No se a ustedes, pero a mi me han
parecido cuatro meses del nuevo gobierno muy energéticos. La modorra de las
administraciones que lo antecedieron, el exceso de relumbrón a falta de sustancia
de interés público, como en un eterno diálogo entre el presidente de turno y
los grandes empresarios sin agregar otros jugadores. Las conferencias de prensa
entre semana y los mítines de viernes a domingo son una forma de actuar/comunicar
que el presidente López Obrador va patentizando como sello de su gobierno. En
ello le va el propósito de cimentar la cuarta transformación.
Todo cambio trae afectaciones,
disensos. Con más razón cuando el poder político se acerca más a un modelo
democrático, que si se aleja de él. La austeridad hasta ahora observada en el
ejercicio de la publicidad oficial, que incide en la economía de los medios de
comunicación, tiene un efecto sensible en el contenido informativo y de
opinión. La crítica, no pocas veces envuelta en mordacidad, crece. El tono
laudatorio disminuye. Se aprecia una administración de la información
gubernamental que tiene como canal principal a la misma presidencia. Ante esta
situación, el gobierno federal ha recurrido a informar a través de los medios
característicos de la tecnología de internet. Ahora, si uno quiere la información
de primera mano que genera diariamente la actividad presidencial y en tiempo
real, en YouTube se le puede
encontrar.
Los noticiarios de radio y
televisión, la prensa, ya no tiene la primicia de la verdad oficial a través de
la voz o la pluma seleccionada previamente. Hay una asamblea de periodistas
cada mañana, hay asambleas con los ciudadanos, en las que el interlocutor con
esos colectivos es el presidente. La información se distribuye sin distingos y
la prensa está en su mejor coyuntura para superarse. Sabe que no puede
confiarse en la publicidad oficial para sustentar su economía, la base de su
actividad profesional.
Lo importante es que los medios
ya no se sienten obligados al acompañamiento de complacencia y se emplean a
fondo en el ejercicio de la libertad de prensa. Está en la selección
informativa de las audiencias, de los ciudadanos, otorgar o no fe a la
información que se le proporciona de uno y otro lado. Quién se alza con el
torneo de la credibilidad es el nombre del juego. Las complicidades, los
favores recíprocos están en un estado de atonía.
Dos temas a lo largo de este
sexenio en la lisa: la corrupción y la desigualdad. En ellos encontrará la
prensa, ya encuentra más bien, los asuntos con los cuales cotidianamente pone a
prueba las afirmaciones presidenciales. Sobre el primero se verán desfalcos de
mayor calado. El reportaje de “La Estafa Maestra” (2018) del portal de noticias
Animal Político – asistido por la asociación
Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad- revela cacahuates (Francisco
Barrios dixit) cuando el periodismo
de investigación busca los lingotes de oro en la contratación de obra pública,
de infraestructura, de la SCT, tanto como de las empresas PEMEX y CFE.
Doctorados en la extracción de recursos públicos relucen. Una investigación que
abarca la serie sucesiva de modificaciones sucesivas a las leyes que
facilitaron el saqueo de recursos públicos de manera “legal” con la signatura
de contratos leoninos.
Asociado a esta el tema de la
desigualdad en tanto el enfoque del gobierno corre por dos vías: el combate a
la corrupción y la redistribución presupuestal. Existe una doble convicción
perversa ¿Desde la sociedad civil? Por un lado, considerar la corrupción como
una conducta inextinguible y lo más conveniente es adaptarse a ella. La otra
afirma que la pobreza no tiene remedio, ni redención. Es por demás inútil
cualquier intento de modificar la desigualdad económica. Para debatir con
hechos estas convicciones, la cuarta transformación fue catapultada por el voto
ciudadano a favor de Andrés Manuel López Obrador. Acabar con la desigualdad y
la corrupción sí que sería el fin del neoliberalismo.