La transformación de los arreglos
políticos en la inacabada transición mexicana, han convertido al informe anual
del Ejecutivo federal en fuente de mutua descortesía y negación del diálogo.
Por eso se construyen dos eventos distantes. Uno ocurre en el palacio de San
Lázaro, el otro en Palacio Nacional. Dos Méxicos institucionales en separación
que invocan un México dividido, con aversión al debate, con tendencia a polarizarse.
En un evento sólo se escucha la
voz de las fracciones parlamentarias, representación de una pluralidad
mostrenca, que no es a cabalidad o tiene fuertes dosis de fingimiento. Bien se
puede ensayar que el PRI, el PVEM y el Panal son un solo partido. Si realmente
se agruparan en un solo instituto se ahorrarían papeles y recursos. Es el mundo
bizarro de los partidos que tienen ahora su mayor ridículo en la institución de
representantes independientes, el precio a pagar por su deterioro. A dónde nos
puede llevar esa figura si no se resuelve el desprestigio de los partidos.
Si se les escucha perorar sobre
un documento que hasta el mismo momento de apertura de sesiones les es
desconocido, se cae en la cuenta de que la llamada “pluralidad” se reduce a dos
opciones: la “neoliberal” que se difracta en PAN, PRI, PVEM y Panal por un
lado; y la corriente “nacionalista” que contradictoriamente es enarbolada por
las izquierdas, PRD, MC y Morena. Esta pluralidad es, a fin de cuentas, un
negocio.
Lo más relevante de la velada del
martes primero de septiembre es la ausencia de un líder que cohesione a los
grupos parlamentarios en la Cámara de Diputados. Alguien tendrá que calzarse en
los zapatos de Manlio Fabio Beltrones.
En el otro evento, el del 2 de
septiembre, sólo se escuchó la voz del presidente Peña Nieto, todo un tablero
de cifras desconectadas o no expuestas con sapiencia económica, con el ánimo de
generar positividad, en fuga permanente hacia el futuro. En donde la
desaprobación y la desconfianza son “mitos geniales” -¿De encuestadores?- que
se prefirió no abordar de fondo para no estropear las esperanzas de los
próximos tres años: alcanzar el crecimiento económico acorde con la expectativa
endosadas a las reformas del Pacto por México. Como con Felipe Calderón, no
convencen las cifras del empleo con las del crecimiento de la economía pues no
se dan los parámetros adecuados para hacer comparaciones ilustrativas.
El mensaje presidencial es
insuficiente como rendición de cuentas, eje inexcusable para mejorar la
aprobación y superar la desconfianza ciudadanas. Esto en tres puntos
desahogados finamente sería excelente:
1 La violencia criminal sigue, y
según avezados periodistas, hasta las “casas de citas” ya son un problema de
seguridad.
2 Nada destacable se mencionó de
las ejecuciones extrajudiciales. Aquí, las autoridades son las primeras en
quebrantar la ley y ocultar los hechos.
3 Del combate a la corrupción no
se ve empeño, pues se sigue lavando a través de recursos legaloides que
terminan por legalizarla o impedir que la acción punitiva del Estado prospere.
De veras no saben nada de nada sobre este punto los secretarios de hacienda y
de la función pública, todos los oficiales mayores. Nada más con escarbarle a
la autóctona y pintoresca figura del político-empresario.
De refilón, discretamente en el
escenario, el secretario de gobernación, con muchas responsabilidades y sin
incentivos, así no sale la chamba.