martes, 11 de noviembre de 2014

Perder el Estado

Tener una aproximación de lo que está sucediendo en México no alcanza con el registro de noticias sobre un país que, periodísticamente, se ha vuelto nota roja. Aproximarnos a lo que sucede, en medio de la impudicia política y los sentimientos de venganza que han emergido y multiplicado, al desamparo de 43 estudiantes normalistas de cuyas anunciadas osamentas ya se prepara un festín más de la lucha por el poder.

Cómo abordar el nuevo pico informativo generado por la conferencia de prensa, dada por el procurador Jesús Murillo Karam, el viernes 7 de noviembre. Desde la PGR se presentó una crónica basada en la confesión de tres participantes, ejecutores de los normalistas de Ayotzinapa. Exterminio expedito, sin adorno de ideología, etnia o religión alguna, el gélido cumplimiento de órdenes ahorradoras de cualquier justificación, como eco porfiriano de ¡Mátenlos en caliente! Lo ordenó el jefe, en este caso José Luis Abarca, en calidad de presidente municipal de Iguala, Guerrero. Conferencia estremecedora que no se puede resumir en la frase “Ya me canse”. Sin considerar su significación no articulada en frase alguna por el Procurador, bien pudo haber dicho y con razón: el Estado está perdido.

Es increíble que pasado un mes llegue a esta conclusión. Perder el Estado no es cuestión de días o semanas. Es el resultado de la demolición pertinaz del Estado operada por quienes se encargaron desde la investidura de altas responsabilidades de desprestigiar lo público: Pedro Aspe, Ernesto Zedillo, Guillermo Martínez Ortiz, José Ángel Gurría, Francisco Gil Díaz, Luis Téllez, Jesús Reyes Heroles Jr., Ernesto Cordero, José Antonio Meade, Luis Videgaray, en calidad de autores o continuadores del proyecto de apertura comercial instrumentado sin reformar al Estado, sobre grandes desigualdades y graves carencias de justicia. Ciegos ante las consecuencias*  de teorías económicas inviables para un país cuyo aparato público ya se encontraba pervertido por la discrecionalidad, la impunidad, el patrimonialismo, resumidos en una palabra, la corrupción.



Los tecnócratas hicieron del Estado un ujier del Mercado, degradaron el servicio público a la condición de servicios personales a disposición de los funcionarios (Servicios personales que les eran mejor retribuidos a través de licitaciones del tamaño que fueran, formando una pirámide con una cúspide de altos funcionarios cuya base la constituye administrativamente toda “unidad responsable” del sector público que ejerce presupuesto con dineros del erario) En una presunción de mercados perfectos, en verdad un cuento, pues el crecimiento de la economía ha sido mediocre. Eso sí todas las semanas, por no decir que casi diario, hacen público su enamoramiento con los inversionistas, para no ser correspondidos de acuerdo a las expectativas que levantan como la del Nuevo México. En el colmo de tratar al mercado como persona y a las personas como cosas.

El largo proceso reformador privatizó la función pública. Logrado esto, el arribo del crimen organizado a Estados y municipios era cuestión de tiempo, la alternancia del año 2000 fue el marco perfecto para ello. Desde entonces a la fecha la violencia criminal sentó sus reales. Violencia que tiene miles de familias agraviadas, pero no hubo advertencia alguna de parte de los genios de las reformas que México “necesita”.

Así estamos ahora con la justitificada movilización popular encabezada por estudiantes, que protestan contra los representantes del Estado. Se lo ganaron.
*Como todas las ideologías, entre más simplificadoras resultan más contagiosas y más peligrosas, así ha sido con el llamado “neoliberalismo”, que como política económica aplicada nunca se ha hecho responsable de sus consecuencias.




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