Leo la prensa y quedo con la
sensación de no estar informado. De seguro que me ocurre y no estoy para
generalizar, es cuestión de imaginación o de esrado de ánimo. Es el hastío de enterarse acerca de tanto abuso y no encontrar autoridad, de
cualquier nivel, capaz de poner un hasta aquí. El abuso se vuelve rutinario.
Hay de abusos a abusos. Uno es el
institucionalizado dentro de la ley y ejemplo que estimula el abuso extendido,
tolerado hasta configurar el delito.
La especulación financiera es
abuso institucionalizado, la condonación de impuestos a las grandes empresas
también. Las partidas presupuestales para las organizaciones políticas y
fracciones parlamentarias en los congresos entran en el juego del abuso. Las
reasignaciones presupuestales y otras ingeniosas salidas para practicar el
peculado. Los permisos y autorizaciones, estudios y proyectos, también son
campo fértil para el abuso, donde caben desde antros, guarderías, hasta
explotaciones mineras y desarrollos turísticos e inmobiliarios. Todo dentro de
la ley, la cosa es darle la vuelta.
A este festín entran pocos y
maneras hay de entrarle al abuso por vías no institucionales: de la economía
informal al crimen organizado.
El abuso se convierte en
avalancha arrasando con todo. Cómo remediar la situación, ya sé, haciendo
nuevas leyes. A los dirigentes políticos se les quema el coco proponiendo y
haciendo más leyes, mientras la situación sigue igual o más complicada. La
transformación es formal, el gene del abuso se mantiene intacto.
Se tiene un orden económico y
político que premia el abuso, desenfocado de la generación del empleo/ingreso,
sustentado en la especulación y el cambio tecnológico dilapida recursos humanos
y termina en contra de la gente. No es con reformas sectoriales y cruzadas de
contentillo con lo que se podrá cambiar la situación prevaleciente, sino
desmontando el orden actual. De eso se dice poco y de soslayo. Se hace menos.
Entre el no pasa nada y se los dije, no se ve élite que
encare la situación y llame a las cosas por su nombre, pavor lingüístico. El
letrero nombra al restaurant bar “Bicentenario” pero los medios se hacen eco de
los bajos fondos y le llaman Heaven.
La disociación es endémica.