salir electo gobernador Gabino Cué en julio pasado, la pregunta que iba de boca en boca en la ciudad de Oaxaca se refería a cómo se podría aglutinar la suma de intereses contrapuestos que le dieron la victoria al hoy gobernador constitucional. La respuesta se venía insinuando desde las primeras semanas de gestión del gobierno aliancista, hasta que el martes 15 de febrero la respuesta no pudo ser más explosiva. Miles de profesores oaxaqueños salieron a las calles de la capital del estado a protestar en contra de Felipe Calderón, quien en esa mañana iniciaba una gira de trabajo. La confrontación entre la masa y las fuerzas del orden se apuró. Por lo sucedido sería fácil argumentar acerca de las alianzas electorales sin proyecto de gobierno. Decir, se los dije. Pero ese no es el punto.


Lo que queda en evidencia es una realidad que no se ha combatido pese a las intenciones de la reforma electoral del 2007. El odio se ha convertido en el animador de las contiendas electorales. No es algo nuevo, es un ingrediente motivacional hacia el electorado que ha descarrilado la locomotora de la transición democrática. Odio que tolerado en los medios se escuda en la libertad de expresión. Lo sucedido en Oaxaca es un producto acabado de hasta dónde nos puede llevar el uso del odio. Entendámonos, no es un resultado aislado, espontáneo y sin antecedente. Recordemos.


En el proceso electoral federal del año 2000, sacar al PRI de Los Pinos fue la consigna que no se procuró un programa de gobierno. Se trataba del odio acumulado en contra de las deficiencias de un régimen. Seis años después, el uso del odio se hizo presente para atacar la candidatura de quien era infamado como un peligro para México. En esa contienda el odio era orientado contra la coalición de izquierda (Ya sabemos los deficitarios resultados de los gobiernos surgidos de sendas campañas de odio, que han quedado enmarcados para la “celebridad” en las frases representativas de la irresponsabilidad: “Y yo porqué” junto con el “haiga sido como haiga sido”.


El deterioro institucional, el desanimo entre la población, parecen incontenibles. Sólo si nos damos cuenta de que con el odio no vamos hacia ningún lado como país que no sea el desastre. Entonces desde esta toma de conciencia nos pondremos en el inicio para retomar la democratización de México. Habrá que empezar desde el amplio espectro de las organizaciones de la sociedad, junto con los medios y los centros de educación, sin dejar a las organizaciones políticas que así lo decidan.


Lo que hemos visto en Oaxaca esta semana es la degradación que trae consigo el odio que alimenta las campañas electorales, de cuyo resultado no se aprecia un triunfo del pueblo, sólo engaños que esconden ambiciones personales en el nombre de la gente. Por muy liberal que se pretenda ser, el odio no puede quedar asimilado a la normalidad democrática. Una década es suficiente para aprender esta lección, a menos que se dé por inevitable la desintegración del Estado.

lunes, 14 de febrero de 2011

Autoritarismo sin freno



Cuando dio inicio la transición democrática de México en el último cuarto del siglo pasado, una de sus tareas imaginadas por la sociedad civil era desmantelamiento del autoritarismo. Sin desaparecer del todo el abuso de poder, se daban gestos y esquemas de ley que daban verosimilitud a que el proceso de transición estaba en marcha. La alternancia en el poder Ejecutivo se visualizó como una evidencia sólida de que la transición era irreversible. Para desgracia, la maldad como la voluntad divina, tiene sus caminos secretos. La llegada de la derecha al poder, vestida con el prestigio de la transición, se ha encargado de ir desmontando la transición y restaurando, ladrillo por ladrillo, el autoritarismo.


Más que un recuento de los afanes autoritarios del actual gobierno del PAN, de sobra conocidos y documentados, baste señalar la serie de acontecimientos que día a día y semana a semana nos confirman que la transición se echó a perder en manos de Felipe Calderón con su nefasto gobierno. Una raya más al tigre autoritario, al desorden institucional que se ha generado desde la presidencia de la república, es el asalto de las fuerzas federales para echar abajo un acto de autoridad del municipio de Ensenada en el estado de Baja California.


El presidente municipal de Ensenada, Enrique Pelayo, decidió asumir el acto de autoridad que representa la clausura de una empresa que no cumple a cabalidad con las normas que rigen al municipio, en este caso la trasnacional Sempra Energy (Energía Costa Azul su denominación como filial de la trasnacional) Eso fue el viernes 11 de febrero. Ése mismo día, cerca de la media noche, el ejército tomó las instalaciones de la empresa acompañado por el secretario de gobierno del Estado, Cuauhtémoc Cardona. Instruido el operativo a través de insistentes comunicaciones telefónicas desde la secretaría de gobernación. Aunque en el proceso también tuvo que ver Francisco Javier Salazar Diez (Hijo del hijoeputa que solapó el crimen en la tragedia de Pasta de Conchos, Coahuila) quien alguna vez estuvo al frente de la Comisión de Medio Ambiente de la Cámara de Diputados y se hacía eco de las voces que querían cerrar instalaciones que son resguardo de desechos radiactivos. Personaje que hoy, desde el Ejecutivo federal, es encargado de la Comisión Reguladora de Energía y apoya el aplastamiento del artículo 115 constitucional.


No se trató de una requisa pues no es el caso de una empresa pública o paraestatal. Tampoco existe decreto, así fuera jalado de los pelos –recuérdese el que desmanteló a la Compañía de Luz y Fuerza. Hasta este momento no se ha divulgado procedimiento de ley que justifique la intervención del Ejército. Prueba más de que el autoritarismo opera en la opacidad. No se sabe si mañana aparecerá el extraterrestre de Los Pinos, Gil Zuarth, a dar una explicación o si tendremos que esperar años a que nos dé luz una filtración.


Lo que sí queda claro es que se usa la fuerza del Ejército mexicano para salvaguardar los intereses de una compañía norteamericana ante la actitud de comparsa de los poderes Judicial y Legislativo, de los partidos también.


El autoritarismo goza de cabal salud, con o sin alcohol.

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