Desde diciembre pasado, el
gobierno de México inició la erradicación frontal del robo de combustible. Para
el día 27 de ese mes, cuerpos del Ejército y la Marina tomaron instalaciones de
PEMEX, la intervención sobre los ductos que distribuyen hidrocarburos por todo
el país estaba en marcha para identificar las rutas de abastecimiento de esta
modalidad de crimen organizado. Para el martes 8 de enero de 2019, el operativo
del gobierno afectó notoriamente el abasto de combustible en varias entidades
de la república, omitiendo advertencia de por medio. Desde esa fecha el sector
energético bajo responsabilidad federal comenzó a ser señalado de actuar con
improvisación y sin la mejor estrategia. Se fue formando un suculento pasto para
alimentar la “amlofobia”, de manera destacada el PAN, también ha participado la
ciudadanía a través de la prensa y las redes sociales. Expertos en estrategia y
en comunicación menudearon, algunos con el acre sabor del resentimiento pues se
sienten depositarios a perpetuidad de la derrota que sufrieron el PAN, el PRD y
el PRI en las pasadas elecciones federales. Les molesta las conferencias
mañaneras de AMLO, su talante de campaña permanente les irrita y terminan
satisfaciendo el juego de quien es sujeto de su crítica. Así, la operación en contra
del robo de gasolina tiene como contraparte la formación de un lente
deformante.
Empecemos por desechar ese lente,
tracemos líneas en el tiempo y acudamos a la memoria, haciendo una clara
distinción. El robo de gasolina es una modalidad del crimen organizado que
interviene sobre un mercado establecido, que en teoría tiene la seguridad del
Estado y de la ley para actuar con normalidad. Es distinto al crimen organizado
que se articula sobre actividades prohibidas como el tráfico de estupefacientes
y el contrabando de armamento.
1. De
los años cuarenta a los setentas, de la segunda guerra mundial a la operación
cóndor, la delincuencia especializada en el tráfico de drogas no era una
amenaza para la seguridad, estaba acotada por el mismo Estado. Era una
actividad relativamente discreta y sin mayor despliegue de violencia.
De los años
ochenta a la fecha el crimen organizado se convirtió en un actor no esperado
del elenco nacional, ocupó primeras planas y comenzó a hacer alarde de violencia.
Tal vez porque quedó infectado al incursionar en el trasiego de la cocaína
colombiana. Paralelamente el contrabando de armas se incrementó y se rompieron
los límites impuestos por el Estado.
Para los noventa
se crearon dependencias federales especializadas en el combate al narcotráfico,
pero no contaron con la astucia de Bill Clinton, quien sello aeropuertos y
puertos norteamericanos para evitar el ingreso de drogas y descuido la frontera
sur de USA, que es la norte de México. Al tiempo que se formó un corredor que
fortaleció el narcotráfico se consolidó el ingreso de armas hacia México. Lejos
de debilitarse, el crimen organizado se fortaleció añadiendo otras actividades
como la protección y el secuestro.
Ya en el siglo
XXI a los mexicanos nos ha tocado costear la fallida declaración de guerra
contra el narco sin que hasta ahora se tenga la formalidad de que la guerra de
Felipe Calderón haya concluido.
2. La
formación del crimen organizado con especialidad en robo de gasolina cabría
contextualizarlo en el cambio de paradigma acertadamente enunciado “la disputa
por la nación”, elaborado por Rolando Cordera y Carlos Tello. Eso ha significado
la modificación de la gestión de energéticos, una disputa por la nación.
1938-1982, de la
expropiación petrolera a la administración de la abundancia. Si hubo robo de
combustible no quedó registrado como un problema extendido, tal vez como
contingencia menor.
Desde 1983 se
pueden anotar sucesos que avanzan el cambio de paradigma, así fuera con
procesos judiciales, empezando con el arresto de Jorge Díaz Serrano, el único
director general de PEMEX que ha sido arrestado. En 1989 se descabezó el
sindicato petrolero y desde entonces tenemos al principal testigo de PEMEX en
tiempos de la tecnocracia, Carlos Romero Deschamps. Se creó PEMEX Internacional,
organismo ajeno a las influencias del sindicato y de toda fiscalización
gubernamental.
En los noventas,
con Ernesto Zedillo como presidente de la república se formularon los primeros
proyectos de reforma energética. Estos no prosperaron y se inventaron los
Pidiregas (Proyecto de Inversión de Infraestructura Productiva con Registro
Diferido en el Gasto Público) un mecanismo de deuda-inversión que ingresó
capital privado al sector energético entonces controlado por el Estado.
Con la alternancia
en el año 2000 se comienza a hacer una estimación del robo de gasolina con
Francisco Gil Díaz al frente de la secretaría de hacienda. Así se registró el
ascenso de ese delito y los repetidos fracasos de reforma con Vicente Fox y
Calderón.
En el año 2013, con
Enrique Peña se alcanza, por fin, la reforma energética. Con ella el robo de
gasolina no encuentra tope que lo detenga. Si la liberalización del mercado
energético tenía como beneficio obstaculizar el mercado negro de combustible
¿Cómo es que este se disparó durante el último gobierno del PRI? Una
explicación es: la reforma fue capturada por el sindicato, políticos,
funcionarios y empresas asociadas al sector. Ahí está el núcleo duro del
llamado “huachicoleo”, no en la imagen bucólica de pobladores rurales
extrayendo gasolina de ductos rotos.
En la ruta de esta interpretación
está la lectura del sociólogo Charles Tilly (1929-2008) y su interesante
analogía entre la formación del estado nacional y el crimen organizado, su
relación con la acumulación de capital. Lo que me ha esclarecido es que el
mercado, el estado y el crimen organizado tienen vasos comunicantes, por lo
cual es mejor no apreciarlos como objeto de estudio separados, sino integrarlos
en un super objeto: estado, mercado y crimen.